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¡La morgue del terror!
Construido en 1873, el anfiteatro del antiguo Hospital San Juan de Dios abre sus puertas para un recorrido teatralizado de miedo y sensaciones..
Azotan los viejos ventanales. ¡Boom! Las bisagras oxidadas de las puertas rechinan cuando el viento –o quién sabe– las mueve. ¡Rrrr! Las paredes exhalan un olor a muerte, a miedo... En la oscuridad, la luz tenue de las velas solo alumbra los largos y fríos pasadizos. Y en un pequeño cartel se lee: “¡La morgue del terror!... No es apto para cardiacos ni menores de edad”.
Al pie de la Virgen del Panecillo, en el Centro Histórico de Quito, se levanta una antigua construcción de barro que durante siglos fue ocupada para diseccionar cadáveres, atender a enfermos... El exanfiteatro del Hospital San Juan de Dios. Construido en 1873, en la segunda presidencia de García Moreno, aquel sitio fue testigo de varias batallas, como sería la de Tarqui.
“Dicen que a este lugar llegaron los cuerpos de aquellos que murieron en la batalla”, relata una joven de cuyos ojos brotan unas arterias finas y rojizas. Lo hace hacia un grupo de universitarios que llegó el jueves desde Ibarra y que espera en un patio de cemento la luz verde para entrar en la misteriosa casa que alguna vez fue una morgue.
Silencio. 19:30 empieza el tétrico y teatralizado recorrido. ¡Atención! Indicaciones: no usar celulares. Caminar sin sujetarse del otro. Entrar en grupo. Y nunca –nunca– separarse de este.
A pocos metros se escucha la voz de Josefina... Está detrás de unas rejas que conducen a una especie de sótano. Cubierta con una venda en la cabeza, la ‘paciente’ se escabulle entre los jóvenes estudiantes que, apenas iniciado el recorrido, tienen la piel erizada. Al sentir aquel escalofrío que les provoca desplazarse en un sitio donde la temperatura bordea los 15 grados y la luz de las velas es su único respiro.
“Las paredes guardan el sufrimiento y el dolor de las personas que padecieron enfermedades”, narra un ente que viste ropa negra de pies a cabeza. Es el celador. Camina despacio y habla bajito, como si alguien –del más allá– lo estuviera escuchando. Y porque aquellos que alguna vez cruzaron por allí, por el primer anfiteatro y escuela de anatomía humana y disección, y murieron. Merecen respeto.
Sin respirar
El recorrido continúa. Hay que subir gradas, atravesar puertas, bajar gradas... también hay que estar con los cinco sentidos en alerta. ¡Grrr! Gruñe de repente un hombre que corre entre los pasillos y que conduce al grupo hacia una habitación donde un maniquí ensangrentado cuelga del techo. Yacen ahí los restos de Manuel. Aquel espacio –hace años– estaba destinado para los pacientes con tuberculosis. Una de las primeras epidemias que azotó Quito. Así como la viruela y la lepra.
Los chicos miran a los lados. Se asustan. Tiemblan del miedo. Y no cumplen una de las indicaciones: no tocarse los unos a los otros. Se atrincheran entre sí para soportar el humo blanco que invade los pasadizos. O para repeler la aparición de algún ente que muy bien podría haber salido de ultratumba. Cuando se calman, entonces avanzan.
—“Profe, ya no quiero estar aquí”, dice un estudiante.
—“Tranquilo... Solo es una morgue”, bromea el docente.
Y entran en la habitación más oscura de la casa. Del antiguo anfiteatro. [A mí me ha empezado a doler la cabeza. Siento el ambiente pesado]. En aquel cuarto con piso de madera está María. La imagen más aterradora. Es una niña que tiene sobre su pecho sanguinolento una muñeca. Dicen que “quiso tener hijos. Nunca pudo”. Come sesos. Llora. Y con una bata blanca recibe electroshock. ¿Por qué? Porque fue allí donde –hace un siglo– se realizó el primer tratamiento contra la esquizofrenia.
Situado en frente de la calle 24 de Mayo, el exanfiteatro guarda una historia aún más siniestra. Antes de que hubiera la bella plaza que hoy ocupa un gran espacio del sector, había una quebrada, la de El Gallinazo. “Esta trajo muchas epidemias a la casa. Y sus muros han sido cubiertos con cal para evitar que las bacterias y las epidemias se impregnen en ellas, ya que están hechas de barro”, relata el celador.
“Despacio, despacio”, se escucha entre la penumbra. Los universitarios están alborotados. Han pasado de una habitación oscura a un laberinto con gente muerta sobre camillas y enfermos cargando sueros. Hay espejos. Y prefieren no verse reflejados en ellos. [Se sienten presencias]. Siguen atrincherados. Respiran profundo y exhalan una risa nerviosa. Tiemblan.
Entre telarañas caminan hasta una habitación de unos cuatro metros cuadrados. Los espera el coctel de resucitación tras haber recorrido durante 40 minutos aproximadamente aquel sitio. Sensaciones auditivas y táctiles se deslizan por sus cuerpos. Y salen de la morgue. Todo ha sido una obra teatral a cargo de 11 personas que se han preparado para traer de vuelta la historia de aquel lugar. Pertenecen a la Asociación Nina Shunku. Así lo explica Shadira Ruiz, directora del proyecto. Dice que se hizo una investigación bibliográfica para realizar la obra.
Shirley Marcillo es una de las estudiantes que recorrió la exmorgue. Estudia Psicología General. “Es una buena experiencia. Salir de la zona de confort y sentir otras emociones. Me daba risa por mis compañeros que tenían miedo”, detalla la estudiante.
Dato
“Curación” para habitarla
Laberintos oscuros, muros con huellas de sangre, enfermos, muertos... quedaron atrás para 1955. En esa fecha se instaló el primer dispensario médico de Solca con la finalidad de hacer los primeros tratamientos de niños contra el cáncer. En 1982 el Museo Nacional de Medicina instaló allí sus dependencias. Hasta 2007. Hoy está en el antiguo hospital Eugenio Espejo.
Y hoy la casa Nina Shunku. “Hubo que hacer curación para que fuera habitable. Vive gente que cuida y quiere este inmueble”. A un lado del antiguo anfiteatro, donde estaba el Hospital San Juan de Dios, se levanta el Museo de la Ciudad. Un sitio en pleno centro, donde caminan las personas hacia La Ronda o se posan los ojos de la Virgen del Panecillo.
Hoy es el último día del recorrido teatral de la tercera edición. Se hace cada año por el Día de los Difuntos, dice Ruiz, la directora.