Desplome avisado no mata gente
No hay estación invernal en el país en la que no se lamente la caída de algún cerro, ya sea en las ciudades o en las carreteras. Las excavaciones y construcciones ejecutadas sin estudios de factibilidad, con la venia de las autoridades cantonales y nacionales, son las responsables de la desestabilización de las elevaciones que se han desplomado o amenazan con hacerlo.
Las cuarteaduras de las casas y las calles del sector de Senderos, en la avenida del Bombero de Guayaquil, revelan el descuido de edificar una urbanización en una ladera inestable.
Otra muestra de lo peligrosa que es la deforestación de las pendientes y levantar edificaciones en lugares inseguros es lo que recientemente ocurrió en la población chimboracense de Alausí, donde se desplomó un barrio entero.
Tampoco hay que olvidar los cerros caídos en Bahía de Caráquez en 1998, el desprendimiento registrado en ese mismo tiempo en el cerro Azul, ni los deslaves que constantemente cierran vías como la Aloag-Santo Domingo o la Cuenca-Molleturo-Naranjal.
Las autoridades nacionales y locales conocen perfectamente el estado de los cerros, pero poco o nada han hecho para estabilizarlos y garantizar la integridad de quienes viven en ellos. La nueva administración de Guayaquil debe fijar como una prioridad la estabilización de los taludes y la prohibición de asentamientos y deforestación, para minimizar el riesgo de desgracias futuras.