En la avenida Guillermo Pareja, al norte de Guayaquil, hay un personaje imposible de ignorar. Delgado, de andar pausado pero firme, boina bien puesta y una poblada barba ‘nevada’, Juan Marún Zamora -de 70 años y alma de comerciante- se planta cada día cerca a la entrada de Casa Marunza, el local de insumos de costura que su hija abrió hace casi un año, en el Albocentro 3.

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Desde ahí, convierte la vereda en su escenario y a cada transeúnte en un posible cliente, incluso si para muchos la costura no estaba, ni por asomo, entre sus planes del día.

Con la naturalidad de quien ha vivido de convencer, Juan camina de un lado a otro y, cuando alguien pasa cerca, le tiende un panfleto con la agilidad de un pescador que lanza el anzuelo. Si el paseante se detiene, Juan activa su ‘labia’.

“Abrimos de lunes a domingos desde las 9:30 de la mañana. Vendemos todo lo que es insumos de costura: hilos para coser, bordar, tejer, elásticos de este grueso (dice, marcando con los dedos un pequeño grosor y luego abriéndolos más) …hasta elásticos anchotes”, acostumbra a promocionar.

El video que cambió 

Ese entusiasmo, que para él es rutina, terminó siendo su boleto a la fama. Un día, sin notarlo, una joven lo grabó mientras ofrecía su ya ensayado discurso. Subió el video a TikTok y la magia hizo el resto: más de medio millón de visualizaciones, decenas de miles de corazones y cientos de comentarios de usuarios enternecidos por el esmero de aquel mayor.

La usuaria @Talita, por ejemplo, comentó que él también se le acercó y que conversaron durante varios minutos. Que le encantó escucharlo, que le encantó la emoción con la que dice las cosas, y esa envolvente amabilidad suya.

“Nos hemos reído (con mi familia) con ese video, pero nos ha servido muchísimo. Ha venido la gente a comprarnos y a conocer el local. Hubo un aumento de ventas”, cuenta don Juan Marún a EXTRA, todavía incrédulo.

"He vendido de todo, menos droga"

Cuando se le pregunta por su habilidad para convencer, Juan no duda: “Yo he sido comerciante toda la vida. Mi infancia fue complicada. Yo tuve que ayudar desde pequeño en la casa. Vendía boletos de lotería en Babahoyo, donde nací, porque mi madre y mi padre se quedaron sin trabajo. Con mi hermano vendíamos en la calle, aunque él lo hacía en otras ciudades. También hacía publicidad. Yo lo único que no he vendido, gracias a Dios, ha sido droga”, suelta, entre serio y bromista.

Ese temple de superviviente lo ha acompañado toda la vida, y ahora lo pone al servicio de su hija Daniela. Aunque no es sastre, a veces ella lo llama a cortar telas o a echar una mano dentro del local, pero lo suyo está afuera: con el sol en la cara, la sonrisa lista y la voz dispuesta.

Y es ahí, justo en ese afuera, donde Juan despliega su arte. Apenas detecta que una joven camina por la acera, endereza la espalda, levanta la barbilla y se acerca con paso decidido. Ella es Karla Humanante, quien se detiene sin darse cuenta, como hipnotizada. Durante un minuto escucha todo sobre los hilos, las telas, los elásticos. Juan no aparta la mirada de sus ojos; sus manos acompañan cada frase con gestos amplios, su tono es cordial y entusiasta.

“Me parece súper bien que él haga esto, porque él y su familia saben el esfuerzo que le ha costado mantener su negocio. No es como que alguien más de la información, y que lo pueda hacer de mala gana, sino que él detalla todo. Me sorprende su amabilidad”, destaca Karla.

Casa Marunza abrió en octubre del año pasado, fruto del empeño de esta familia por salir adelante. “Tenemos la esperanza de seguir y que la cosa mejore”, dice Juan, mientras se alista para abordar a otro transeúnte.

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