Con miedo, sin videollamada ni fotos. Dos ecuatorianas residentes en Estados Unidos cuentan la incertidumbre en la que viven desde que se recrudeció la política migratoria de ese país. Manuela lleva dos años en la ‘Yoni’, luego de una travesía de meses. Se dedicó a labores propias de salones de belleza, pero hace poco dejó Nueva York, localidad que concentra gran cantidad de migrantes.

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“Acá (un pueblo ubicado a dos horas de Nueva York) está más tranquilo. No hemos visto redadas”, cuenta. Sin embargo, no puede trabajar en paz. “Tenemos incertidumbre de salir por miedo a que nos persiga Migración. A pesar de que nosotros no hemos cometido ninguna infracción en este país”.

Camina con sigilo rumbo al trabajo, tratando de no llamar la atención. “Creo que aquí viene la ley de supervivencia. Toca cuidarse cada uno. No queremos que nos deporten”.

Desde que Donald Trump asumió nuevamente la presidencia de Estados Unidos, Ecuador ha recibido tres aviones con migrantes deportados. “Este tema es muy complicado. Uno se encomienda a Dios y que sea la voluntad de Él”, expresa.

Manuela fue interceptada por las autoridades en la frontera entre México y Estados Unidos. Se ‘entregó’ voluntariamente y la dejaron quedarse en el país con la condición de presentarse periódicamente hasta arreglar su estatus. A la cita de enero ya no fue por miedo a ser deportada.

Alejada de todo

Carmen, otra migrante, dejó hace unas semanas Nueva Jersey para trabajar en un pueblo alejado de Ohio. “Es mejor estar acá, donde no hay movimiento”. Ella se enteró de que la situación migratoria se iba a complicar ya en octubre de 2024. “Los rumores se hicieron más fuertes y la desesperación aumentó. Sobre todo porque muchos no han pagado sus deudas con los coyotes”, revela la compatriota.

Carmen atravesó la selva del Darién a pie con sus hermanos. Aunque le pareció aún más peligroso México por la presencia de carteles de la droga. “Nos robaron dinero. Fue muy complicado entrar a Estados Unidos como para perderlo todo”.

Donde reside es muy alejado, por lo que tampoco tiene contacto con muchas personas. Cree que es mejor mantener un bajo perfil, sin llamar la atención. No obstante, confiesa que si la deportan no sería del todo malo. “No me enseño aquí, estoy muy sola. Extraño a mis hijos. Volvería a casa si ya me toca”, admite.

(Los nombres de las compatriotas fueron cambiados. Solicitaron no ser identificadas)

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