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No le paran a los prejuicios
Apenas el 0,1 por ciento de los conductores de buses en Guayaquil son mujeres. Dos de ellas relatan sus experiencias frente al volante. Dicen que lo más extraño de su labor es la reacción de los pasajeros.

Además de ser conductora de buses urbanos, Magaly también realiza transporte escolar. Ella trabaja todos los días.
El bus de la línea 143 frena en una parada de la cooperativa Flor de Bastión a las 12:15. Emilia Yance mira incrédula hacia el asiento del chofer y saluda sorprendida: “¡Señora Magaly!, ¿no me diga que también maneja buses?”.
Magaly Cabrera le contesta con una sonrisa que se refleja en el retrovisor de su unidad. Ya está acostumbrada a que sus pasajeros la miren con extrañeza. Del año que tiene como chofer de uno de los 2.700 buses que circulan en Guayaquil, lo que más le causa gracia son las reacciones de usuarios cuando notan que es una chica.
Están los desconfiados, que le preguntan si sabe manejar. Los que ponen cara de susto y desorbitan los ojos. Los mal educados, que le dicen que se vaya a cocinar o groserías. Los que la ven y se bajan. Y los optimistas, que la felicitan por sentarse en un asiento que durante años ha sido ocupado por hombres.
Menos del 0,1 por ciento de los conductores del Sistema de Transporte Urbano (SITU) en la ciudad son mujeres. César Carranza, presidente de la Federación de Transportistas Urbanos del Guayas (Fetug) identifica solo a dos mujeres, de los 5.000 conductores de estos medios de transporte en Guayaquil. Más de cinco, no hay.
herencia de papá
Magaly es la primera de su cooperativa, la Orsagua Samanes. Tiene 28 años y maneja desde los 11. Estudió para ser auxiliar de enfermería, también comunicación social, pero ningún empleo la ha hecho más feliz que transportar pasajeros.
Es herencia de su papá, que fue chofer en su natal Santa Lucía, grita para que su voz supere el rugido del motor. Su ruta y su turno empezaron a las 12:00 del pasado viernes, en la cooperativa Voluntad de Dios. En menos de 15 minutos, los 18 asientos de su carro ya estaban ocupados.
Magaly los mira zangolotearse por el retrovisor. Hasta que llegan al sector de La Ladrillera, los caminos son de tierra y están repletos de baches que la joven trata de esquivar con poco éxito.
Ríe y dice que por esto, y por la competencia que hay entre buses, manejar en la ciudad es más complicado que en carretera. La primera vez que condujo un bus fue uno interprovincial, hace siete años. Allí descubrió que eso era lo que quería hacer toda su vida.
NO LE GUSTA COCINAR
Jhoanna Caranqui, en cambio, siempre supo que su vocación era el transporte, pero el pesado. Si ella pudiese, manejaría un vehículo más grande. Por ahora, está contenta con su unidad exprés de la línea 103, que a las 18:00 del pasado jueves, esperaba estacionada para salir a su recorrido desde el Guasmo Oeste.
Es oriunda de Guano, en Chimborazo, pero llegó a Guayaquil hace tres meses y asegura que ser conductora de transporte urbano la hace sentir plena. Además, en esa labor conoció a su esposo Wilson Yépez que le ayuda como oficial.
Sabe que ser mujer en este oficio es extraño, pero para ella no existe la frase “esto es cosa de hombres”. Tiene 30, pero desde que recuerda, jamás ha soportado las actividades que la sociedad le ha impuesto a las féminas. Respeta, pero no son para ella.
En Guano, trabajó como taxista desde los 22 años. Luego, de guardia en una compañía de seguridad. “A mí me gusta la adrenalina. La verdad, cocinar no me gusta”, reitera sonriente, aunque ese tipo de bromas relacionadas a los quehaceres domésticos la hayan hecho llorar en incontables ocasiones.
No le gusta que le digan lo que tiene que hacer y menos que la encasillen en un rol. Por eso quiere comprarse un tráiler porque mientras más grande sea el carro, como sus sueños, mejor.
Actualmente, Jhoanna es la única conductora de la Cooperativa Cristal Centro, pero antes de que termine el año podrían ser cinco. Carmen Manrique, presidenta de esa organización, contó que la joven ha inspirado a otras mujeres a hacer el curso de conducción profesional y dedicarse al transporte pesado.
Esa cooperativa tiene 80 conductores, pero Carmen pretende que a futuro, la mitad sea femenina.