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Mis Historias Urbanas

Mis Historias Urbanas: Eso, la venganza

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Peluca roja, rostro blanco, sonrisa amplia… globos. El cerebro se retorció al verlo. Hasta el día en que lo conocí, en una sesión de ‘pelis’ con mis tíos, los payasos eran un símbolo de diversión y felicidad; pero él lo cambió todo.

No comprendí nunca el papel escalofriante de aquel payaso asesino que arrancaba sin reparo, desde una alcantarilla, el brazo de un niño de mi edad. "Es solo una película. No existe", los mayores de la casa me calmaban. No les creía. Por eso evitaba pasar en medio de las sábanas tendidas del patio. "Puede estar allí", me decía, al borde de la locura.

Al cepillarme los dientes temía que el grifo manche de sangre la cerámica, como lo hizo en el baño de aquella niña llamada Beverly Marsh. Y qué decir del momento de la ducha. Fue un martirio por muchas semanas pensar que Eso aparecería en el agujero del desagüe, después de abrir el piso con sus guantes blancos de payaso. 

Dejé de interesarme por las matinés en ese tiempo, y cada vez que veía a un adulto con el periódico en mano imaginaba que era él y que interrumpiría su lectura para reventarme un globo con sangre en la cara. Eran los noventa. Tiempo de Chucky, de Cementerio de Mascotas, de Pesadilla en la calle Elm y, por supuesto, tiempo de Eso, el payaso maldito, que este septiembre vuelve a los cines. La venganza es dulce. Llevaré a mi sobrino.