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La Gatazo se transforma cada sábado
Los precios de los productos son más cómodos, sobre todo en la noche. Sin embargo, los vecinos comentan que también se ha convertido en un foco de insalubridad e inseguridad.
A partir de las tres de la tarde, alrededor de 200 comerciantes arman sus ‘kioskos’ sobre la calle Toacazo, localizada en el barrio La Gatazo, en el sur de la capital.
Palos y plásticos emulan lo que serían los improvisados locales comerciales, otros se organizan mejor con una sombrilla grande y cartones. Y unos más experimentados arman carpas con cimientos de hierro y paredes blancas para soportar el inclemente frío y la lluvia.
“Lleve casera, todo a un dólar”, grita Julia Bushic mostrando su brazo lleno de choclos tiernos. En total hay unos ocho.
“Si no avanza a comer le ayudo”, dice entre risas, intentando convencer a una mujer.
La feria libre que se extiende desde la avenida Mariscal Sucre hacia la calle Sigchos se ha convertido en un sitio emblemático de las compras en el sur de la urbe. “Acá es más barato comprar, sobre todo cuando empieza a hacerse de noche”, dice Carmen Armas, una compradora.
A lo largo del improvisado mercado se puede hallar de todo: por un lado están quienes se encargan de traer frutas y verduras de la Sierra ecuatoriana como cebollas, tomates, pimientos, ajos, lechugas y coles.
Entre ellos está Ana Morocho, que vende frutas desde sus 13 años. Ella dice que la venta resulta buena, pero que en meses en que los colegios tienen vacaciones los ingresos disminuyen notablemente.
“Lleve a un dólar”, señala con su dedo a una funda de peras. En efecto, dice que al avanzar el día bajan los precios para no quedarse con la mercadería.
“Preferimos sacar la inversión a que se dañen las frutas”, comenta la comerciante.
Junto a ella están los que vienen de Los Ríos y El Oro con las cabezas de verdes fresquitos, las piñas y papayas listas para degustar.
Los usuarios llegan al lugar preparados con canastas de mimbre o bolsos reutilizables, aunque en todos los puestos le entregan el producto en su respectiva funda plástica.
“Venga señorita, mire sin compromiso la frutilla ambateña”, insiste Ana Morocho.
Más adelante hay un molino que no para de moverse, su dueña coloca granos secos para que en cuestión de segundos se conviertan en harina fresca. El olor a máchica inunda el lugar.
La lluvia de la tarde hace que algunos se replieguen hacia las paredes de las casas o que extiendan grandes plásticos sobre sus productos para que no se mojen.
La calle se vacía de un momento a otro y los automotores logran circular más fluidamente.
Pero solo es cuestión de algunos minutos, pues los compradores siguen llegando, familias que complementan sus reservas de comida con la adquisición de repuestos de celulares, zapatos deportivos y uno que otro gustito en pantalones o vestidos.
Problemas con la basura
Sin embargo, los convenientes precios no son el único escenario de esta feria libre, de las pocas que se mantienen en Quito. Quienes van solo de paso no se percatan de la presencia de la basura y tierra que se acumulan durante la jornada. Son los vecinos que deben lidiar con lo que queda de las ventas informales.
Lastenia Jácome, moradora del barrio desde hace ocho años, relata que el panorama que queda los domingos en la mañana es desolador, pues incluso los desagües se han tapado por la acumulación de desperdicios.
“Ahí dejan amontonando los costales de basura, dejan medio barriendo, pero no dejan recogiendo bien”, comenta la mujer.
Asegura que la molestia crece con la congestión vehicular que ocasiona la toma de estas arterias viales.
“Los carros pasan muy lento porque la gente está en media calle comprando”, sostiene Lastenia.
En efecto, el olor del pescado y otros mariscos se mezcla con los desperdicios que con la presencia de lluvia se torna más difícil de recoger.
Junto a los contenedores ubicados a lo largo de la calle Toacazo se amontonan costales de desperdicios orgánicos y cartones. La gente que intenta caminar por la vereda debe ir sorteando la basura.
Por su parte, Julia Bushic, quien trabaja en este lugar desde hace 35 años, indica que pagan a otras personas para que dejen barriendo los puestos.
“Los vecinos dicen que dejamos manchadas las paredes, pero hay quienes dejamos todo limpiecito”, explica.
Robos
La sensación de inseguridad es latente en esta calle y las aledañas, pues según cuentan los moradores, los ‘dueños de lo ajeno’ aprovechan la aglomeración de gente y la distracción de las compras para arranchar carteras y canastos de los más despistados.
“Una señora le dejó a su hijo cuidando las compras y un hombre se las fue arranchando de entre las piernas”, narra Lastenia, que también hace sus compras en la feria.
El ‘arranche’ sería el modus operandi de algunas personas, por lo que dicen que es mejor estar muy atentos a la hora de recorrer la calle para realizar las compras.
Algunos focos se van encendiendo cuando la noche aparece, conexiones improvisadas hacen que el panorama cambie por completo.
En una carpa hay un parlante que transmite un partido de fútbol a todo volumen, también se puede escuchar una radio con música rocolera. Ahora la gente aumenta con el pasar de las horas. (DMA)
Piden más presencia policial
Según Lastenia Jácome, moradora del sector, la inseguridad acampa no solo en esta parte, sino en las demás calles aledañas y aunque sí ha visto a agentes policiales patrullar, piensa que estos recorridos deben ser más seguidos.
“Hay una mujer que les pega a las personas para robarles. Se baja de una moto y les va quitando todo”, comenta.
Las calles como la Zozoranga se ven vacías, para quienes viven en este barrio es mejor así, pues “los asaltos son a cualquier hora del día”.
En los alrededores existen al menos unas diez lavadoras de carros que, según los moradores, algunas servirían para ayudar a los presuntos antisociales a robar los accesorios de autos.
Asimismo, sostiene que sobre la calle Sigchos los autos que se estacionan sufren de robos de cerebros.
“Siempre se ve a los propietarios angustiados porque en cuestión de minutos les roban”, afirma la mujer.
La dinámica del barrio cambia de una calle a otra, en algunas zonas el bullicio y el movimiento son ensordecedores y en otras casi no hay gente y hay un silencio sepulcral.
Los moradores han aprendido a vivir dentro de estas situaciones, sin embargo, piden más presencia policial, sobre todo en la tarde cuando la gente regresa a sus hogares.