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Los circos se mueren sin risas

Varados en distintos puntos del país, todos han bajado sus carpas, arrumado sus tablados y convertido sus camerines en covachas y comedores.

circo
Los circos han tenido que bajar sus carpas principales y hace 4 meses que no pueden trabajar.Cortesía

Los dinosaurios ‘animatronics’ del Gigantesco Circo Rolex Ecuador ya no lucen tan amenazantes. Y el show ‘terroríficamente chistoso’ del circo de Los Pelusa causa terror, sí, pero de solo ver el abandono en que se encuentran; para nadie es chistoso ver aquello.

Dinosaurios y monstruos ya ni asustan ni causan gracia. De ellos solo han quedado sus fotografías que los hace ver amenazantes en las paredes que apuntan al túnel de entrada. Hoy, ya no son circos. Porque así como están, apagados, sin vida, sin shows, sin público que aplauda, sin risas de los niños, a fin de cuentas no son circos.

Sus tablados y sus carpas, están guardados. Sus camerines hoy son dormitorios o salas de comedor. La venta de canguil, manzanas acarameladas o algodón de azúcar reemplaza a la venta de entradas y les da, al menos, algo de ingresos para comer.

Cuatro meses y medios después de que en Ecuador se declarara la emergencia sanitaria por el COVID-19, los artistas circenses viven días grises. La gran mayoría ha bajado sus carpas y unos cuantos han visto morir a su gente por culpa del fatal virus.

Ocurre igual en los 72 circos que, según Pablo Calvache, presidente de la Asociación de Artistas Circenses Profesionales del Ecuador (Acirpe), operan en el país.

Calvache, de 60 años, 48 de ellos en el mundo del circo, asegura que “en este momento de la pandemia estamos padeciendo de una manera increíble; todos estamos guardados, todos estamos caídos, tratando de vender cualquier chuchería de dulces para poder sobrevivir”

También conocido como el payasito Marraketa, él mismo busca consuelo y reírse de algo en medio de todos sus problemas: “Gracias a Dios que esos dinosaurios (los del cartel) no comen, sino estuviera hecho pedazos”, dice con cierta ironía al contar que su circo también desmontó todo su aparataje y que “ahora en el ‘porche’ (la carpa que antecede a la entrada al circo) hemos armado lo que es la alimentación, con la cocina, un espacio para las mesas de comedor... el resto está en los furgones, arrumado”.

Y como la mayoría de circos, este también -hoy varado desde el inicio de la emergencia sanitaria en Macas, en la Amazonía ecuatoriana- está conformado por grupos familiares. “Solo en el Rolex somos 40 personas de 10 familias”, asegura Calvache.

Pero por ahora se encuentran allí él con tres de sus cinco hijos y al menos 14 nietos, así como otras familias circenses. Ante la crisis, uno de sus vástagos se fue con su esposa y sus hijos a vender salchipapas a La Concordia (en Santo Domingo de los Tsáchilas) y otro se fue a Manta.

Como ellos, en el circo Neverland, de la familia Palma, quienes tienen más de medio siglo en el espectáculo, aseguran que la pandemia es lo más difícil que les ha tocado enfrentar. “Aquí estamos 40 personas que trabajamos en dos circos, nos ha tocado vender sillas, mesas, parlantes y otros implementos que utilizamos en los eventos para así poder subsistir. Nadie nos ha ayudado”, asegura Javier Palma Santos.

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Ellos han improvisado una carpa en el sector Velasco Ibarra, de La Libertad (provincia de Santa Elena). Allí preparan una sola comida al día, en la parte central con tablas han levantado un comedor que además es el sitio de reunión donde comentan las penurias que están viviendo.

Estos artistas circenses se turnan para salir a vender manzanas azucaradas y canguil. “Habíamos armado una pequeña carpa para hacer un show por Facebook live y que la gente venga a ayudarnos, pero los municipales vinieron a pedirnos que la desbaratemos”, lamenta Javier.

Artemio Landázuri, del circo Gran Colombia de Sopita, describe la situación como “sumamente triste”. Y en realidad, el área donde ellos se quedaron ‘varados’ en el cantón Canoa, de la provincia de Manabí, es un paraje donde solo se observan maltrechas covachas de carpas sostenidas por delgadas cañas. Un sitio al que solo la inocencia y la alegría de los 7 niños que conforman el grupo familiar (unas 15 personas) le dan vida.

“Estamos con pena, sin darle alegría al público. Extrañamos mucho las risas de los niños, del público. Pero uno debe estar fuerte, porque si uno se derrumba puede ser peor”, asegura con cierto pesar Landázuri, conocido como payasito Sopita, nacido en un circo hace 37 años.

A ellos la pandemia les “cortó el vuelo”, dice Sopita, pues recién se iban a Jama cuando los cogió la cuarentena. Hoy están viviendo en cuatro carpas, “los camerines como se llama en palabras circenses”.

César Caicedo, el payasito Flautín, ‘duro’ del circo Roxelin, es más radical aún y dice que tal como van y sin ayuda estatal, el circo va muriendo de a poco. Varados en un área del recinto La Cepa, de Yaguachi, de las 20 personas que conforman el circo solo quedan siete: él, sus hijas, un yerno y sus nietos. El resto se fue a casa de familiares.

