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La increíble historia de Aquiles Figueroa, un conchero de Puná que labora desde hace 50 años

A sus 65 años, Aquiles Figueroa se mueve con agilidad entre los mangles. Su labor como conchero le ha permitido sacar adelante a sus cuatro hijos

conchero de Puna
Aquiles trabaja de lunes a domingo en las faenas como conchero.Alex Lima

Tapado desde las rodillas hasta la coronilla, bajo un sol infernal y una temperatura que supera fácilmente los 38 °C, Aquiles Figueroa no deja de ‘camellar’. El hombre, un habitante de la comuna Campo Alegre, en la isla Puná, parroquia rural guayaquileña ubicada en el golfo de Guayaquil, cumple sus labores diarias de recolección sin siquiera quejarse.

Aquiles ha dedicado los últimos 50 de sus 65 años de vida a la captura de moluscos y crustáceos en las más de 7.000 hectáreas de mangle con las que cuenta este asentamiento, uno de los más grandes e importantes de la isla.

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Su labor consiste en recorrer todos los días los manglares en su canoa, en busca de los lugares ‘pepa’ para atrapar conchas, las cuales se ocultan bajo tierra, alrededor de los tallos de los árboles. La habilidad de encontrar los mejores espacios la ha perfeccionado a punta de práctica.

Así, cuando encuentra el sitio preciso no lo piensa dos veces, se lanza al lodo y moviéndose entre las ramas de los árboles con una agilidad sorprendente para su edad, llega al lugar exacto.

La Asociación de Usuarios Ancestrales de Pesca Artesanal Campo Alegre tiene derecho al uso sustentable y custodia de 7.000 hectáreas de manglar, gracias a un acuerdo firmado con el Ministerio del Ambiente.

En ese momento, protegido con guantes de hule, mete las manos en la tierra, y tras hurgar y tantear por unos segundos saca los brazos con una o varias conchas de diferentes tamaños. Luego las guarda es su jicra (una especie de malla donde las va almacenando) para lavarlas y finalmente meterlas en un saco de yute.

Esta tarea la repite diez, veinte, treinta, cien veces... o las que sean necesarias para llenar el costal.

Invasores les quitan sustento

Al igual que la mayoría de los comuneros de este sector, la recolección de conchas y cangrejos es el sustento de su día a día. Esta labor le toma unas cuatro horas diarias y le ha permitido generar los ingresos necesarios para alimentar, vestir y educar a sus cuatro hijos, que también aprendieron esta labor de su padre, además de dos nietos.

 

“Ahorita la situación está mala, no cogemos mucho, solo unas 100 o 125 (conchas) diarias y eso lo vendemos a 14 o 15 dólares. La recolección está baja porque hay harto invasor, personas que vienen de otros lados (recolectores de Posorja y otras comunas aledañas) y se nos están llevando el recurso”, denuncia.

La cosecha es tan baja en los últimos tiempos que para alcanzar a comprarles algo, las personas tienen que hacer vigilia en el muelle a espera del retorno de los concheros, pues en cuestión de minutos venden por completo su producción diaria a comerciantes que, por lo general, ya tienen reservadas las más grandes y “de mejor pinta”.

conchero de Puna
Aquiles sortea obstáculos con un palo que le sirve de remo.Alex Lima

Además, a diferencia de los pescadores, que para conseguir la máxima producción posible inician sus faenas antes del alba, entre las 04:00 y 05:00, el trabajo de Aquiles se mueve al ritmo de las mareas, las cuales lee a la perfección gracias a su experiencia.

“Nosotros trabajamos por marea, a veces iniciamos a las cinco de la mañana, otras al mediodía, otras a las siete. No tenemos horario fijo, todo depende del mar”.

80.000 conchas es la producción diaria que puede generar Campo Alegre. La mayoría son vendidas en El Oro y Posorja.

Un trabajo con sus riesgos

La faena no está libre de peligros, asegura Aquiles. “El riesgo que tenemos son los chalacos (un tipo de pez) que nos pican (muerde). Cuando eso pasa, se nos hincha la mano, se nos madura (infecta) y no podemos trabajar por varios días. Incluso usando guantes, los traspasa”.

Los mosquitos son otro riesgos. Los manglares son sitios ideales para la proliferación de estos insectos, que pueden transmitir enfermedades como el dengue y malaria. “Por eso llevamos con nosotros (a manera de colgantes) un frasco de repelente con brillantina, para protegernos”, concluye.

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