Jorge tiene 35 años y esta será su segunda Navidad que la disfrutará sobrio, sin ketamina en su organismo. Él fue adicto a este anestésico de efecto rápido que se utiliza para sedar personas antes de una intervención quirúrgica o para tranquilizar a animales, especialmente caballos.

Se ‘enganchó’ a esta sustancia durante el confinamiento por la propagación del coronavirus, en 2020. Vivía en Francia y no sabía cómo lidiar con la depresión.

Su círculo social se componía de artistas, gestores culturales y disyóqueys quienes, según él, lo ‘arrastraron’ al submundo de las drogas. “Fue un período difícil y oscuro. Consumía todos los días y a toda hora”.

Tras dos años y medio de consumir ‘a lo loco’ empezaron las consecuencias fisiológicas: desarrolló gastritis, tuvo problemas en el tracto digestivo, le afectó el buen funcionamiento de la vesícula, el páncreas y la vejiga.

Decidió cambiar. Le contó su problema de adicción a su familia. Intentó internarse en una clínica, pero en el país donde residía había una larga lista de espera para recibir ayuda de instituciones estatales.

Regresó a Ecuador en agosto del 2022 e ingresó voluntariamente a un centro de rehabilitación para desintoxicarse. Salió la primera semana de diciembre e inició una etapa de reflexión.

Tenía pensado regresar a Europa, pero la conciencia ‘lo detuvo’. Sabía que apenas pisara suelo francés volvería a recaer.

Las últimas Navidades pasó drogado en un cuarto y quería cambiar ese panorama. “Quienes tenemos historias deprimentes no apreciamos estas fechas. Las rechazamos. Prefería ahogarme en mi miseria”.

Una semana antes de Nochebuena viajó al Oriente para vivir un ritual de ayahuasca. Eso le cambió la vida por completo. Se renovó. Desde entonces no consume tranquilizantes para caballo y su actitud para estas fechas es diferente.

Su familia no vive en Ecuador, así que esta Navidad la pasará con amigos de su infancia.

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