En medio de incienso espeso, velas encendidas y miradas intensas, se desarrolla un encuentro gótico-esotérico dentro de un bar en el sector de La Mariscal, en el norte de Quito. No es solamente un evento alternativo, sino un ritual colectivo de apertura a lo desconocido.

Un espacio íntimo y cargado de simbolismo, con duendes y calaveras observando cada movimiento de los asistentes. Aquí también se dan cita médiums, brujos, curiosos y buscadores de lo invisible.

Entre los talleristas se encuentra Koni, una médium con años de camino espiritual, quien comparte un espacio de iniciación a la mediumnidad (servir de intermediario entre el mundo espiritual y el mundo de los vivos).

“Todos podemos canalizar energía. No es un don exclusivo, es una capacidad humana que se despierta con conciencia”, explica.

Su taller buscaba responder una inquietud común entre los asistentes: ¿es posible comunicarse con otras dimensiones?, ¿con los muertos? Para Koni, la respuesta está en la energía interna y el propósito con el que se busca esa conexión. “Somos puentes entre planos”, sostiene.

Según su visión, la mediumnidad requiere trabajo interior y humildad. La intención es importante porque advierte que si se busca solo poder, “te perderás; si tu ego sobrepasa tu humildad, el universo te lo quita”. Afirma que muchos comienzan el camino de la luz y terminan desviándose hacia la manipulación y la magia negra.

El mundo del ocultismo en Quito 

Y justamente la dualidad que menciona Koni es parte del evento: luz y sombra conviviendo en un mismo lugar.

Corax Hidalgo llega con una perspectiva más disruptiva y oscura. Representante del Grimorio Oculto, él trabaja con velas y rituales creados con huesos molidos, ceniza de tabaco y tierra negra que, afirma, canalizan el poder ancestral. “Hay casas donde cortan un dedo a sus muertos para que los protejan. Esos restos los uso para activar las velas”.

Su método, llamado RCM (Respiración, Concentración y Meditación), busca llevar a las personas a un camino práctico y ceremonial de iniciación en el ocultismo.

Explica que cada vela se cura durante 7, 15 o 21 días. Se entierra y se deja que tome contacto con elementos como el aire, el agua y la tierra. Luego se activan con el propósito del nuevo dueño. No se trata, según él, de superstición, sino de un camino estructurado hacia el conocimiento profundo de las fuerzas invisibles.

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En este contexto, Koni no niega la existencia de la magia negra, pero sí critica su uso irresponsable. Sostiene que todo don puede servir para sanar o para dañar. El problema es cuando el conocimiento se transforma en ambición. “Ahí el ego reemplaza a la conciencia y se rompe la ley universal”, argumenta.

Ambos coinciden en que el ocultismo no es una moda sino un camino profundo, personal y en constante riesgo de ser malinterpretado. Tienen dos rutas distintas para entender lo que no se ve.

En un país como Ecuador, donde las culturas urbanas siguen siendo marginales, estos espacios son casi actos de resistencia espiritual.

Emprendimientos macabros

Pero el evento no solo fue místico, también fue sabroso. Entre las velas rituales y los péndulos, un aroma dulce flotaba en el ambiente.

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Era el rincón de los esposos Elena Quinchuquí y Sergio Moya, quienes tienen un emprendimiento que combina lo ‘dark’ (oscuro) con lo delicioso. “Nos enfocamos en quienes ven lo bonito de lo oscuro”, indica la pareja.

Y no exageran porque venden desde chocolates en forma de cráneo, figuras personalizadas en ataúdes, hasta pasteles temáticos con pedidos tan bizarros como creativos.

La pareja ha convertido su imaginación gótica en una marca distintiva. No se trata únicamente de decoración, sino de una estética que envuelve el sabor: pizzas con formas macabras, postres de cumpleaños que parecen salidos de una película de terror, y dulces que coquetean con lo tenebroso, sin dejar de ser encantadores.

Este tipo de emprendimientos son parte esencial de la comunidad gótica porque no solo sostienen la cultura, sino que le dan cuerpo y forma: la visten, la alimentan, la hacen circular.

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