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Un ‘chuchaqui’ en paz
Una comisión de las Naciones Unidas empezó desde ayer a verificar el cese al fuego de las FARC en toda Colombia.

El cese al fuego entre el gobierno colombiano y las FARC, tras 52 años de conflicto, ha llevado tranquilidad a la localidad de Caloto.
Colombia vive desde ayer, entre la emoción y la prudencia, el primer día de silencio definitivo de los fusiles de las FARC tras 52 años de conflicto armado, luego del histórico acuerdo de paz alcanzado entre el gobierno y esa guerrilla marxista.
“Este 29 de agosto empieza una nueva historia para Colombia. Silenciamos los fusiles. ¡SE ACABÓ LA GUERRA CON LAS FARC!”, escribió el presidente Juan Manuel Santos en Twitter un minuto después de entrado en vigor el cese del fuego y hostilidades.
Desde la medianoche rige en todo el país el alto al fuego bilateral y definitivo, ordenado conjuntamente por Santos a la fuerza pública, y por el jefe máximo de las FARC, Rodrigo Londoño, conocido por su nombre de guerra de ‘Timochenko’ a sus tropas, al cierre de casi cuatro años de negociaciones en Cuba.
La medida, decretada el viernes por Santos con indisimulada alegría, fue replicada el domingo desde La Habana por el jefe de las FARC con igual emoción, poniendo así fin a una conflagración fratricida de más de medio siglo que deja cientos de miles de víctimas, entre muertos, desaparecidos y desplazados.
Aunque las pláticas en Cuba transcurrieron sin una tregua en Colombia, las FARC mantenían desde el 20 de julio de 2015 un alto al fuego unilateral, al que el gobierno respondió con la suspensión de los bombardeos aéreos, pero sin dejar de perseguirles.
El Alto Comisionado de Paz, Sergio Jaramillo, explicó que las partes diseñaron un protocolo para aplicar desde ayer y “darle garantías a todos los colombianos del cumplimiento del cese”.
Ese protocolo incluye propiciar que la misión de Naciones Unidas que verificará el cese al fuego “se despliegue lo más rápido posible” en todo el país y que las FARC comiencen el “agrupamiento de todas sus unidades” en puntos predeterminados, cuyas coordenadas darán a la ONU, “para asegurar que el plebiscito se desarrolle de la mejor manera”, dijo Jaramillo.
“Es muy bueno, porque fueron como 50 años de guerra (...) y ya, ya Dios quiera que se viva tranquilo y ojalá todo se normalice. Eso es lo que queremos: una Colombia tranquila, sana”, dijo Luis Jiménez, un mecánico de la zona rural del norte del Cauca, testigo toda su vida de la violencia del conflicto armado.
“No tenemos seguridad”
La decisión se enmarca en el pacto de paz anunciado el miércoles pasado en La Habana, que para hacerse efectivo deberá ser aprobado en un plebiscito el 2 de octubre.
Muchos colombianos, liderados por el expresidente y actual senador Álvaro Uribe, se oponen al acuerdo por considerar que traerá impunidad.
Otros no ocultan su escepticismo. “No creo que se les pueda creer a las FARC. Es probable que decidieran dejar las armas, pero no tenemos seguridad de que no van a iniciar una guerra política”, dijo Felipe Giraldo, de 25 años y desempleado, en Bogotá.
Pero para Adelaida Bermúdez, la paz con las FARC significa que su hija no esté “en medio de las bombas” luego de nueve años de militancia en filas insurgentes.
“Ojalá se dé la paz (...) para que los hijos vuelvan”, dijo esta mujer de 50 años, tendera de Gaitania, la zona del centro del país donde las FARC se levantaron en armas en 1964.
“A ella le ha tocado muy duro”, dijo sobre su hija esta habitante de la vereda San Miguel, una de las 22 donde la guerrilla se concentrará.