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En la década de los 70, Quito experimentó un cambio importante: dejó de ser la ciudad de calles empedradas y comenzó el nacimiento de lo moderno. Nostalgia a la vena.EXTRA

Ecuador, del circo al fracaso de los infames: 50 años en relatos de amor y odio

Ecuador pasó de la siembra a la letrina. Su democracia se envileció; las chacras, saqueadas. Este es un viaje nostálgico y también crudo a los años 70

Cuando papá terminaba de leer media hora de ‘Los tigres de Mompracem’, de Emilio Salgari, yo caía dormido en su pecho: la imaginación a tope y esa certeza de abrigo y protección… no volvieron jamás.

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Al otro día, en el patio: un cartón hacía de barco, el palo de escoba era una espada, el escuálido jardín, una selva impenetrable. ¡Y los piratas venían por nosotros!

Los mocosos del barrio, divididos en bandos: el botín se disputaba a palazos. Tan reales los combates que, entre los imaginados muertos y heridos en batalla, asomaba uno sangrando la nariz y, como pirata que se respete, hasta medio cojo.

Juan Andrés Duarte (izquierda) y Orlando Swartz se reencontraron en 2017 en el ‘Tontódromo’ de la avenida Amazonas.EXTRA

El Ecuador agrario, el paisito hecho a martillazos, el prepetrolero, fue tomado —por asalto— por los militares, que jamás supieron qué hacer con la repentina fortuna nacional. Una clase media ancha y con capacidad de consumo que dio para comer, estudiar y reír.

Por suerte alcanzamos a jugar

Para esos 70, con la bicicleta omnipresente, se acampaba en el humedal que fue el parque La Carolina o en la misteriosa Laguna Seca, camino a Cruz Loma, por el bosque de Miraflores, custodiado por perros feroces y espectrales guardias con escopeta en mano.

El verano duraba de julio a agosto: la ciudad se volvía amarilla, todo vestigio de pasto era calcinado por un ardiente sol afroquiteño, pero jamás hubo un incendio.

El resto de días, en la Concentración Deportiva de Pichincha: ping pong, judo, kárate, básquet.

Tardes de ‘cine continuo’

Canguil en funda, en las tandas de películas de ‘cine continuo’: salas repletas para ‘pelis’ de vaqueros, con Clint Eastwood en modo fuego; las mexicanas con papá Cantinflas (El padrecito), matando de risa y de pena, melodramas a la vena.

Más noche, las radionovelas: Kalimán o Porfirio, el ojo de vidrio.

Nada como las hindús: El niño, el toro y la gitana, que hacían llorar toda la sala, toda la tarde. Entrados los 70, irrumpieron las obras maestras de Bruce Lee (Cinco dedos de furia), que se celebraban —en tiempo real— a quiño limpio, a la salida del teatro Capitol.

Una que otra fallida aventura, a ver las ‘prohibidas’, en el Hollywood o el América.

Toros miura y cantaoras de verdad

En el Teatro Bolívar, obras infantiles tipo Blanca Nieves. En la tele blanco y negro, Don Evaristo abofeteaba a los políticos con sus estampas quiteñas y ‘El indio Mariano’, con su humor de las alturas.

Fiestas de Quito: 40, coches de madera, carreras de verdad; artistas de la muleta, toros miura y cantaoras de linaje, orquesta en cada barrio. Mamá fuera de sí: Julio Iglesias cantando en el parqueadero del CCI.

El Atahualpa a ‘full’, Yaguarcocha de película

El Atahualpa de Quito, repleto con 45 mil almas, vibrando un El Nacional - Barcelona: longos versus monos. Con papá a misa de 6, desayuno y vuelo a general sur: ¡toma tu tripleta!

Fulbito en las calles o en bombardeadas canchitas de tierra: clásicos de barrio, madrinas regias: “los de arriba vs. los de abajo”, desempate a puñete, a veces.

Boxeadores como el mítico Jaime ‘Chico de Oro’ Valladares que, mal dormido, en el 68, disputó un título mundial contra Hiroshi Kobayashi, en Tokio.

26 de junio de 1972 (der.): Desfile para trasladar el primer barril de petróleo desde el aereopuerto Mariscal Sucre hacia el Templete del Colegio Militar Eloy Alfaro.Archivo

Y el cachascán, con ‘Fortunato el Hermoso’, ‘El Monje Loco’, entre otros ídolos enmascarados y panzones.

Carreras de caballos en el Hipódromo La Carolina. Y todo en sucres: el cambio contra dólar, a menos de 20 ‘latas’ para los 70.

A dormir en el cajón de la Toyota del abuelo, miles viajábamos a Yaguarcocha, por las cinematográficas ‘12 Horas Marlboro’: Porsche, Ferrari, el Camaro Z-28 de Michel Vignolo; guayaco al volante, mi ídolo hasta la fecha.

Papá era payaso y en la tienda fiaban whisky

En las fiestas infantiles, papá era payaso, animador, mesero. Regalitos baratos, torta hecha por mamá.

En las tiendas vendían whisky, en el puerto de Esmeraldas los cigarros de Al Capone y perfumes franceses: cosa de dar con el pana y su mochila llena de prodigios y lujos, todos accesibles.

Las fiestas de colegio eran en la casa de la tía: trago al que ponía los discos y al que apagaba la luz, en el set de baladas en inglés: oportunidad para breve ‘atarzane’ a la colegiala linda colegiala. Puros criollos, chupábamos —copiosamente— el ‘Siete Letras’.

Llegamos a maltones, el vecino con auto, el universitario; bailaban disco en La mariposa negra, La Licorne, Pianoteca, La Sixtina: unos a hacer lámpara en la disco; el resto, al barrio, a las ‘encerronas bailables’, regadas de las incendiarias puntas de Calacalí.

Ochenteros, surgen juegos de pantalla: los famosos Cosmos, el inolvidable Pac-Man.

Todavía abrían los casinos y miles de tardes se mataron, espléndidas, en el ‘Tontódromo’ de la Amazonas: autolavado, coqueteo desatado, ‘levantes’ de milagro.

Mañana el payaso estará muerto

Cuando llegaba el circo de los Hermanos Fuentes Gasca, todos bien peinados a disfrutar del exótico show.

Una tarde, el payaso no dio la altura. Papá, muy serio: “Reirás nomás, hijito, vaya a ser que el año próximo no haya para el circo”. Sí, papito: ja, ja, ja.

Leía una frase de Jim Carrey: La Máscara, entre otras pelis. “Cuando desayuno en mi jardín, lo veo, poco a poco; lo gozo, despacio. No sé si mañana me levante y aún esté aquí para mí”.

El fracaso de los infames

“Ríe ahora, mañana quién sabe si hay payaso”. Nunca la dimensioné como una sentencia.

Tuvimos un país hecho a martillazos, fuimos entrenados para inventarnos la alegría y no morir en el intento.

¿Sobreviviremos al fracaso de los infames? Es tarde: las verdosas hienas que nos depredaron hoy se pelean entre ellas, babosas de cinismo.

Y si los depredadores se caen a dentelladas, al resto no le queda ni carroña. No asaltaron la chacra: la dejaron en llamas. ¡Y se largaron! Resucita, taita. ¡Y vamos al circo!

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