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En la infraestructura, que fue del cine Hollywood, hoy funciona una iglesia cristiana. Apenas se divisa su letrero.Fotos: Ángelo Chamba / EXTRA y Cortesía

Ni porno ni lujuria... solo alabanzas

Se acabaron las escenas de sexo. La infraestructura, situada en el Centro Histórico de Quito, fue comprada por una familia quiteña y una comunidad cristiana la rentó para enseñar la palabra de Dios.

Sábado, 08:00. En el culto, los fieles levantan sus manos y le cantan a Dios. Eufóricos. Frente a ellos, en una tela gigante que se despliega sobre un escenario, se proyectan mensajes bíblicos. La palabra de Dios.

Las alabanzas atraviesan las puertas y paredes, llegan a la calle Guayaquil, en el Centro Histórico de Quito. Los seguidores de la iglesia Universal sienten allí la presencia de Cristo. Y han llegado para escuchar las enseñanzas del pastor.

Hace quince años (en ese mismo lugar), los hombres se acomodaban en las butacas de la sala. Afuera, un letrero anunciaba dos películas en sesión continua. Dentro, los caballeros escondían su rostro con el periódico.

No hablaban. Algunos se escabullían en las esquinas. Invisibles. Pero no dejaban de mirar la pantalla... Estaban en el cine Hollywood y allí se proyectaban, en una tela gigante que se desplegaba sobre un escenario, películas porno.

Que la iglesia se haya instalado en donde, hace no mucho, fue un cine porno genera reacciones. No para el pastor Marcos Souza, uno de los dos líderes de este templo cristiano. Nacido en Río de Janeiro (Brasil), llegó a Ecuador a predicar la palabra de Dios. Y el templo en el que lo hacía se mudó a las calles Guayaquil y Espejo. A un lugar más amplio.

— ¿Al mudarse, pensaron en lo que se veía ?

— “Era un sitio por donde nadie quería pasar cerca (...) nosotros apartamos este lugar para Dios”, responde.

“Consagraron” el templo para que las “personas reciban una vida nueva”... Y hoy, a un sitio de 15 metros de ancho y 20 de profundidad, en el que se vendía la ilusión del sexo, lo presentan como la ‘Casa de Dios’. La infraestructura es la misma, pero hubo refacciones. El escenario y la sala siguen allí.

Solo que ya no se proyectan hombres y mujeres desnudos, uno encima del otro, penetrándose o teniendo sexo oral. Ahora se muestran testimonios de personas que han sido transformadas por Cristo. “La iglesia llena de vida y paz”.

Souza deja algo claro: “No es criticar a las personas que venían antes (al cine porno), la idea es ayudar a esa gente”. Sentado en la primera fila, cuenta que unas 400 personas llegan a los cultos. Los hay todos los días. Dice que la iglesia tiene 42 años en el mundo, que no es posible tomar fotografías; que allí permanecerán el tiempo que sea necesario...

Con nuevos propietarios

En 2017, el cine Hollywood apareció en venta en la web. Una familia quiteña, amante del Centro Histórico y el arte, se interesó en la infraestructura. Hasta esa fecha había porno de 08:00 a 18:00. Dos dólares la entrada.

Era lúgubre. Olía a cigarrillo. Y la familia temía que la estructura fuera de adobe. Pero no. Era de cemento, hormigón y varillas de hierro. Raro para las construcciones de la época. Con esa información lo adquirieron.

El Hollywood fue construido en los años 50. Dice el actual dueño, quien prefiere mantener su anonimato, que esta obra está atribuida a unos empresarios guayaquileños. Y fue tan popular en su época que la gente hacía largas filas para ingresar. Hasta la calle Espejo, asegura.

Pero en los 70, el cine perdió fuerza. Intentaron levantarlo con el teatro. Y hay evidencia de ello. Durante la refacciones encontraron volantes con publicidad de shows traídos de Francia como el Can Can, bailarinas exóticas. Todo para adultos. En los 80 y 90 se fue “degradando”. Hasta convertirse en un cine porno.

Durante 30 años, el lugar fue arrendado para mostrar sexo. Los consumidores, casi siempre, adultos mayores. Y, en los últimos años, las mujeres ya no podían ingresar.

Cuenta el dueño que “el teatro estaba en una condición bastante deplorable”, afirma hoy desde una obra restaurada. En el quinto piso, donde da la entrevista, no queda ni rastro de lo que fue. Dice que allí funcionaba la sala de censura, donde se verificaban las cintas que se iban a proyectar.

La última película

La pornografía nunca fue del gusto de la familia. Si hubo algún reparo en comprar la propiedad aún sabiendo lo que allí se proyectaba lo responde el dueño: “No tuvimos demasiado problema; las cosas que se han dado en el centro han sido de paso”. Tuvo su época dorada. Y eso hizo que se fijaran en la propiedad capitalina.

Su objetivo ahora es darle un nuevo toque. Y lo están consiguiendo. Un giro de 180 grados, arrendando el sitio a una iglesia cristiana... Pero antes, el nuevo propietario invitó a sus amigos a que vieran una película en el cine Hollywood. No fue porno. Así que el último filme que se proyectó en el lugar no tuvo nada que ver con sexo.

En los libros de la historia de Quito, el cine es un referente. Un punto de ubicación. Muchos han escuchado hablar de él. Muchos han ido. Pero pocos se atreven a contarlo.

No es el caso de Eduardo (nombre protegido), un hombre de 60 años que, hace quince años, lo visitaba. Recuerda que todos se manejaban con cautela, excepto algunos que buscaban una experiencia sexual con alguien de su mismo sexo como “resultado de la carga de excitación que proyectaban las imágenes”. Iban al baño. El lenguaje de las miradas y el impulso de la ansiedad prevalecían, concluye. No lo olvida.