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Historia inspiradora de Andrés Jara: Un taxista que superó la adversidad
Después de un accidente de tránsito, se propuso un desafío: conducir sin manos
La historia de Andrés Jara resuena como un eco de esperanza y valentía. A sus 41 años, este hombre que reside en Guayaquil ha enfrentado grandes desafíos y su espíritu indomable lo ha llevado a encontrar un nuevo propósito.
El 24 de marzo de 2018, un accidente de tránsito cambió su vida. Un bus de la cooperativa Rutas Portovejenses se volcó en la temida curva de Jipijapa-Cascol, llevándose consigo no solo sus brazos, sino también parte de su antigua vida.
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Andrés recuerda que “iba a ver a mi abuela. Tomé un bus interprovincial porque desistí de alquilar un carro para evitar responsabilidades”.
La conversación fluye entre recuerdos dolorosos. “Me quedé dormido y cuando desperté, todo era caos, gritos, llantos... no sabía qué estaba pasando”, resume. “Perdí el brazo derecho en el accidente”, cuenta con una mezcla de tristeza y resignación. “El izquierdo también fue severamente dañado”.
Por la gravedad de sus heridas lo llevaron al Hospital Teodoro Maldonado, donde se enfrentó a una dura realidad. “Desperté y no podía entender lo que había pasado. Solo preguntaba por mi abuela, sin saber que ella había fallecido”.
Lucha por supervivencia
La recuperación fue un camino espinoso. “Pasé días preguntándome por qué yo seguía aquí y ella no”, dice recordando la profunda depresión que lo invadió. “Pensé en quitarme la vida, pero mi familia me dio la fuerza que necesitaba”. En esos momentos oscuros, su esposa y sus hijos se convirtieron en su faro de esperanza.
Andrés enfrentó el trauma de su nueva realidad con una determinación admirable. “No podía dormir, tenía pesadillas, pero poco a poco comencé a adaptarme. Aprendí a manejar mi celular, a comer, a hacer cosas cotidianas. Todo con una nueva perspectiva”, relata con orgullo. “La vida me enseñó que aún con limitaciones, puedo ser útil”.
Después de meses de lucha, Andrés decidió que no iba a dejar que su accidente definiera su vida. “Empecé a trabajar como taxista, aunque al principio fue difícil. Solo tengo una parte de mi brazo izquierdo, pero eso no me detuvo”, dice con una sonrisa. “Mis hijos me ayudaban a cambiar de marcha. Nos sincronizábamos. Era un trabajo en equipo”.
“Hoy manejo solo”, continúa, con la voz llena de satisfacción. “He aprendido a adaptarme, a buscar soluciones. Si se me poncha una llanta, llamo a alguien que me ayude. No me rindo fácilmente”.
Comparte su historia con pasajeros
La resiliencia de Andrés es un testimonio de su espíritu indomable. A pesar de las dificultades, ha encontrado un nuevo sentido en su vida.
“Aprendí a usar herramientas adaptadas, a manejar con una sola mano. A veces me siento como un niño aprendiendo a caminar”, dice con una risa que revela su espíritu juguetón. Para él, cada día es una oportunidad para mejorar.
Con el tiempo, el taxi se convirtió no solo en un medio de subsistencia, sino también en un espacio para interactuar con la gente. “Cada pasajero tiene una historia. A veces, me cuentan sus problemas y yo les cuento los míos. Es un intercambio de vida”.
En cada kilómetro que recorre en su taxi, lleva consigo no solo a sus pasajeros, sino también un mensaje de superación y esperanza.
Su familias es su pilar
“Mi familia es mi todo”, repite Andrés. “Sin ellos, no habría podido salir adelante. Mi esposa ha sido mi apoyo incondicional. Siempre está a mi lado, alentándome a seguir”, dice y sus ojos brillan.
La conexión con sus hijos es palpable. Cada uno de ellos representa una razón más para levantarse cada mañana. “Cuando me siento abrumado, miro a mis hijos y sé que tengo que seguir luchando por ellos”, dice con firmeza. “No quiero que crezcan pensando que la vida es fácil. Quiero que aprendan que, a pesar de las adversidades, siempre hay una salida”.
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