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Los esposos Walter y Fernanda de Jácome muestran la demanda enmarcada, como recuerdo de un suceso inolvidable.IVONNE LAGO

La historia tras la demanda de Pink Floyd a un bar de Samborondón

El dueño del local, fanático de la banda de rock, le puso Floyd a su perro y luego al negocio, lo que causó confusión. El documento legal lo enmarcó 

Lo que empezó como un emprendimiento familiar con un nombre inspirado en un perro, terminó captando la atención legal de una de las bandas más emblemáticas del rock: Pink Floyd.

La historia, protagonizada por los esposos Walter Jácome y Fernanda Gálvez, socios y creadores del restobar ‘Floyd’s’, en Samborondón, ha llamado la atención no solo por el giro inesperado, sino también por su inusual desenlace: un acuerdo amistoso con los representantes legales del legendario grupo británico.

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El nombre del local nació de una anécdota personal. Floyd era el perro de la pareja, un fiel compañero que solía acompañarlos durante largas jornadas de ahumado de carnes en el balcón de su casa.

“Estábamos Fernanda, yo en la parrilla y Floyd esperando que le cayera un pedazo de carne”, recuerda Walter entre risas, al hablar de su perro de raza pug, que los acompañó durante 17 años. Así, el nombre ‘Floyd’ se convirtió en una marca que arrancó hace casi una década en ferias municipales y gastronómicas, hasta consolidarse como restaurante en 2021.

El conflicto con la marca y el nombre del local

Pero en 2022, cuando intentaron formalizar la marca ante el Instituto Ecuatoriano de Propiedad Intelectual (IEPI), recibieron una notificación de demanda por parte de la empresa ‘Pink Floyd Ltd.’, entidad que gestiona los derechos de la banda. La razón: aunque el nombre del local no era idéntico al de la agrupación, ‘Floyd’ resultaba lo suficientemente cercano como para generar un conflicto de marca, especialmente si se lo asociaba con servicios musicales.

“Para mí fue un honor”, dice Walter. “Él estaba emocionadísimo”, interrumpe Fernanda entre bromas. Sin embargo, el tema era serio. Su abogado les advirtió que el asunto podía escalar si los representantes legales decidían ser estrictos y exigirles retirar el nombre.

“Es lo más cerca que voy a estar de Pink Floyd”Walter Jácome
​Empresario

Por fortuna, el resultado fue un acuerdo transaccional amistoso. El restaurante podía seguir usando el nombre ‘Floyd’, siempre que no se asociara con actividades musicales. Es decir, pueden vender comida y bebidas, pero no registrar la marca en rubros relacionados con eventos musicales ni formar una banda con ese nombre.

La demanda consta de diez páginas

Hoy, la primera página de las diez que conforman la demanda -donde constan los nombres de los protagonistas y el caso- está enmarcada en un cuadro labrado color rosa, protegido por un grueso vidrio. Primero estuvo expuesto en la sala de la casa de los Jácome, pero luego fue trasladado al local, como símbolo de orgullo.

La primera hoja de la acción legal presentada por la banda.Cortesía

“Es lo más cerca que voy a estar de Pink Floyd”, bromea Walter, fan confeso de la histórica agrupación, con una colección de vinilos, libros, camisetas y entradas a conciertos que así lo confirman.

Aunque la historia comenzó como un susto legal, se ha convertido en una anécdota entrañable -y viral- que mezcla rock, emprendimiento y un perro inolvidable. 

Ley de Propiedad intelectual

La abogada Gina Reinoso, máster en leyes de propiedad intelectual, explica que muchas veces se comete competencia desleal por ignorancia. Ejemplifica con Pink Floyd, cuyo nombre es una marca registrada a escala mundial; usarlo sin permiso puede conllevar multas o demandas.

Incluso pequeñas modificaciones al nombre podrían infringir la ley, ya que existen tratados internacionales que protegen la propiedad intelectual.

Compara esto con usar el nombre ‘Colgate’ para un restaurante. Indica que en Ecuador se puede verificar si una marca está registrada por 16 dólares y, si no lo está, se la puede registrar por menos de 100 ‘latas’.

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