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Mis Historias Urbanas

Mis Historias Urbanas: Desobediencia angelical

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Salía de mis clases de recuperación previas al supletorio de inglés en primer año de colegio. Que haya suspendido la materia era todo un martirio para mi papá. Acostumbrado a que su bebé siempre esté entre las mejores, decidió imponerme un castigo que, entre otras medidas militarescas, comprendía la privación de cualquier tipo de distracción.

Mi única forma de divertirme en esos días era ir pegada a la ventana del colectivo con una pandilla de vagas igual a mí, mientras iba a las clases extraordinarias y regresaba de ellas. Como vivíamos todas en Durán, a alguien se le ocurrió que debíamos aprovechar e ir al santuario del Divino Niño a rezar por nuestras notas.

Por supuesto, para aquello debíamos interrumpir el trayecto del colegio a la casa, lo que representaba una grave falta a mi castigo. ¿Valía la pena? "Diosito, si esto está bien, haz que no pase nada". Bajé del bus con mi gajo, muerta de risa. Cruzamos, caminamos, llegamos. Me arrodillé, pedí, salí. Me helé. Sí. Me helé, me puse fría cuando vi la pose de milico retirado de mi viejo, con una cara más amarga que limón descompuesto. 

Estaba en el bus de atrás y me siguió. La repelada fue majestuosa. Hasta mis amigas lloraron, porque las amenazó con decirles a sus padres la hazaña. No lo hizo. Nunca volví a salir sin permiso a ningún lado luego de eso.