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Un tour de ultratumba

El proyecto Quito Post Mortem tiene como objetivo realizar visitas a los cementerios capitalinos. La gente tiene que vendarse los ojos para los recorridos.

Recorrido nocturno cementerio
Los recorridos se hacen en el cementerio de El Tejar, en el centro de Quito.Henry Lapo / EXTRA

Las hojas secas de los floreros de las tumbas crujen al paso del helado viento. La noche solo se ilumina con el fulgor de la luna imponente en el cielo quiteño. Un silencio etéreo domina el cementerio de El Tejar, en el centro de Quito, mientras un grupo de jóvenes aguarda a recorrer sus intrincados pasadizos.

Están nerviosos. No saben lo que les aguarda luego de colocarse una cinta negra en sus ojos. Hacen fila como si fueran a recibir un mendrugo de pan. Ríen inquietos como niños a la espera de una sorpresa, pero callan al momento que se les dice lo que se va a realizar.

Los integrantes del proyecto A ciegas, conformado por estudiantes graduados en Turismo, visten ropas oscuras para guiar a los muchachos.

“Tienen que apagar sus celulares y durante el recorrido está prohibido hablar”, refiere Alexandra Ortega, una de las promotoras.

La idea de caminar a ciegas es muy sencilla. En primer lugar, el turista va a desarrollar, en ese momento, una sensibilidad adicional mientras recorre el panteón. Lo otro es que se tenga un mayor respeto para las personas no videntes porque los ojos son esenciales en la vida cotidiana.

Pero, a su vez, se demuestra una mayor devoción a los muertos, muchos de los cuales han sido olvidados por sus familiares. Por ello, los chicos de Post Mortem (agrupación encargada del proyecto) escogieron este sitio.

El recorrido inicia. La única bulla que se escucha son los pasos de los caminantes. Las manos se mueven en el aire como si evitaran algún obstáculo invisible. Los demás, sin vendas, solamente los toman de sus brazos para evitar que caigan.

La melodía lúgubre de un parlante acompañaba el recorrido que se hacía lentamente. Apenas susurros salían de los presentes, que no sabían a dónde se dirigían por su estado de ceguera momentánea.

Entretanto, Ortega se aparta un instante para relatar lo que han vivido durante estos dos años de la iniciativa. “De esta forma estamos rompiendo el turismo tradicional. Aquí la gente se conecta con el lugar”, refiere.

Las visitas se realizan de una a dos veces por mes, con fechas establecidas por ellos. Por lo general, van 20 personas y para guiarlos están ocho, las cuales pueden aumentar dependiendo los usuarios.

Esto porque el espacio no es apto para ser más masivo. “Esto convierte a la experiencia mucho más personalizada”, acota.

Durante la descripción, Alexandra hace una pausa. Quiere contar las anécdotas vividas en los paseos de ultratumba para demostrar que nada es inventado o irreal.

Una noche llegó dentro del grupo una muchacha que era médium. Ella tocaba las tumbas diciendo que un espíritu no podía descansar en paz. Luego vino el cambio de temperatura y en la oreja de Ortega alguien le sopló.

Una sombra se movió y se escondió detrás de unos nichos. “Vi que era un niño y me quedé en shock”, relata.

Las impresiones

Verónica Ilicachi era la muchacha que más miedo demostraba. Cada paso que daba hacía temblar sus manos, que servían para tocar lo desconocido.

“Siempre he sido muy asustadiza. Cuando me siento perdida, me desespero”, acota. Sentía frío en su cuerpo, con la duda de lo que sucedería más adelante.

Pero lo que causó mayor temor fue el momento que les dieron una orden. Ella y sus compañeros debían entrar a una tumba vacía. Ilicachi entró con recelo, aunque mostró seguridad al interior. El nicho era estrecho y un plástico negro evitaba que se ensuciaran.

Una de las guías les mencionaba que reflexionaran sobre el sitio en el que se encontraban. Algún día, ese sería el destino final de cada uno de nosotros.

Otra de las actividades era jugar con el monje, interpretado por Jerson Ortega. Para hacer más tétrico su personaje, el chico de 19 años se pinta el rostro como si fuera un muerto. “Soy un alma en pena que aguarda el regreso de sus hijos fallecidos”, confiesa.

Para interactuar con los turistas, Ortega debe permanecer dentro de una cripta. Esos cinco minutos que, por lo general, está en ese lugar, son eternos a decir de los participantes.

Hay un silencio que envuelve, pero presencias que lo acompañan aunque no se las vea. “Me he ido acostumbrado”, afirma.

El recorrido terminó, pero cada uno se fue con una enseñanza: respetar a los muertos y a la ‘huesuda’. Además, saben que algún día les llegará su hora por lo que afrontarla es lo único que les queda.

(MAG)

Pilas con esto

Precio

Lo que debe cancelar una persona por el recorrido es 15 dólares.

Recomendación

Es preferible que no vaya gente claustrofóbica o con problemas cardíacos.

Lo curioso

Parte del paseo tiene como objeto visitar la tumba de Eugenio Espejo.

Vestimenta

Si va a esta aventura turística tiene que usar prendas y zapatos cómodos.