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El pastelero de Guayaquil que marcó tu infancia sigue de pie… pero necesita de ti
Gregorio Guaranda: No solo vendía pasteles: alimentaba sueños. Hoy necesita el apoyo de todos
A sus 73 años, Gregorio Guaranda es un héroe sin capa. Hace cuatro décadas dejó atrás El Páramo, en la vía Jipijapa-Guayaquil, donde el café se recogía con manos curtidas y sueños intactos.
Llegó a Guayaquil cargado de ilusiones, con un costalito de esperanzas y el corazón abierto. Primero vendió colchas, de esas que abrigan más recuerdos que frío. Pero su destino era otro: los pasteles.

Sí, los famosos pasteles de canasta, esos que llevan chorizo, queso o carne y que han alimentado a generaciones de estudiantes. Cuarenta años después, don Gregorio no solo es un vendedor: es una leyenda de las veredas porteñas.
Durante dos décadas se estacionaba cada mañana en la Academia Naval Illingworth, al norte. Luego bajó un poco y se instaló entre el kilómetro 2 y el 3 de la vía a Daule. Allí hizo de una vereda su ‘oficina’, su rincón, su ‘templo’ pastelero.
Una mala jugada lo sacó por un rato de los pasteles
Pero el pasado 6 de mayo, la vida le jugó una mala pasada. Un derrame facial lo mandó a la ‘banca’ y dejó a cientos de guayacos sin su desayuno favorito por algunos días.
La noticia no tardó en correrse entre sus clientes fieles. “¿Y el pastelero?”, se preguntaban en la estación de la Metrovía de Las Monjas, a la que ahora ha vuelto de a poco, como un guerrero que no se rinde.

Las terapias le han servido. “No fue tan fuerte”, dice. La boca, un poco torcida, sí; pero las ganas, derechitas.
A las 04:00 sigue madrugando para preparar el condumio: carne, chorizo y queso. Compra los pasteles y los hornea en una pastelería del centro porteño. Luego los llena, los acomoda y los lleva calientitos a la calle. Porque el que nace para pastelero, muere con el canasto en la mano.
Del Guasmo Sur sale todos los días a vender sus pasteles
En Guayaquil casi nadie lo llama don Gregorio. Es “el pastelero”, “el de los pasteles”, y él se ríe con ese orgullo que solo tienen quienes han luchado.
Vive en el Guasmo Sur, desde cuando eso era puro polvo y promesa. Compró el solar en 30.000 sucres (es decir, algo más de un dólar al cambio del año 2000) y allí construyó su historia, su casa y su vida junto a doña Susana Sancán, su esposa y cómplice.
Tiene dos hijos, tres nietos, y una legión de ‘hijos del alma’: estudiantes que crecieron comiendo sus pasteles. Algunos ya son profesionales, políticos, famosos de la ‘tele’. “Yo no sé los nombres, pero me dicen que me conocen”, cuenta entre risas. Él les dio pasteles; ellos le devuelven cariño.
El negoció disminuyó, pero sigue peleando
Antes del covid-19, la venta era ‘brava’, recuerda. Despachaba hasta 400 pasteles diarios, pero actualmente no llega ni a 100. Además, el derrame lo obligó a trabajar menos horas, aunque no le quitó la fe. Por eso pide una ayuda para seguir haciendo lo que ama.
Vende cada pastel a $0,60 y, con jugo, a $1. Para muchos, es la primera comida del día; para otros, incluso el almuerzo.

Don Gregorio dice que quiere seguir hasta el último día. “Hasta que me toque ofrecer los pasteles a San Pedro en el cielo”, suelta con esa mezcla de humor y ternura que lo define.
Si alguna vez sus pasteles te salvaron de la ‘leona’, recuerda que hay que ser agradecidos. Lo encuentras en la estación Las Monjas de la Metrovía, kilómetro 2,5 de la vía a Daule. Ahí está él, con su canasto y su historia, esperando por ti.