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Buena Vida

Mis Historias Urbanas: La pileta

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A esa hora de la madrugada sus conversaciones solo eran un erróneo balbuceo. Se habían acabado las cervezas y de diez botellas de whisky solo quedaban dos. Bebían al pie de una pileta mientras se velaba al padre de uno de ellos. El dolor lo sedaba alzando el codo.

-Se acabó el agua, ‘broder’, advirtió el gordo más borracho. -Y acá ya no hay tienda, remató el negro, igual de ebrio. -No se mueran de sed a lado del mar, propuso otro mientras sumergía un vaso de plástico en la pileta. Le puso un par de dedos de agua y rellenó con whisky. 

-Ha sido pilas, ‘Saco de Cacho’, festejó el gordo. E imitó la acción. El resto lo siguió después. La nueva metodología se volvió inercia a medida de que el alcohol borraba los sentidos. Eran tres pasos: pon agua de la pileta en el vaso, dale un toque de whisky y adentro. 

De vez en vez, alguno se alejaba a dejar sus líquidos en la parte posterior de la pileta, una zona discreta adonde no llegaban los ojos de los bebedores. Cuando la vejiga apuró al gordo y este preguntó dónde se hacía pis, todos señalaron el rinconcito. 

Caminó tambaleándose, con el enfoque de la vista turbado por el trago, pero algo consciente. 
-Pendejotes -gritó muerto de risa-, vengan a ver. Hemos estado tomando orina. El gajo se aproximó al rinconcito. Era cierto. El canalete donde hicieron pipí toda la noche conectaba directo a la pileta. Nadie habló de aquello después de ese día.