“Hace tres años perdí a mi único hijo; tenía 17 años y se ahogó en una piscina. Ahora se llevan a mi esposo. Les pido que se toquen el corazón y me lo devuelvan con vida, es lo único que tengo”, clamó entre lágrimas Lucía Anchundia, esposa de Carlos Wellington Medrano Villavicencio, quien fue secuestrado el lunes 27 de octubre en la cooperativa 14 de Agosto, en el noroeste de Guayaquil.

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La mujer relató que su esposo había abierto un pequeño puesto de venta de ropa en el sector de La Florida hace apenas tres semanas.

“No había recibido amenazas ni tenía problemas con nadie. Esa mañana yo salí a trabajar y él se quedó en casa. En un video se ve cómo hombres vestidos de policías se lo llevan. Solo pido que me lo devuelvan sano y salvo, porque no le hace daño a nadie”, contó con la voz entrecortada.

Lucía explicó que junto a su esposo han residido toda su vida en el mismo barrio, donde se conocieron siendo niños. “Aquí crecimos, aquí formamos nuestro hogar. Mi esposo no tiene enemigos, somos cristianos, gente trabajadora. Les suplico que se toquen el corazón, que piensen en Dios y en el dolor de una familia que sufre”, expresó entre sollozos.

Recordó además el dolor que marcó su vida hace tres años. “Perdí a mi único hijo. No me quiten también a mi esposo, es el pedacito de corazón que me queda, mi compañía, mi fuerza. Por favor, devuélvanme con vida a mi esposo. Somos cristianos evangélicos, estamos orando para que vuelva a casa”, imploró.

Un carro gris

De acuerdo con la grabación de una cámara de seguridad, un vehículo de color plomo llegó hasta la vivienda de la víctima. De él descendieron tres hombres armados con pistolas, quienes aprovecharon que Carlos había abierto la puerta del garaje para sacar su vehículo y dirigirse al trabajo. En ese momento, los sujetos lo abordaron y se lo llevaron.

El automóvil de la víctima estaba estacionado en la calle. El carro de los secuestradores se ubicó junto al suyo y de inmediato se bajaron dos hombres encapuchados y otro con una gorra roja.

Ellos obligaron a Carlos a subir a los asientos posteriores, ante la mirada atónita de sus familiares y vecinos, que nada pudieron hacer para impedir el secuestro. (AEB)

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