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Mis Historias Urbanas

Mis Historias Urbanas: Justicia salarial

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La dueña de casa llegaba los fines de semana a escuchar excusas. Eran seis meses ya de atraso. En la lista de acreedores entraban el señor de la tienda, la mamá, algunos hermanos de la vida que arrimaron el hombro y unas cuantas culebras que se le van de la memoria.

Estar sin trabajo es atroz. Lo perdonaban porque sabían que tarde o temprano recibiría su liquidación. Eran los noventa. En ese entonces no había presiones para el patrón y las compañías volteaban a mirar a otro lado al ver una palma extendida. 

La constructora donde trabajó tenía excelentes roces con la alcaldía de ese tiempo. Es decir, crisis no había, solo falta de interés por la fuerza laboral. Si alguien sufría un accidente en horas de trabajo, por ejemplo, lo mandaban a morir a un Seguro Social, que estaba más enfermo que el paciente. 

"Riiiiing". Largo y sonoro, como todo teléfono clásico. -Te llamamos de la constructora. Ven volando-. Cerraron. Era el día, se dijo. Con el dinero a cobrar quedarían saldadas muchas de las deudas importantes. 

Lo esperaba el director de obras. "No está el dinero de tu liquidación aún, pero una obra de seis meses debe empezar lo más pronto posible. Queremos que te hagas cargo. Ahí hay un capital: salarios, gastos de caja chica. Te esperamos mañana". No lo pensó demasiado. 

Al llegar a casa envió un correo. "Señores, no me esperen. Y no se preocupen, tampoco me deben nada ahora. El capital que recibí coincide con el dinero de mi liquidación".