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José Asimbaya, el predicador que anhela 'salvar' a los vecinos de La Victoria, en Quito

Instaló un altoparlante en la terraza de su casa y por allí lee la Palabra de Dios. A muchos les gusta, a otros les incomoda.

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Por una ventana, el hombre, acompañado de su esposa, habla para los vecinos y recita varios versículos de la Biblia.GUSTAVO GUAMáN

Miércoles, 17:00. El cielo oscuro anuncia tempestad. Y una ronca y cansada voz rompe el silencio que cubre al barrio La Victoria, sur de Quito. Por un altoparlante amarrado a unas varillas, desde una terraza, resuena:

- “Porque hay almas por rescatar, almas que están con sed y hambre de saber la verdad. Esa que nos hará libres cuando hallemos el camino a Jesús. Porque a través de su palabra alcanzaremos la salvación y la vida eterna”.

Es José Asimbaya. El predicador del barrio. El evangelista de las almas descarriadas. Un hombre, de 81 años, que se apoya en un micrófono, una consola, tres biblias, dos libros de cánticos, más de 10 discos de música religiosa y en su inquebrantable fe de que algún día la Palabra del Señor llegará al corazón de sus vecinos.

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Con cuidado abre el libro de Dios y saca las frases que hará resonar en La Victoria.GUSTAVO GUAMÁN

Desde una de las esquinas de su habitación, que no supera los 10 metros cuadrados, todos los lunes, miércoles y viernes se acurruca sobre una vieja silla de cuerina roja, y puntual, empieza con el ‘repertorio’ de tres horas. Su esposa lo acompaña.

Un año antes de la pandemia instaló todos los ‘juguetes’ en su casa para repartir a viva voz los versos bíblicos. Dice que lo hace para cumplir con la misión que le encomendó el Todopoderoso: “Salvar a los vecinos que viven en las tinieblas y llevarlos hacia la luz”.

Pero también lo hace para no perder su nexo con él, sobre todo ahora que por su salud abandonó el templo donde fue pastor durante 25 años.

Los lunes, miércoles y viernes predica la Palabra de Dios desde su habitación. 

“Hace tres años me caí y fui al hospital. Después me operaron del corazón. Desde entonces no puedo salir de la casa. Me preguntaba qué hice de malo, por qué me pasaba esto, pero después entendí mi misión. Casi muero de tristeza, pero gracias a lo que hago, Dios sigue conmigo”, insiste.

La gente de la zona va y viene. Unos murmuran entre sí. Otros parecen ajenos. Y también hay los que están de paso, los que mueven de lado y lado la cabeza, buscando el origen de esa voz, una que jamás ubican, pero de la que se llevan un mensaje.

De repente, frente a la casa del predicador, una mujer de baja estatura descansa sobre una pared de ladrillo con los brazos recogidos.

Con atención, María Anacleta escucha el evangelio. Cuenta que no es católica, pero que no le molesta lo que “hace el vecino”. Que respeta las creencias y que no le hace daño de vez en cuando cruzarse con una frase conciliadora, una que pueda aliviar en algo el peso de los problemas que carga sobre sus hombros.

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Instaló un altoparlante en su terraza para que todos lo escuchen.GUSTAVO GUAMÁN

“Estamos en los últimos días de…”. El parlante deja de sonar. El ambiente enmudece. La frase queda inconclusa.

Y Diana Cuaspud, otra vecina, hace una señal de agradecimiento. “No me parece que haya instalado un altoparlante en su casa para que todos escuchemos lo que habla. Eso incomoda. Cada quien verá cómo salva su alma”, espeta.

Después de 20 minutos salen otra vez desde el altoparlante palabras de redención, perdón, arrepentimiento, paz, iluminación y otras, que también tienen que ver con la reivindicación del ser humano ante un ser supremo.

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Asimbaya se acomoda nuevamente en su trono y se apodera del micrófono. “Se dañó un cable, pero ya arreglé”, asiente. De una montaña de libros, viejos, nuevos, todos religiosos, saca uno con portada de cuero.

“Vamos a leer Eclesiastés 7:20 sobre el arrepentimiento”. Dice -mientras mira torpemente con sus gruesos y arrugados dedos- el “santo libro”, buscando ese fragmento.

Entonces se acuerda que hace unos años Dios lo salvó de morir en San José de Minas, parroquia ubicada al norte de Pichincha, cuando fue a predicar la palabra y lo rechazaron los pobladores. “Casi me queman vivo junto a otros compañeros, pero el Señor intercedió y nos salvamos. Entendieron que no éramos malos y nos dejaron ir”.

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Tiene imágenes religiosas y versículos de la Biblia pegados en la pared de su casa.GUSTAVO GUAMÁN

“A ver, ¡aquí está! dice: ‘Todos tenemos la necesidad de arrepentirnos. Algunas veces pecamos por ignorancia, otras por debilidad y por desobediencia, pero no hay hombre justo en la tierra que haga el bien y nunca peque…’”.

Y así continua su sermón, casi interminable, casi inentendible, por una hora más o por dos, hasta llegar a los oídos de Dios, para “interceder por los que lo escuchan y no lo comprenden. Por los pecadores, por esos que aún no están libres de la condena infernal”.