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Diario Extra Ecuador

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El ‘grandote’ que resguarda a Alangasí

La osamenta de un mastodonte fue hallada hace casi 100 años, pero se habría perdido en un incendio. Una representación se encuentra ahora en una de las parroquias más antiguas de la capital.

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En la parte izquierda de la entrada al Tingo, parroquia de Alangasí, al suroriente de Quito, existe la representación de un mastodonte que pasa casi desapercibida.

Al frente de la estatua hay una placa, que aunque borrosa y ajada, informa sobre el hallazgo de un esqueleto de un mastodonte en 1925, realizado por el investigador alemán Franz Spillman.

A pesar de esto, pocos son los lugareños que conocen la historia del Mastodonte de Alangasí.

“Sé que hay una leyenda de un mastodonte aquí en la parroquia, pero no sé bien de qué se trata”, dijo una moradora de la zona.

Sin embargo, cerca de la plaza mayor de este lugar está la casa de José Enríquez, de 78 años. Este hombre, ingeniero agrónomo de profesión y nacido en Alangasí, ha dedicado varios años a documentar las historias de este tradicional y antiguo sitio.

José comenta que no fue precisamente ese hombre quien lo descubrió, pues señala que habría sido su primo mayor Humberto Enríquez, una de las personas que halló la osamenta del animal prehistórico en la quebrada de Calliguaico.

“Humberto y otro primo Jaime Morales se metieron a nadar en una poza de la quebrada. Al zambullirse encontraron una muela del animal”, cuenta José.

Según el poblador, ellos habrían avisado a las autoridades del inusual hallazgo y fue ahí cuando el investigador habría puesto los ojos sobre esta parroquia.

Luego de exhumarlo, habría sido llevado a la Universidad Central, ubicada en ese entonces en la García Moreno y Espejo, en el Centro Histórico de la capital. Lugar en el que ocurrió un voraz incendio que habría acabado con estos vestigios.

Aunque esto no convence a Enríquez. “Un incendio no acaba así los huesos y menos el marfil de los colmillos. Yo tengo la hipótesis de que eso fue robado”, dice convencido.

Cuenta además que desde hace décadas se ha dedicado a escarbar las historias de la zona, con los abuelos y los sacerdotes del sitio.

“La parroquia tiene miles de años de historia, se dice que sus primeros pobladores fueron Los Ingas”, comenta.

Esto habría sido corroborado, cuando junto con el mastodonte se encontraron algunos elementos de barro cocido y una punta de flecha de obsidiana.

“El animal fue cazado porque la flecha estaba incrustada en su cabeza”, relata.

Además, según sus averiguaciones debajo de esta parroquia existiría un cementerio de animales prehistóricos, pero que no han sido buscados.

“El que encontró Humberto Enríquez estaba casi en la superficie de la tierra, imagínese cuánto habrá si se busca más adentro”, expresa el lugareño.

En la placa que precede la estatua también dice que lo encontrado en Calliguaico, un indicio importante que permitió ubicar los orígenes de los primeros pobladores del Ecuador.

Historias de ultratumba

En el parque principal, los niños juegan con las representaciones de animales prehistóricos como un tigre dientes de sable y el propio mastodonte.

En una de las esquinas se encuentra Cristóbal Becerra, transportista de la zona.

A sus 70 años dice que ha visto mucha gente pasar por ahí, así como las historias que a muchos ponen los pelos de punta.

“En el puente donde está la estatua del mastodonte, aparece la viuda negra”, indica.

Muchos ‘chumaditos’ y mujeriegos se habrían encontrado con este espectro que, según describe, es una calavera vestida de negro, con velo y que sus pies no tocan el piso.

Él mismo habría tenido un encuentro con esta dama, cuando en su juventud tuvo ciertas distracciones con faldas ajenas.

Cristóbal había concertado una cita con una mujer casada y cuando fue por ella a su casa le pegó un silbido y la muchacha le hizo señas de que ya salía.

“Yo me di vuelta y apareció esta mujer vestida de negro y quiso llevarme a la quebrada. La cara estaba tapada con un pañuelón largo”, relata.

El cuerpo se le erizó y supo que era “una cosa mala” y enseguida arrancó a correr, sintiendo que la presencia le perseguía.

No tenía piernas, parecía que patinaba”, dice.

Vio a un vecino que pasaba por allí y le pidió ayuda. El espectro se fue por un desaguadero.

Al llegar a su casa, el hombre botaba espuma por la boca y su familia le habría limpiado el espanto con ají, una correa y algunos brebajes.

Los vecinos no se atreven a hablar sobre el tema, o simplemente no creen en esas cosas.

Becerra dice que incluso al pasar en su camioneta por este puente siente una energía que no es de este mundo y que le provoca que la piel se le erice.

“Acelero y me voy lo más pronto que puedo”, comenta.

Los pobladores

Tanto Cristóbal como José afirman que este es un pueblo fiestero y devoto, pues las celebraciones religiosas están a la orden del día.

“Aquí ya había costumbres indígenas que se mezclaron con las españolas, cuando llegaron los ibéricos”, sostiene José Enríquez, por lo que la herencia ancestral ha sobrevivido a siglos de colonización.

El gavilán

La parroquia de Alangasí limita con las de Píntag, La Merced y Conocoto. Está conformada por 32 barrios y tiene una altitud de 2.613 metros sobre el nivel del mar.

Según José, el significado en kichwa de este nombre es ‘Más arriba del nido del gavilán’, ya que está en una zona alta.

“Angamarca es parte de la parroquia y como está más abajo, su nombre significa el nido del gavilán”, sostuvo.

Asimismo comenta que no es cierto que haya sido un cacicazgo en los tiempos antiguos, como dicen los libros de historia.

En varios textos se puede encontrar que esta zona le debe su nombre al cacique indígena Alangasí, quien en épocas de la conquista escribió en kichwa una elegía ‘A la Muerte de Atahualpa’, que habría sido traducida al español por Juan León Mera.

Él señala que durante la época colonial, esta zona habría sido un centro indígena de importancia, pues formó parte de las primeras encomiendas y reparticiones otorgadas a los soldados que participaron en la fundación española.

Cerca de la parroquia de Alangasí se encuentra el volcán Ilaló, en donde también se han realizado hallazgos de antiguos vestigios del periodo Paleoindio (11.000 a.C.), entre los que constan pondos (recipientes grandes), vasijas y piedras talladas.

Ahora el hombre prepara un libro que recoge todos los detalles recopilados por él y que podrían contradecir un poco la historia tal y como se la conoce, dice.

“Mis ancestros nacieron aquí. Conocí a mi bisabuela que vivió más de cien años. Imagínese todo lo que tenía para contar”, concluyó.

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