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El ángel de Dolores

Sin conocerla, Antonio Zamora rescató a Dolores Sánchez, a quien habían drogado. A ella casi le da un infarto, pero él la llevó hasta un hospital y cuidó sus pertenencias como fiel guardián.

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Antonio y Dolores se reunieron para relatar cómo vivieron el suceso.Miguel Canales Leon

Ella lo describe como un ángel. Él se ve a sí mismo como un sujeto común y corriente, sin jactarse de héroe, pero resaltando que los valores vienen desde casa.

La vida para Dolores Sánchez ha sido la definición de su nombre. Dos veces la han escopolaminado: la primera vez, hace 14 años, casi muere; y en la segunda ocasión, el pasado sábado 11 de marzo a mediodía, repitió ese espinoso camino, en el que Antonio Zamora fue su ángel.

En 2009, cuando fue escopolaminada mientras viajaba en la metrovía, los delincuentes le dieron una alta dosis de la droga, ocasionándole dos embolias cerebrales.

Aquello le generó problemas del habla, su pierna izquierda flaquea de vez en cuando y por ello tuvo que dejar su oficio de abogada. Realizó casi cinco años de terapia intensiva para poder recuperar esas funciones.

“Me arrebataron lo que más amaba”, expresa Dolores, sentada en una silla de la casa de su madre, al tiempo que parece ser observada, desde el reflejo de un portarretrato, por sus antepasados.

Sin embargo, la delincuencia volvió a atacarla. El pasado 11 de marzo, cuando iba en su carro por la parte de atrás del colegio Francisco de Orellana, compró unos dulces manabas en la calle.

En ese momento, un hombre, a quien describe como alto y delgado, le pidió dinero, pero ella no accedió a darle.

De pronto, el sujeto tomó un papel y lo pasó por el brazo de Dolores, quien en ese momento arrancó su auto y, algo mareada, llegó como pudo a la casa de Mercedes Muirragui, su madre, ubicada en la calle Esmeraldas, entre Francisco Segura y Sedalana.

Llamó a su progenitora con sus últimas fuerzas. En su pecho sentía que el corazón se aceleraba de manera desenfrenada y que le atravesaban con puñales en la espalda.

No podía ver y la boca empezó a pesarle, era difícil entenderle. Su madre pensaba que estaba teniendo un infarto.

De los nervios, Mercedes no podía conducir. Su hija menos, ella estaba recostada en el asiento del conductor a la espera de un fatídico desenlace.

En su cabeza tenía muy claro que esa situación ya la había vivido, pero la diferencia con la ocasión anterior era que debía luchar con más fuerzas por su hijo de siete años, quien padece de cáncer.

CONEXIÓN

Las historias están destinadas a conectarse. En casi toda una vida de vecinos, Dolores y Antonio no pasaban más allá del saludo.

Mientras Zamora estaba en el taller mecánico de su padre el día del ataque con escopolamina, un amigo de confianza llegó, algo nervioso, para contar que una vecina se estaba infartando.

Sin dudarlo ni un instante, el hombre corrió un par de calles y se encontró con la escena: un carro tirado con una mujer temblando al volante, con las uñas y labios morados, y una madre que lloraba a su lado.

La situación llegó al punto de que uno de los testigos empezó a orar. “Ella se estaba yendo”, rememora Antonio. No había tiempo para esperar ni de ponerse ansiosos. Cada segundo era valioso.

“¡Señora, cierre su casa!”, le dijo Zamora a Mercedes, mientras tomaba a Dolores, la bajaba de la silla del conductor y la pasaba al asiento trasero.

Lo único que pudo entenderle a Dolores fue la clave del carro y así Antonio arrancó en una carrera contra el tiempo al hospital Teodoro Maldonado, del IESS.

Durante el trayecto, por la manera en que condujo debido a la emergencia, otros conductores le gritaron todo tipo de calificativos: burro, bestia... y recibió también uno que otro saludo para su madre. La urgencia mandaba.

A LA ESPERA

Para sorpresa de Dolores y su madre, luego de seis horas de haber ingresado al hospital, Antonio continuaba esperándolas en el auto de ellas.

“En el carro estaban mis tarjetas, donde están mis ahorros para el tratamiento de mi hijo.Sabía la clave del auto, tenía mis pertenencias y no tocó absolutamente nada”, destaca Dolores viendo a los ojos a su ángel.

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Mercedes agradece a Dios y al ‘ángel’ que le envió para que las ayudara ese día.Miguel Canales Leon

Antonio calla. Su silencio lo acompaña con sonrisas tímidas. “Cuando salimos de la clínica, él nos llevó nuevamente hasta la casa para saber que estuviéramos bien”, continúa ella.

Aunque Dolores conoce la respuesta, él la repite con insistencia: “Estamos llamados a ayudar y no para ser vistos como héroes sino como seres humanos”.

Pese a la explicación, sigue viendo a Antonio como un ángel. Él, por su parte, se ve a sí mismo como un sujeto común y corriente, sin jactarse de ser un héroe. En ambos los ojos brillan.

¡Cuidado, van algunos casos de afectados con ‘burundanga’!

La mañana del viernes 17 de marzo se halló a una persona sin vida en una vereda de las calles Lorenzo de Garaycoa y Aguirre, centro de Guayaquil. No tenía signos de violencia y se cree que habría fallecido por escopolamina.

Días antes, el 15 de marzo se reportaron dos casos de personas posiblemente escopolaminadas.

Uno fue encontrado en la autopista Narcisa de Jesús, a la altura de Guayacanes. Estaba sin camisa y descalzo, además de desorientado. Al parecer sería pariente de otra persona que también fue encontrada por estos sectores.

Y en enero de este año se registró la muerte de Jorge Ortega, quien aparentemente fue escopolaminado en su vivienda, mientras estaba con dos amigos y otros dos desconocidos para su familia.

Sus dos amigos también fueron escopolaminados, pero ellos sobrevivieron. El día que fueron a reclamar por lo sucedido al apartamento de Jorge, recién se enteraron de su muerte, pues llegaron en pleno velorio.