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¡Un tiro de suerte!
Su padre le dio una golpiza y ella, cansada de los maltratos, se pegó un tiro. La bala le entró por la nariz y le salió por la nuca, pero sobrevivió.
Hace 26 años, Sheyla se disparó debajo de la nariz con la finalidad de morir. Los maltratos y los golpes que recibía de su padre la llevaron a cometer esta locura.
El fatal momento ocurrió el día en que celebraba dos años de vida de su hijo mayor y su papá llegó a visitarla. Él la invitó a un culto evangélico en una iglesia, pero ella le dijo que no podía acompañarlo.
Fue entonces cuando el hombre le desfiguró el rostro a punta de puñetes, delante de los invitados.
A sus 44 años, Sheyla decide contar su dramática historia, aunque prefirió guardar su apellido en reserva. En la actualidad es madre soltera de dos hijos mayores, de 24 y 18 años. Trabaja como enfermera en un centro de salud pública, pero también es actriz de la serie televisiva ‘La realidad’ (historias impactantes). Ella vive en un pequeño departamento que alquila en el suroeste de Guayaquil.
Pese a su edad, Sheyla conserva su menudo y delgado cuerpo, pero su cabello tinturado de mechones cenizos la hacen ver como una mujer de carácter fuerte. Sin embargo, cuando recuerda el día en que se pegó el tiro debajo de la nariz, las lágrimas corren por sus mejillas. Además, siente un escalofrío que la estremece.
Desde la infancia se crió con su padre, quien la corregía de una forma ruda. Durante la adolescencia recibió puñetes y patadas. Las golpizas eran porque se iba a bailar sin permiso.
LA HISTORIA
Relata que su progenitor le contaba con amargura la dramática historia de amor que vivió con su mamá, quien provenía de una familia acomodada.
“Mi familia materna separó a mis padres, porque mi progenitor era el muchacho del barrio”, señaló.
Recuerda que aunque se crió con su padre, este la dejaba visitar a su madre en la casa de sus abuelos. Su mamá también le contó parte de ese romance, que se concretó cuando se escapó del expreso del colegio para irse con el amor de su vida. “Fruto de esa relación nací yo”, rememoró Sheyla con tristeza.
Le gustaba visitar a su madre porque ella la llevaba a Huaquillas a comprar ropa para vender. En ese entonces, la mujer era enfermera y trabajaba para el Ministerio de Salud Pública y manejaba su propio dinero.
Añade que de niña, cuando su padre salía, se quedaba sola en su casa. Por eso buscaba la calle para distraerse con otros niños, con quienes aprendió a jugar pelota. “No me gustaban para nada las muñecas”, narró.
Pero cuando su progenitor llegaba, este no quería que nadie lo molestara, porque se encerraba en su cuarto a consumir marihuana con unos amigos. “Había vecinos que le daban quejas a mi padre de mí y él me castigaba duro”, dijo.
Sheyla confiesa que le apasionaba el baile, en especial la salsa, algo que no podía controlar, y los mayores problemas con su padre eran porque se escapaba.
Recordó un sitio peculiar llamado ‘La cevichada’, donde se comía y bailaba. Llevada por la emoción, un día se fue sin el permiso de su protector.
De aquel sitio se fue a bailar a otro lugar considerado de lo último. Pero ese día, su padre la encontró y le dio una golpiza delante de la gente.
SE ESCAPÓ DE SU PADRE
Cansada de los maltratos habló de su situación con un amigo, quien la aconsejó que se fuera de la casa. “Me fui donde mi enamorado, Wacho, él era muy pobre”, señaló.
La cama de mi novio era un cartón con una sábana bien gastada, “pero para mí, su casa era como un castillo y no me sentía presa como con mi padre. Sentía paz, porque su familia me quería mucho”, contó. Sin embargo, su mamá, al enterarse donde estaba, la fue a buscar y la regresó a su hogar.
