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Venus, sus gafas, la gorrita del Capibara: una diva a la moda.Esteban Michelena

La historia de José Miguel Cubero: entre el 'amor perruno', dolor y largos recorridos

José es parte de los colombianos originarios de Sincelejo que, desde la década de los 90, abandonaron la costa caribeña debido al conflicto armado.

Estaban desayunando cuando llegaron los armados. Les gritaron que se tienen que ir. José Miguel Cubero contestó que no tienen dónde, que apenas trabajan el cacao: los intrusos desataron una lluvia de balas. “Me mataron a mis padres, un tío, la familia, los perros…”.

Entrados los 90, Colombia se desangra: la Constitución de 1991, establecida para procurar la paz, es ineficaz ante la magnitud del problema. Los grupos armados se disputan el poder desde la periferia y el interior.

“Con mi esposa y un sobrino, nos arrastramos a una ciénega”. Un viacrucis hasta recibir ayuda, que no llegó. “Mi mujer, jovencita, al otro día de los muertos, empezó a ahogarse, de tanto llanto. Le miré caer al suelo”, se quiebra. “Le dio un infarto. Es que de la pena sí se muere”. De no creer, su perrita le consuela: refriega su cabeza en el pecho de José.

Sincelejo y el Dulce Nombre de Jesús

Los devastadores episodios fueron en Sincelejo, campo adentro de esta capital del departamento de Sucre, en el Caribe colombiano. Es la cuna de los legendarios Corraleros de Majagual, famosos por sus acordeones en el Festival de Guararé, un clásico de las fiestas del Dulce Nombre de Jesús.

José vivía de la tierra, gallinas, chanchos y una vaquita de subsistencia. Sin tener dónde ni a quién amar, decidió volverse un caminante. Cita a una hija, casada con un ecuatoriano y residente en Ibarra. Llegó a compartir novedades. No halló trabajo, partió.

José viaja a pie, bus o camión; ha navegado y trepó a lomo de mula. Errante, indefenso, silencioso. Mochila, carpa, cobija, la poca ropa, el contado dinero. Es la imagen de David Carradine de ‘Kung Fu’ (serie de televisión estadounidense famosa de la década del 70), con su flauta y morralito, resolviendo entuertos por el mundo.

José, Venus y Blanquito, atentos ante los transeúntes de la calle Cuenca.Esteban Michelena

Brasil y el rescate de Venus

Llegó a Manaos (Brasil), trabajaba en una mina de oro. Una noche, de vuelta a la barraca, oyó quejidos. En el basurero, una perrita: tapada de llagas, con insectos perforando su cuerpito. “Lloraba, le vi los ojos”. José escuchó el lamento del amor: la rescató, para siempre.

Le dio veterinario, convalecencia, mimos. A los dos meses era otra, tan linda que le llamó Venus. Al medio año, terminado el ‘saque’ del precioso mineral, debían partir: optó por Venezuela, caminaron a la frontera.

En el eterno viaje, Cubero paró en una pequeña ciudad, como a diez horas de Río de Janeiro: reposteros, fábricas de dulces, chocolates. Un profesor le dijo que la perrita es exótica, de origen portugués. Venus es “rubia”, graciosa, vivísima.

“Aprendí poquito portugués, para trabajar y vivir. Nos abrieron sus casas, nos daban comida, abrigo. Venus endulzaba a los niños, sus padres, profesores. Fueron meses de paz, alegría. Brasil es lo mejor que tuve”.

El tren de Guayana y el primo de las pirañas

Fueron a parar en Ciudad Bolívar, sur de Venezuela, límite con Brasil; selvas y cuenca de los ríos Orinoco y Amazonas. “Hay tribus y, a los niños, mi Venus, les encantaba. Pescaban el famoso bocachico, bagres inmensos, el caribe, que es primo de la piraña pero que asado es rico. Jamás nos hicieron daño”.

Había guerrilleros también. “Andan entre Brasil y Venezuela, el Tren de Guayana, les dicen. Guayaneses y venezolanos, sacan oro y diamantes, pagan bien el combustible para los molinos. Se encariñaron de Venus, quise trabajar, pero me dijeron que no, que es zona caliente y pega el paludismo”.

Venus, antes de su corte de pelo, con pinta de futbolista brasileño.Esteban Michelena

Quevedo: Venus se volvió una fiera

Cuando no hay donde alojarse, buscan un lugarcito y duermen en su carpa. No siempre corren con suerte: en Quevedo, un malvado quiso quitarles lo poquito.

“Me defendí, pero con un palo pesado me partió la frente, me bañó en sangre, me seguía pegando; yo no soltaba mi mochila”. El final se venía de espanto, pero Venus salvaría la vida de su salvador.

“No veía bien por la sangre, pero ella se abalanzó, le tumbó y le arrancó un pedazo de carne de la pierna, ahí le tenía, contra el suelo. Salió el sol, llegó la policía. Mi Venus me salvó. ¡Robarme, a mí!”, se entristece.

Guarda silencio. Enseña el lugar en la cabeza donde le estalló el palazo. Le pregunto por mejores días. “Chile es bonito, pero a nosotros no nos queda bien el frío”.

Yo me quedo en Quito

“Llevo seis años en Ecuador. Conozco Guayaquil, Quevedo, Cuenca, Ibarra, Esmeraldas, Atacames: ahí me dieron comida y techo, en los canchones. Ayudaba en las tareas y Venus también trabajaba, atraía comensales: los niños llevaban a sus padres”.

Aprendió a cocinar esmeraldeño, les enseñó a hacer el ‘pabellón’, receta de su lejano Sincelejo. “Carne mechada, va como seco, con frijoles negros en menestra y ensalada; se cocina aparte y se junta: es un pabellón, tiene de todo”.

Con 58 años bien andados, ya no está para más trotes. “Pienso quedarme en Quito. Cuando puedo, voy a Ibarra a visitar a mi hija; a veces un hijito que tengo en México me manda un alguito. A veces”.

José, esa mirada... Venus, su artista y compañerita.Esteban Michelena

Doblan las campanas, mañana será otro día

Ladra, de repente, un samoyedo (raza de perro originaria de Rusia), otro perrito que un vecino le encargó; a cambio de platita y comida. Los niños saludan a Venus, dejan unas moneditas; le festejan y acarician.

Languidece la tarde, la iglesia de La Merced se recorta contra el cielo. José recoge sus cositas, voltea el tarrito de monedas en su mochila. Doblan las campanas, llamando a misa. Se van perdiendo sobre la calle Cuenca. Venus va saltando, tan graciosa, ladrando a José; como celebrando que, por hoy, están a salvo. Y que mañana será otro día.

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