A sus 80 años, siente que le falta el ‘aire de vida’: las risas de su público. “La carpa, las tablas, todo está arrumado. Los que nos quedamos estamos habitando en las cuatro casitas rodantes y nos ayudamos con la venta de salchipapas que hemos puesto”, relata.

Por ahora, uno de los que por fin ha conseguido movilizarse del área donde se quedaron con las carpas y la función lista para el estreno, son los de Golden Circus, de Luis Calvache, conocido también como payasito Pipiolo.

Recién acomodados en un área abierta del sector La Libertad, de la parroquia Chillogallo, de Quito, esperaban a 400 personas el día de su estreno, pero lo que les llegó fue la infausta noticia de que el país entraba en cuarentena y, entre otras cosas, se cerraban los espectáculos públicos. Todo el dinero invertido en el montaje del circo (unos 1.000 dólares para la operación de 15 días) se perdió.

De las 25 personas que conforman el lugar solo quedaron unas 15 personas, unas tres familias que se han acomodado en los camerines o carpas que poseen. Los demás salieron a buscar refugio donde sus familiares.

Así, en medio de ese panorama y al ver todo arrumado y lo que antes era un lugar de risas y alegría convertido en soledad, Flautín resume en su tristeza el sentir de todos los artistas circenses: “dejar morir al circo es como perder a la madre, es nuestra vida... es nuestra vida”.

El COVID-19 mutila a familia circense

El famoso circo de Los Pelusa arribó a Salinas a inicios de febrero pasado. Sus artistas estaban ilusionados en trabajar durante la temporada alta de playa, pero cuando se aprestaban a hacerlo, la estación invernal pegó con fuerza e inundó su carpa ubicada en una explanada de la vía La Libertad – Salinas.

Circos en crisis payasito Chinchorrín
El payasito Chinchorrín falleció de Covid, al igual que su padre, el dueño del circo de Los Pelusa.Cortesía

“Fue la primera emergencia que nos tocó vivir. Algunos días llovió y eso hizo que el lugar donde estábamos se llene de agua y lodo”, comenta Luis Loor, el payaso Super Pelusa, quien se encuentra en estos días contagiado con Covid 19 y vive en un container en Santa Elena.

Pero la mala suerte para estos artistas recién empezaba. Cuando la lluvia disminuyó se inició la pandemia de la COVID-19. Desde entonces, debido a que todos los espectáculos fueron prohibidos y no podían generar ingresos económicos, confinados en su carpa y los remolques Los Pelusa atraviesan por los momentos más duros de sus vidas. El dolor es más grande al recordar a Luis Laurido Loor, padre y líder de este grupo de artistas, quien hace semanas enfermó y murió. Ahora sus hijos Luis y Carlos Alberto son los que están al frente.

Pero actualmente Carlos Alberto Loor, también conocido como el payaso Chinchorrín, se debate entre la vida y la muerte en un hospital de Guayaquil. “Yo me estoy recuperando, lamentablemente mi hermano sigue grave, los médicos nos han dicho que tiene un 50 % de probabilidades de vida, él (Chinchorrín) tiene afectados los pulmones”, manifestó consternado Luis.

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Los circos mantienen guardadas sus carpas y sus tablados.Cortesía

'Olvidados’ y sin acceso a créditos de BAN-Ecuador

Los representantes de los circos del país, agremiados en la asociación de Artistas Circenses Profesionales del Ecuador (Acirpe), aseguran que el Gobierno los tiene “en total abandono” y por eso piden atención.

“Dieron 5 millones de dólares para promover la reactivación de los artistas, pero han dado a los cantantes, actores, balletistas... y de los artistas del circo se han olvidado”, asegura Luis Calvache, el payasito Pipiolo, dueño del Golden Circus.

Su queja es ratificada por César Caicedo, el payasito Flautín, propietario del circo Roxelin, quien asegura que ellos plantean al_COE_Nacional se los considere la posibilidad de que les permitan realizar funciones con el 30 % de aforo, como ya se hace con los cines y los teatros.

Pablo Calvache, el payasito Marraketa, del Circo Rolex Ecuador, agrega que, al parecer, “el señor ministro de Cultura (Juan Fernando Velasco) creo que desconoce el tema, porque le hemos puesto documentos para que nos atiende y hasta ahora lo hacen”.  

Además, se queja porque no pueden acceder a los créditos de BAN_Ecuador, pero allí enfrentan otros problema: “La entidad no nos hace préstamos porque no hay un formulario que diga ‘artistas’. Como muchos en el país, necesitamos ese crédito para asegurar a nuestros niños, a nuestras familias y ponernos a trabajar en otras cosas para poder subsistir”.

Diario EXTRA le consultó al respecto al ministro Velasco, vía Whatsapp, quien nos remitió con su director de comunicaciones, Pablo Bustamante, para una respuesta sobre las observaciones de los artistas circenses, pero hasta el cierre de este reportaje dicha respuesta no llegó.