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Una noche de cuatro

José no dejaba de observar a su esposa. Su rostro y su cuerpo convirtiéndose en el placer de un extraño. Ella miraba fijamente los ojos de su compañero de ya una década mientras este acariciaba ese cuerpo ajeno.

Donde comen dos, comen cuatro... Es cuestión de compartir. Es muy fácil si hablamos de un plato de comida, pero ¿lo es también cuando nos referirnos a esa persona con la que vamos a la cama todos los días?

Muchos dirán que no. ¿Cómo vas a compartir a tu pareja con otra persona? Laura y José nos demuestran que sí es posible.

Este joven matrimonio cumplió hace pocos días 10 años de casados y reconocen que se lo deben a una única práctica: el intercambio de pareja. Son aquellas que gustan de hacer ‘ya saben que’ con otras personas, obviamente, con el consentimiento de su pareja.

El día de su décimo aniversario de boda, Laura y José organizaron una reunión en su casa con otra pareja que gusta de esta inusual práctica. La conocieron en Internet. Los cuatro cenaron, escucharon música, bebieron vino y conversaron casi toda la noche como si se conocieran de toda la vida.

Eso fue solo el preámbulo. Un guiño de ojo entre Laura y José fue la señal para levantarse del sofá y dirigirse a su dormitorio. Gregorio y Claudia, la otra pareja, los siguieron.

Cada paso era un prenda menos. El rastro detrás de ellos terminó en la puerta de la habitación. José tomó la mano de Claudia y caminaron hasta un sofá en un extremo. Laura tomó la de Gregorio y caminaron hacia la cama.

José no dejaba de observar a su esposa. Su rostro y su cuerpo convirtiéndose en el placer de un extraño. Ella miraba fijamente los ojos de su compañero de ya una década mientras este acariciaba ese cuerpo ajeno. Esa espalda que no era de ella. Esas piernas que no eran de ella. Esos labios que no eran de ella... No importa.

El calor inundó la habitación. Sus cuerpos sudorosos seguían dándose placer. Detenerse, en ese momento, no era una opción, pero así lo pidieron.

José y Laura ahora querían observar a sus invitados. Así fue. Le siguieron una serie de pedidos sádicos que puedan imaginarse. Uno tras otro fueron cumplidos sin cuestionar.

Los cuatro terminaron exhaustos. Luego de ducharse despidieron a sus invitados.

La pareja volvió a estar sola. Caminaron hasta la habitación. Cada uno, desde el lado de su cama, se acostó y apagaron las luces. Los gemidos y gritos de hace unos momentos ahora eran solo leves respiros. Ni una palabra. Ni una mirada. Voltearon hasta darse la espalda. Así se quedaron dormidos.