Fueron varias las veces que se escapó para irse a bailar, pero en una ocasión se quedó dormida y cuando despertó decidió irse a vivir a la casa de su amigo Juan.
Por ciertos síntomas que presentaba en su salud, buscó a su madre, quien le hizo hacer un examen de embarazo, el cual salió positivo. Fue algo que no lo esperaba, pero tuvo que enfrentarlo.
LA ÚLTIMA PALIZA
Cuando se convirtió en madre, logró por fin liberarse de su padre y vivir independientemente. Su progenitor asistía a una iglesia cristiana y, aparentemente, había cambiado. Pero un día, cuando llegó a la casa de Sheyla, quien celebraba el cumpleaños de su pequeño, la invitó para que fuera al templo. Ella le dijo que no podía ir, porque estaba con su hijo y los invitados. El hombre se exaltó a tal punto de hacer un escándalo, la insultó y golpeó como un loco.
“Le grité que no me volviera a buscar en su vida. Entré al departamento y los invitados me vieron desfigurada de tantos golpes”, narró estremecida.
Se encerró en el cuarto a llorar hasta que se quedó dormida, pero al despertarse con mucho calor arrastró el colchón hacia la sala y se percató que debajo había un arma, la cual había sido guardada por un amigo marino que fue a la fiesta.
“Como película pasaron por mi mente todos los maltratos que recibí de mi padre. Me puse la pistola en todos los lados de la cabeza, boca, frente y nuca. No sabía dónde acertar para no librarme de la muerte”, detalló.
Sheyla rastrilló el arma, en la cual solo había una bala, y luego sintió el fogonazo. “Cuando el proyectil entró en la carne no sentí nada”, describió.
Escuchó los gritos de las personas. La sangre le salía por boca y nariz. “Me ahogaba, la gente llamaba una ambulancia”. Logró ser trasladada en un taxi hasta una clínica.
En la casa de salud, el sangrado fue controlado. La bala le entró por debajo de la nariz, descendió por el paladar, y salió por la nuca.
En peligro de muerte tuvo un sueño y se vio en su barrio de la infancia. Sheyla corría con sus amigos, cuando en el cielo vio a Dios, con un manto resplandeciente y un aura indescriptible. Le extendió su mano derecha y le dijo: “Tú todavía no te vas a morir, porque tienes que ayudar a alguien”.
Agregó que la imagen jamás tocó tierra. Luego volvió en sí y vio a su padre parado al pie de su cama pidiéndole perdón. Con el pasar de los años, Sheyla ha entendido que esa persona de la que Dios le hablaba en su sueño y que debía ayudar era su hijo mayor, quien por desgracia cayó en las drogas. El sufrimiento para la ella es grande, pero su fe es más fuerte.
Su hija lo mandó a la cárcel por golpearla
En julio de 2006, en el cantón Durán, una joven mandó a la cárcel a su progenitor por agredirla físicamente. Ella fue atacada con una escoba y una cuchara de palo en la cabeza. Estaba en el sexto mes de embarazo y casi aborta al bebé.
Cuando agredió a su hija Mariela, Patricio Ronquillo, de 46 años, estaba ebrio. “Le pegué unas cachetadas, porque le reclamé ciertas cosas y me alzó la voz”, refutó desde la celda.
Tras la paliza, los vecinos llamaron a la Policía para agarrar al iracundo padre que había dejado moribunda a la muchacha, de 20 años. No podía caminar, ni hablar, y fue trasladada hasta una casa de salud. En ese entonces, la joven tenía dos hijos. Sobre la discusión dijo que cuando entró al cuarto vio que uno de sus niños, el de 2 años, estaba siendo “aplastado” por su padre.
Indicó que era la tercera vez que le pegaba de esa manera. “Solo pasa tomando y las otras ocasiones ha sido por defender a mi mamá, a quien maltrata cuando está mareado”, narró.