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El último beso

Todo era sonrisas, caricias y un buen momento íntimo casi todos los días. Era en la cama, en la sala o en baño. Donde sea y a cualquier momento.

Estaba cansada. No aguantaba estar cerca de él. Fueron 15 años compartiendo la misma cama. Con sus ronquidos y otros defectos... Así lo quiso y lo aceptó. Pero los años carcomieron el papel en el que plasmaron una verdadera novela romántica. Isabel y Rogger eran unos estudiantes universitarios cuando empezaron su historia de amor. Luego de tres años de novios dieron el paso al altar. Todo era sonrisas, caricias y un buen momento íntimo casi todos los días. Era en la cama, en la sala o en baño. Donde sea y a cualquier momento.

Con los años, ambos fueron perdieron esa atracción. Rogger, por su trabajo como marino mercante, pasaba meses fuera de su casa. En cada puerta encontraba un reemplaza para su esposa. Pero no crean que Isabel desaprovechaba su tiempo libre. Salía y conseguía alguien que ocupe el lugar de su esposo en su lado de la cama. También llamaba con cierta frecuencia a un amigo o exnovio para cumplir sus deseos.

Esto no era un secreto para Rogger. Un amigo lo alertó cuando vio a Isabel besándose con otro hombre en un bar. Siempre lo calló. Pero el mundo es pequeño. Ella también sabía de las aventuras de su esposo. Uno de los compañeros de Rogger lo ‘vendió’. Claro, por sexo. Isabel tenía lista la demanda de divorcio, pero no sin antes llevarse un último momento con él. Algunos pensarán: ¿por qué?

Era su esposo y en fondo lo quería. Además, 15 años de matrimonio no es poca cosa.

Una noche, fingiendo que la llama del amor aún calentaba su cama, sedujo a Rogger. Caminaron de la mano hasta el dormitorio. Ella se adelantó unos pasos y empezó a bailar muy sensualmente sin necesidad de música. Primero la blusa, luego la falda hasta quedarse en ropa interior. Rogger solo veía sin parpadear. Isabel recostó su cuerpo en la cama y llamó con su dedo a ese hombre que tanto detestaba.

El odio desapareció de momento. Bajo las sábanas no importaba lo que el uno sabía del otro. Sus cuerpos juntos. Sus manos acariciándose. Sus piernas entrelazadas y sus bocas unidas en un beso apasionado. El espaldar de la cama golpeaba la pared a cada movimiento. Isabel solo cerró los ojos. Sería por la excitación o porque no quería ver su cara, eso no importaba, lo disfrutaba; eso seguro. Rogger también.

Pensaba que otros hombres habían estado en su misma posición. No impidió que siguiera hasta el final.

La luz de sol pegó en el rostro de ambos. Sus cuerpos desnudos estaban abrazados. Isabel abrió los ojos y estiró su mano hasta el cajón de un velador. Lo abrió y sacó un papel. Lo dejó sobre el pecho de su esposo. El roce de las frías hojas despertaron a Rogger, quien solo atinó a sujetarlas. Las observó. Solo leyó el encabezado: “demanda de divorcio”. Isabel giró su cabeza para mirarlo. Ambos sonrieron. Un beso más... el último.