Actualidad
A que no se imaginan cómo es un submarino por dentro
EXTRA visitó las entrañas de uno de los dos submarinos que utiliza la Armada ecuatoriana.

Así se ve el submarino cuando lo sacan del agua para darle mantenimiento.
Cuenta la leyenda, que los Shyris, antes de gobernar en las tierras de Quito, fueron expertos navegantes que llegaron -presumiblemente desde Centroamérica- hasta las costas manabitas de Bahía de Caráquez (de hecho, antes de llegar a la Sierra, se llamaban Caras).
En la actualidad solo queda un Shyri en territorio ecuatoriano: el submarino U-209 SS01, de propiedad de la Armada del Ecuador.
Este fue el primero de los dos únicos submarinos con los que el país cuenta desde 1978. Sin embargo, 136 años antes de que la institución mandara a fabricarlos, hubo un guayaquileño que construyó el primer submarino de América Latina.
Se trató del inventor José Rodríguez Labandera, quien el 18 de septiembre de 1838 hizo la prueba para que su ‘Hipopótamo’, como se llamaba la embarcación submarina con capacidad para dos personas, cruzara el río Guayas.
Mauro Cadena Barreno, comandante del submarino Shyri, califica al invento de Labandera como una hazaña para su tiempo, aunque también reconoce que no fue hasta 1974 que Ecuador consideró como una necesidad la tenencia de unidades submarinas de combate.
Buscar un “equilibrio en términos del poder naval con los países vecinos para garantizar la soberanía marítima” fue lo que motivó a la Armada a firmar el contrato para la construcción de dos submarinos con el grupo alemán Ferrostaal.
Las dos unidades U-209 se construyeron durante cuatro años en el astillero Howaldstwerke Deutsche Werft (HDW) de la ciudad alemana de Kiel.
“Tienen 59.60 metros de eslora (longitud desde la proa hasta la popa), 6 metros de cilindro y 36 pies de altura”, detalla Cadena, quien acompañó a un equipo de EXTRA a hacer un tour por el único Shyri que se sumerge en el mar.
¿Es como en las películas?
La marea estaba baja. El Shyri SS-01 y su hermano gemelo, el Huancavilca SS-02, permanecían atracados en el muelle de la Base Naval Sur de Guayaquil. Para ingresar al interior del gran Shyri de metal fue necesario bajar una escalera empinada que conectaba el muelle con la embarcación, cruzar un pequeño puente y luego descender algo menos que un par de metros por una escalerilla.
Adentro no había lugar para la claustrofobia.
“Bienvenidas a bordo”, dijeron seis tripulantes. El comandante Cadena aclaró que esa era la primera de las cuatro áreas de las que consta el submarino y “la más amplia”.
En dicho espacio, de aproximadamente nueve metros cuadrados, siete personas podrían parecer multitud. Sin embargo, en el Shyri entero caben tranquilamente 45 humanos: 10 oficiales y 35 tripulantes, para ser exactos.
En esa parte delantera, además de un comedor compuesto por dos mesas alargadas de apenas metro y medio de largo cada una, unas banquetas para sentarse y un televisor, se encuentran los compartimientos para torpedos. De ahí que a ese primer sector de la embarcación se lo denomine “Sección Torpedos”.
Un estrecho corredor en donde a duras penas caben dos personas de costado (y bien apretadas) oculta los entrepuentes, es decir, los camarotes o habitaciones. “Aquí se aprovecha el espacio al máximo”, recalca Cadena.
Al interior de estos, las camas están pegadas a las paredes, al estilo de literas, cada una con espacio para una sola persona. El espacio que separa a las camas es similar al del corredor.
Más adelante, hay una cocina con lo básico, pero con un sinfín de compartimientos; un par de baños, una sala de reuniones para oficiales y el camarote del comandante de la embarcación, la única habitación que se podría considerar cómoda, ya que cuenta con cama, escritorio y lavamanos, a pesar de que sus dimensiones son similares a las demás: aproximadamente de dos por dos metros.
Al finalizar el corredor de los entrepuentes, aparece otro espacio relativamente amplio donde se encuentran múltiples tableros y pantallas. “Es el CIC o el cerebro del submarino”, resume Cadena.
En este espacio los oficiales determinan el curso de la nave y se guían gracias a los sonares, equipos que determinan la distancia de los objetos a través del sonido “porque viaja más rápido bajo el agua”.
Luego de cruzar otro pasillo más corto y lleno de botones e interruptores, se encuentra la Central, que es el área del control eléctrico de la embarcación. Y, finalmente, al atravesar una última puerta se encuentra el área de máquinas.
El submarino tiene capacidad de inmersión desde los 50 metros hasta una profundidad de 300 metros; y puede funcionar con autonomía hasta por 45 días.
Cadena explica que el principio de Arquímides hace posible que el submarino se sumerja o flote. Tanto el Shyri como el Huancavilca cuentan con lastres, que son compartimientos que se encuentran debajo de la estructura y que se llenan con aire o con agua para poder flotar o sumergirse, según lo requiera.
Dentro de la sala de oficiales, un letrero reza: “Silencio, que nos están buscando”.
Y es que el Shyri y el Huancavilca, en sus 38 años de servicio, ‘frentearon’ dos guerras contra Perú (1981 y 1995).
Pero también hubo una anécdota particular. El SS-01 sobrevivió al tsunami que arrasó las costas chilenas tras el terremoto de 8,8 grados en la escala de Richter, en 2010. Aunque el astillero, talleres y embarcaciones donde se remodelaba resultaron afectados, el submarino Shyri -que se encontraba seccionado en dos partes para sus arreglos, dentro del dique Talcahuano- no sufrió daño alguno.
Y aunque no se parece al Nautilus de ‘Veinte mil leguas de viaje submarino’, ni a ningún otro submarino hollywoodense, el Shyri y su gemelo el Huancavilca son los dos héroes metálicos que patrullan las aguas ecuatorianas desde sus profundidades.