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La historia del riobambeño 'Bin Laden' en Quito y sus hamburguesas 'chancrosas'
De las mejores hamburguesas populares, se comen en el kiosco parrilla de Mauro Piñas, un aguerrido emprendedor riobambeño que empezó hace 26 años
Riobamba, un día de 1997. Mauro Piñas y sus panas acordaron un pacto. Vivían un crítico momento emocional de sus vidas y decidieron frentearlo. “Aprendamos a hacer hamburguesas, con eso salimos”, dijo Mauro.
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Dos años después ya estaban, aventador en mano, llamando comensales en su primer puesto, ubicado en la avenida Daniel León Borja: nacían, en la Sultana de los Andes, sus populares hamburguesas al carbón.
Mauro cuenta que en 1999, los relajos callejeros contra la dolarización le beneficiaron. “Llegaba full gente, medio ahogada, a comentar los incidentes”. Él los atendía con sus golosinas al carbón. “Luego toda esa gente se hizo cliente”, afirma.
Una hamburguesa distinta. “Siempre fueron al carbón, súper sanas: la simple con queso y las de queso con piña, clásicos del comensal. Cuando empezamos era en sucres, luego a dos dólares del Tío Sam”.
La conquista de la Bolivia
Tuvieron éxito y en 2003, sin cerrar el local pionero, viajaron a Quito. Les tocó lidiar con los eternos trámites del Municipio. “Tuvimos un cochecito parrilla, nos instalamos en la 18 de Septiembre, zona de funerarias: siempre hay gente despidiendo su muertito”.
Dando vueltas por la zona, se fijaron en una esquina, cerca del estadio universitario. Formalizaron todo, instalaron el coche, que lo guardaban tipo doce de la noche en un garaje frente a la facultad de Odontología.

Al poco tiempo, el Municipio les ofreció el kiosco. “¡De una!”. Desde entonces, sus hamburguesas se venden una tras otra, en la impecable parrilla ubicada en la acera de Bolivia y avenida Universitaria, barrio Miraflores.
Un parrillero rockero
Mauro cumplió sus 55, con su eterna sonrisa y pinta de toda la vida: larga cabellera azabache, poblada barba, su mandil y alguna camiseta negra. La de esta tarde recuerda a Marlon Brando, en ‘El Padrino’.
Otras veces luce camisetas de bandas de rock, música oficial del puesto. “Acá siempre le hacemos más al heavy metal”, dice, con cara de baterista. Y explica que de ahí salen sus apodos, a gusto del cliente.
“Nos dicen las hamburguesas de Bin Laden”, se ‘mata’ de la risa. Y viéndolo bien, sí tiene Mauro un aire talibán. “Las chancrosas de la Bolivia, las hamburguesas del rockero, el mata leonas”, explica, respecto a su eficaz solución nutricional.
De a poco prendió el carbón
Emprender con el kiosco fue una inversión de cerca de cinco mil dólares. “Full ahorro, préstamos al banco. Te ofrecen plata, con interés diario: no damos chance”. El cabildo les exigió un modelo con chimenea; aprobaron ampliarlo para que entre la parrilla.
A la gente le gusta comer en la calle. “Acá han llegado parejitas de novios universitarios y luego vuelven ya casados y hasta con guagua”. Sus clientes disfrutan su atención, ese ángel y autenticidad de un buen hombre.
“Ahora, con las redes, toca estar pilas. Los chicos comentan, preguntan. Una vez llegó Lucio Gutiérrez, también gente de la Revolución Ciudadana. Cliente vip es un escritor de acá del barrio, pero mejor no digo el nombre”, vacila don Bin Laden.
El sueño del justo
Mauro y sus panas abren tipo tres de la tarde. A las cinco, con la parrilla encendida, ya les caen los hambrientos. “Le damos parejo hasta las doce de la noche. Dormimos bien, cansados, contentos. Desayunamos a las nueve y enseguida a alistar la carne, las lechugas, tomates. Almorzamos tipo una y empezamos la logística”.
“Mercado una vez a la semana, con proveedores de años de confianza: carne de primera, pan del día; los vegetales los cortamos a diario, nunca se guarda nada: todo tiene que estar fresquito. Eso lo sabe la gente, por eso viene. A veces, buses completos de gente que va para la costa, furgonetas de músicos, futboleros”.
En línea de cuatro
Asistir al despacho de las hamburguesas es divertido y aleccionador. Los cuatro se mueven ni que coreografía. Mauro es responsable de asar las porciones de carne: suficiente para que queden jugosas, atento a que no se quemen.

Rubén, jefe de verduras y cortador de cebolla blanca, la lechuga y el tomate; que añade con prolijidad sobre el queso, encima de la carne; también enfunda las delicias. Fuera del kiosco, Pablo es el cajero y pasador de las gaseosas: tigre para sacar cuentas y dar los vueltos. Alex es jefe de limpieza de la parrilla, experto en carbón y encendido. Jhon es el creativo de salsas y ensaladas. Han desarrollado un método: las hamburguesas salen, con un nivel de calidad establecido, en tiempos adecuados. “Nos damos con cualquier hamburguesería internacional”, saca pecho Mauro.
Dos guaguas y local nuevo
Mauro transmite la buena vibra de un trabajador apasionado y honrado. “Me acompaña el rock desde niño; bandas no muy comerciales, grandes músicos; la gente pregunta y escucha con agrado; a ratos atendemos pedidos de canciones”.
Son par de décadas de voltear hamburguesas de exportación. Mauro tiene su compañera y dos ‘pelados’. Gusta del fútbol; cuando juega la Tri, aumenta la presión alta. “La ‘pípol’ llega a comentar los partidos”. Y el guerrero de las chancrosas los deriva a su local, al frente del kiosco.
Bien puesta esa cocina industrial, muebles de madera rústica barnizados, pulcritud, buen gusto. Hamburguesas, papitas fritas, cortes de carne asada. “Vamos bien”, suspira.
Las hamburguesas los impulsaron a él y a sus panas a salir airosos en un momento agobiante de sus vidas. Así honró a sus padres: Luis, con su taller de bicicletas, y Aida, crack de la costura. Por eso, cuando hay remanente, va a casas que cuidan la salud emocional.
Mauro queda contento, es fan de EXTRA. “Vamos bien, vecino, vamos bien”. Miro a los hamburgueseros en acción: son el Ecuador que no claudica, que se juega cada día su propia final de vida.
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