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Detectives cuentan cómo se las ingenian para seguir a parejas clandestinasFotos: Miguel Párraga y Fotoproducción - Gerardo Menoscal / EXTRA

¡Así ‘cachan’ a infieles!

La apariencia y actuar en grupo son claves para hacer bien el ‘camello’. Un caso puede resolverse hasta en dos semanas y media. Este oficio casi siempre llega por la influencia familiar o de alguien cercano.

Son las 12:30 de un día cualquiera de la presente semana. Todo parece normal a simple vista.

Un motorizado se estaciona fuera de un centro comercial ubicado en una congestionada avenida principal del cantón Durán, en Guayas.

El sitio está más concurrido que de costumbre. De entre la multitud, una chica se acerca a un hombre y lo saluda con un beso en la mejilla. Él mira a todos lados y asienta con la cabeza para indicarle que pueden subir a la moto y partir.

No lo saben, pero a unos escasos metros alguien los vigila desde un carro negro con protectores solares en casi todos los vidrios.

“Ahí se va a encontrar la pareja, ella se sube a la moto del señor. Él tiene aproximadamente 1.75 metros de estatura y pesa unos 80 kilos. Viste una camisa blanca de mangas largas, jean y tiene gafas. La señorita es delgada, alta, de cabello castaño claro y con alrededor de 1.70 metros de altura”, indica el hombre del auto oscuro, un investigador privado conocido como Charlie. Ese es su trabajo.

Con una pequeña cámara de mano, el experto le toma fotos a la pareja antes de que se vaya quizás a hacer ‘de las suyas’.

Charlie deja pasar unos 10 segundos y enciende el vehículo para seguir a las dos personas. “Siempre nos mantenemos a 500 metros de distancia”, una regla que debe cumplirse a rajatabla para hacer una persecución sin ser descubierto, explica.

La pareja no avanza ni un kilómetro cuando se detiene porque la luz del semáforo cambia a rojo. El señor aprovecha para mirar en toda dirección, como si temiera ser sorprendido antes de cometer un ‘crimen’. El clic de la cámara de Charlie vuelve a sonar. Él no pierde chance para fotografiarlos cada vez que puede.

“Una clienta solicitó el servicio. Se sospecha que el joven de la motocicleta es infiel. Es casado. Después del trabajo y también en sus días libres se pierde de su familia”, cuenta el detective, mientras el semáforo se pone en verde y le toca arrancar otra vez.

Los supuestos amantes giran en U por la avenida y avanzan velozmente. Charlie da otra explicación: los infieles siempre se citan en lugares donde van muchas personas para confundirse entre el gentío.

El momento clave del seguimiento ocurre. Los motorizados giran hacia la derecha e ingresan por el portón abierto de un edificio de dos pisos. En la terraza del sitio, un letrero con enormes letras blancas en mayúscula y con un fondo rojo indica que el lugar es un hotel. Ambas personas, que promedian los 30 años, entran a la recepción. Esta vez el caballero no mira el entorno obsesionado. Está más desesperado por ingresar al sitio.

Cuando van directo a un hotel, generalmente es porque ya han concurrido a un sitio como ese, aclara Charlie. Ya saben a qué van y no van a estar con el abracito o la caricia, sentencia.

La pareja son un par de detectives que trabajan junto a Charlie. Ellos simularon un seguimiento de rutina en un caso investigativo. Una práctica que debe realizarse con una serie de parámetros para que sea efectiva y no sea descubierta.

Normalmente en un seguimiento suelen actuar dos o más agentes. Uno conduce y otro toma fotos. Si la persecución es a pie, actúan varios, por si uno está en peligro de ser descubierto.

Oficio heredado

Charlie lleva 15 años en esto. Al menos es el período de tiempo en el que pasó a la práctica, porque podría decirse respiró el espionaje desde la cuna. Su padre, un investigador retirado, fue quien lo inspiró a dedicarse a las andanzas detectivescas. Él nunca le ocultó lo que hacía y más bien le enseñó las técnicas básicas del ‘negocio’.

Una de las tantas cosas que supo de su padre y luego la comprobó con la práctica, es quién es más ‘pilas’ para poner los cuernos. La mujer es más cautelosa y serena al momento, por ejemplo. Incluso “es capaz de hablar con el amante por teléfono en frente del esposo. En cambio el hombre es más nervioso y siempre trata de ocultar todo, se encierra en el baño a llamar o no suelta nunca el celular.

Con aquella afirmación coincide Paulo Morocho, otro experto con más de 20 años de experiencia. En su caso, él es de la segunda generación de investigadores de su familia. Su progenitor también se dedicó a ello.

Morocho dice que para hacer una buena investigación, lo ideal es tomarse de entre una semana y media a dos semanas y media, porque no solo se trata de fotografiar la infidelidad, sino de reunir otros datos para conocer cómo actúa y cómo se comporta quien engaña.

Por eso, Paulo refiere que antes de iniciar un caso, ellos le hacen llenar al cliente un cuestionario sobre la persona que se va a indagar. Ahí se consultan, entre otras cosas, sus actividades cotidianas y se pide también una lista de posibles amantes.

Prepararse para todo ello requiere astucia, conocimientos y experiencia. Algo que a veces no es tan recompensado económicamente. Por un caso, en promedio, Charlie cobra $ 300. Hay meses en que tiene cinco casos. Otros meses, con suerte, uno solo. Eso lo obliga a dedicarse a otra actividad para ‘parar la olla’.

La realidad de Morocho es distinta, debido a que no solo vive de los infieles. También resuelve otro tipo de casos.

La calle está más dura

Charlie no duda al decir que lo más peligroso del ‘camello’ es la calle. “Antes hasta me disfrazaba (...). Hoy en día es más difícil hacerlo porque uno carga equipos encima y corre el riesgo de que le roben”, lamenta.

En una ocasión se vistió como vendedor de una marca de bolos y así, ‘tapiñado’, investigó al dueño de un negocio. Aquel método sirve para averiguar sobre una persona que está en un sitio fijo. Antes era más fácil hacerlo. Claro, eran otros tiempos en que la delincuencia no mataba por un celular, reflexiona.

A pesar de la inseguridad, hay ocasiones en que sí se requiere cargar un disfraz. Por eso, otra regla de oro es siempre tener el cabello corto, porque facilita más ponerse una peluca. El pelo largo, como rockero de los setenta, hay que ponerle una malla primero. Es más ‘jodido’.

A la hora de pasar inadvertido, no todo son disfraces, conversa Morocho. Es más fácil tener un equipo de trabajo amplio para hacer frente a todo tipo de caso, explica.

Por ejemplo, si la supuesta infiel es una universitaria, lo recomendable es asignar el proceso a un agente joven, que fácilmente pueda estar cerca de ella en la ‘U’ como uno más del entorno. Ese mismo detective, en cambio, no es el ideal para seguir a la ejecutiva de una empresa o a un empresario.

Sea cual sea el investigador designado, hay algo que no cambia: todos deben tener vocación y lidiar con la adrenalina que la profesión implica. Así es este juego. Para eso les pagan. Un billete que se ganan a costa de las travesuras de otros.