Editorial: Ciudades bajo el agua
Las lluvias han dejado de ser solo una característica más de cada etapa invernal. En los últimos años, para quienes habitan en ciudades como Guayaquil o Samborondón, son también un factor de tensión, riesgo y preocupación, por las molestias e incluso por las pérdidas materiales que las inundaciones han llegado a ocasionar.
Es inaudito ver cómo en más de tres décadas las administraciones de ambas ciudades no han hecho nada para poner a buen recaudo a sus ciudadanos; que haya existido incapacidad o poca o nula voluntad de poner en marcha un plan que evite que sus habitantes sean víctimas de las mismas escenas todos los años: calles y avenidas inundadas que llegan a convertirse en ‘piscinas’ viales que complican y traban el tráfico, dejan los carros averiados, provocan accidentes, generan destrozos y hasta ponen en riesgo la vida de las personas.
Urge un cambio y este debe llegar con la ejecución de obras planificadas a corto y largo plazo, que impliquen la limpieza preventiva de alcantarillas, pero también la eficiencia de canales naturales de desfogue de aguas lluvias. Para ello se requieren presupuestos a la medida, programación y voluntad política que impida que estas tareas terminen convirtiéndose en eternas medidas parche.