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Alfonso Quirola, dominador del Rally Caminos de Imbabura 2025
Junto a 47 tripulaciones en ruta, el experimentado Alfonso Quirola y el joven Juan Guerrero brindaron un mano a mano.
Sábado 24 de mayo, Urcuquí, interior de Universidad Yachay; calle de adoquines. A esta bajada, los audaces pilotos entran en tercera; a unos 100 K/h. En no más de 300 metros, reventando la caja de cambios, enfrentan una curva cerrada, a izquierda, a la que entran y de la que salen en segunda; pisando el acelerador contra el piso de sus naves.
Truenos y centellas advierten su arribo. Un sonido que vuela en el entorno: frases largas, ahogadas, metálicas; que por segundos estallan, como si fueran bombazos o metrallas. Acto seguido, de segunda marcha hasta la quinta: a unos 120 km/h sobre otra recta de unos 500 metros. Hoy lo sé: así huye el diablo, cuando sale en quema.
Quirola vs. Guerrero: dos truenos en carrera
Juan Guerrero llegó con la tensión de su propia historia: días antes, el arribo y puesta a punto de su nuevo bólido, un Renault Clio RS3. El entorno tuerca mira en él un piloto diferenciado: sus 22 años y ejecutorias dan para alentadoras opiniones. En carrera, el consagrado Adolfo Quirola, tricampeón de la Vuelta a la República, entre otros lauros.
Segundo a segundo, metro a metro: los dos pilotos disputaron el triunfo en la general. En la curva sobre adoquines de Yachay, uno y otro mostraron una secreta conexión con el poderío y diseño de sus máquinas. “Corren limpio, optimizan el segundo: evitan derrapes, no alargan las curvas”, comenta Ayrton Mora; mecánico y piloto.
En uno de los primes, sobre estrechos caminos llenos de piedras en piso arenoso; Quirola perdió una de sus llantas traseras. Los aficionados -conectados desde sus teléfonos desde distintos puntos- levantaron especulaciones, que incluyeron ese tropiezo como causa de una derrota. No: Quirola se cargó el rally.

El top cinco: a segundos de la gloria
Delirante: un rally que se define por segundos, milésimas y suspiros. En los puestos improvisados para mirar, a metros, el paso de estas centellas, es notorio: cada piloto pelea, primero; contra sí mismo: su final ubicación, es otro momento. La gloria fue para cinco de estos héroes del volante.
Alfonso Quirola - Leonardo Rojas, en VW Polo GTI 5, con 1h06:13.8. El segundo coche, el Renault Clio RS3, de Juan Guerrero y Andrés Carpio, con 1h06:15.0. El tercero, el Citroen C3 de Martín Navas y Daniel Galarza, con 1h06:19.4. Cuarto lugar para David Valladares y Andrés Aguilar, en Protocars EC y 1h10:17.2; el quinto fue de Abraham Feijoo y José Espinosa, en su Ford Fiesta Rally Y3; con 1h10:25.9
Homero Cuenca, el criterio de una leyenda
El famoso piloto lojano asistió al Rally Caminos de Imbabura, en modo paseo. EXTRA le preguntó cómo se corre y se gana un rally. El campeón de la Vuelta a la República 1987, en VW Golf GTI, fue claro. Diferenció correr un rally corto, como el de esta soleada mañana andina y participar en una Vuelta a la República, como las de antaño.
Un rally de uno o dos días no deja espacio al error: no hay tiempo. “Sales a ganar, el todo por el todo, de principio a fin. Corres primes cortos, sobre una hoja de ruta que debe ser impecable; el resto del equipo tiene que ir a la velocidad de los sucesos, los mecánicos atentos a las novedades reportadas, para resolver sobre la marcha, casi”.

Un rally de largo aliento, una vuelta a la nación que puede tomar cinco días, requiere capacidades como las descritas y, además, ejecutar una estrategia de competencia. “Nosotros apostábamos a la primera etapa: todo en cero, todos descansados; sacar la ventaja suficiente que permita luego especular con un manejo conservador, muy atento a los tiempos de los rivales; para apretar en la penúltima y ganarlo todo en la etapa final”.
De Kutakachi para adentro
El rally cumple una misión valiosa: integra provincias, revela locaciones de sobrecogedora belleza. Así son los paisajes del sector El Pingue, sede de uno de los primes. En uno de esos tambos, habitantes ancestrales acudieron a vivar a los pilotos.

Matilde Santillán vive de la chacra: papitas, mellocos, habas, vaquitas. No se pierde el rally. “Nos gusta, nos anima. Ya me entero, dejo todo listo en la casa y me vengo, con los guaguas, los compañeros”, dice esta mamá de cuatro niños, habitante de la comunidad de Moraspungo.
Lejos, en una abandonada hacienda de Tumibamba, murales de este indestructible mundo andino. La gallina, la vaca, el maíz, el puma, el omnipresente Taita Imbabura: a sus 4640 metros; desde el cielo azul, mirando esas lomas vestidas de verde intenso, gracias al paso de la señora lluvia.
La cultura rally pide pista
Los gobiernos se mandan millonarias campañas para que no seas extranjero en tu propia llacta: el rally es un integrador natural y emocionante entre los unos y los otros. Sin embargo, corre entre dificultades para su definitivo fortalecimiento.

En Chile, ahora mismo, es sujeto de venta de numerosos paquetes turísticos: acá ese foquito no se les prende, ni con gasolina de avión. Solo ver la procedencia de los autos que, tras largas horas, se llegan a montañas y vallecitos: los guayacos, los manabas, los lojanos, los orenses, imbabureños, capitalinos, ambateños.
Coinciden en una loma, se conocen y celebran entre ellos: sus culturas, sus costumbres, sus bandas sonoras, un asado, par cervecitas. Juntos, veteranos y nuevos hinchas del rally. Me quedó sonado un tema, que sobrevive al estridente paso de estos mensajeros del fuego: salta el Bad Bunny, nada menos, cantando a Nueva Yol. ¡Yes, rally for ever!
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