Carlos se cansó de ir a los chongos que quedan por su casa, en la avenida Maldonado, sur de la capital, porque la última vez que lo hizo, una trabajadora sexual le robó su cadena.

Además, asegura que las medidas de bioseguridad que son obligatorias de cumplir dentro de estos establecimientos para evitar contagios del coronavirus le han quitado lujuria al acto.

Por eso, el hombre, de 32 años, decidió volcarse a un servicio sexual nuevo y particular que ha tomado fuerza en los últimos años, sobre todo, luego de la pandemia por la COVID - 19.

Se trata de los ‘chongos virtuales’, plataformas digitales en las que se oferta tener un ‘cuerpeo’ más personalizado, aséptico y seguro.

Cuando se accede a estos sitios web se abre un abanico de posibilidades para las personas que quieren un encuentro sexual. Es una suerte de catálogo de sexoservidoras.

Para acceder es tan sencillo como googlear: escorts y prepagos. Al ingresar a la página se despliegan centenares de perfiles de las mujeres y hombres listos para un momento de pasión pagado. Incluso, en el último mes se abrió una nueva categoría para personas transexuales.

Pero no todo es color de rosa. Detrás de esta práctica se esconden delitos y fetiches que los clientes y sexoservidoras no tienen contemplados antes del servicio.