La iglesia católica del barrio Santa Rosa de los Andes, en el noroccidente de Quito, tiene una singular historia y aún a junio de 2023 es poco conocida por la comunidad capitalina. Esta edificación, construida en medio de un bosque hace más de 40 años, fue levantada por lugareños en mingas, con materiales donados, aunque esto no es lo más interesante del relato, sino lo que ocurrió antes de su cimentación.

El dirigente barrial Marco Guanotasig cuenta que, en la década de los años 70, un grupo de moradores recibió como obsequio una efigie de la Virgen de la Inmaculada, de parte del colegio La Presentación, y por su devoción la llevaron al sector para venerarla.

Una vez en el sitio, la posaron sobre un pedazo de tronco que aún contaba con raíces, pero con el pasar de los meses la parte superior de la madera, la que sostenía a la figura, empezó a deteriorarse. Fue después de ese desgaste que los lugareños notaron algo que antes no habían visto: que en el tallo se empezaba a dibujar -por sí sola- la imagen de la Virgen.

Guanotasig sostiene que para los testigos del acontecimiento fue como un mensaje, que los motivó a construir no solo una nueva estructura para sostener a la representación de la Inmaculada, sino una iglesia. 

En la actualidad no existe el tronco, pero en el mismo lugar hay una pequeña columna de cemento que sostiene una mesa del mismo material, sobre la cual se coloca la efigie en ocasiones especiales. El resto del tiempo permanece dentro del área sagrada del templo, entre ángeles y debajo de un Cristo.

La estatua es la original, la que recibieron los primeros habitantes del sector, añade José Sangucho, quien es un fiel devoto, porque incluso le atribuye milagros de sanación en su vida y bendiciones, como darle trabajo. Por ese motivo, cuando narra la historia de la Virgen no logra contener sus lágrimas.

“Que esto haya ocurrido en nuestro barrio nos causa mucha alegría, que una virgencita haya querido estar aquí...”, añade Sangucho, llorando y con voz entrecortada. Luego, entre sollozos, rememora que hace aproximadamente tres años, luego de dos semanas de padecer de coronavirus, se dirigió a la iglesia y recorrió de rodillas, desde la entrada hasta el sitio en el que está asentada la efigie, para pedirle que lo cure.

“Al día siguiente empecé a mejorar, pese a que estaba a punto de morir. Por eso le soy muy devoto. No sé cómo le voy a agradecer tanto. A veces no tengo trabajo, vengo a pedirle a la virgencita y al día siguiente ya me sale un trabajo, soy contratista de construcción”, detalla el lugareño.

En el sector es tanto el apego y la veneración que tienen los moradores, que hasta en una cancha multifuncional, sobre los tableros de básquet, han pintado la imagen de la Virgen de la Inmaculada o, como algunos la llaman, la Virgen del tronco.