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Cadete ecuatoriana se salvó de la muerte por ir a sacar dinero
Carolina Sanango quedó afectada de los oídos por la explosión de la bomba en Bogotá.

Carolina Sanango en un año más se gradúa como policía.
Eran las 2 de la madrugada del viernes y Walter Sanango caminaba apurado por la sala de espera del aeropuerto internacional José Joaquín de Olmedo, de Guayaquil. “Me voy, necesito estar con mi hija”, repetía impaciente.
Quería que lo revisaran rápido para poder volar a Colombia a ver a su hija, Carolina Sanango Molina, herida en el atentado que dejó 21 muertos y medio centenar de afectados. Su esposa, Carmen Molina, lo acompañaba. Recién habían llegado de Cuenca. Él viajaría; ella no.
La cadete, de 20 años, se salvó de milagro. “Ella está viva y Dios sabe cómo hace las cosas”, reflexionó él. “Está mejor”. Sentía angustia por lo ocurrido.
EL DINERO LA SALVÓ
El desesperado papá, que también es policía y vive en Cuenca, contó que en una conversación telefónica con su hija, ella le contó que se salvó de morir porque le faltaba dinero para invitar a su compañera, Ericka Chicó -quien falleció- a comer algo y se regresó a conseguirlo.
“Recién salían de un evento castrense y debían formar y Carolina le pidió a la amiga que la acompañara a retirar dinero porque ya no tenía. Ericka le dijo que continuaría hacia el sitio de formación. Y así fue. Mientras mi hija regresaba por la plata, sucede la explosión y fallece la otra chica. Mi hija también hubiese muerto si no se regresaba por el dinero”, indicó.
TÍMPANOS DESTROZADOS
Los allegados a Carolina Sanango sentían tristeza por la muerte de los otros jovencitos que también se preparaban para ser policías. “Es difícil vivir esto”, dijo la señora mientras arreglaba el cuello de la camisa de su esposo. Solo viajaba él. Ella se regresaba a Cuenca, donde ejerce como maestra. “Nuestra hija nos contó que ha mejorado, los médicos le diagnosticaron rotura de tímpanos, no podía escuchar bien, ojalá no queden secuelas”, contó a EXTRA.
Luego cruzó la puerta de ingreso a la sala de embarque, le hizo un gesto de despedida con la mano a su esposa y se marchó para Colombia, donde lo esperaba Carolina, quien lleva dos años en la escuela de formación de Policía colombiana. Ese derecho de estudiar allá se lo ganó por ser una de las diez mejores puntuadas en la escuela Alberto Enríquez Gallo, de Quito.
“Pese a lo ocurrido, la seguiremos apoyando para que cumpla su sueño de ser policía y servir a la comunidad”, concluyó su madre.