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Gilberto Valenzuela mientras predica a sus compañeros.Miguel Párraga / EXTRA

Cuando predica llegan los ‘camellos’

El ‘hermano del bailejo’ comparte versículos bíblicos con trabajadores ocasionales en el centro de Guayaquil, desde que se salvó de morir.

Pasó del desahucio a la resurrección. Gilberto Valenzuela se aferra a la Biblia con la misma fuerza con que sostiene sus herramientas de trabajo: un bailejo, un pequeño tubo de agua y flexómetro.

Hace 18 años su vida dio un giro inesperado. Suplicó salvación y, asegura, Dios se la concedió cuando sus días se oscurecían cada vez más.

“Lo que la ciencia médica no pudo, Jesucristo sí”, dice convencido el hombre, de 67 años, golpeando con su mano derecha la pasta negra y desgastada de una vieja Biblia.

Él es de esos obreros ‘todo en uno’ en busca de ‘chamba’, que paran en Luque y José de Antepara, en el centro porteño.

En ese punto de la ciudad, electricistas, albañiles y gasfiteros esperan a que les llegue un ‘cachuelito’, en esos días soleados y, en ocasiones lluviosos, que Guayaquil suele regalar. Unos se sientan en la vereda y otros están parados, pero Valenzuela camina de Antepara a García Moreno, leyendo la palabra de Dios.

A cinco cuadras de esa esquina, en Los Ríos y Luque, estuvo a punto de morir. Desde entonces predica a sus ‘colegas’.

Interrumpe su discurso unos minutos para conversar con EXTRA. Se sienta en la entrada de un edificio mientras seca el sudor de su frente. “Bendiciones”, susurra a modo de saludo.

Es inevitable preguntarle, ¿por qué da el mensaje divino? Antes de responder, aclara su ronca voz, agotada de tanto gritar. “Hay que tener un llamado”, comenta.

Tenía 12 años laborando en ese mismo sector, cuando le llegó la ‘señal divina’. Gilberto cayó desde unos ocho metros de altura mientras demolía una casa. Quedó inconsciente en el piso. Moradores lo llevaron a un hospital y allí estuvo internado durante 15 días.

“Los doctores no me daban esperanzas (...). Cuando salí, miré hacia el cielo y vi una nube brillante. Pensé que era Dios y dije: ‘sáname’”, rememora.

Su hermano lo recibió unos días en su casa y otros familiares cuidaban de él. No podía caminar. Lo envolvían entre sábanas para moverlo.

La cosa no pintaba bien. Valenzuela pensó que del mes no pasaba, pero sus súplicas, al parecer, funcionaron. Se recuperó y volvió a trabajar.

El sexagenario resume su caso citando un fragmento del evangelio de Mateo 7,7- 8. “Pedid, y se os dará (...). Porque cualquiera que pide, recibe”... Y vaya que en él se aplicó aquel proverbio.

Sus colegas lo llaman el “hermano”, ya que profesa la religión evangélica. Aunque bien podría ser ‘el hermano del bailejo’, en alusión a aquella herramienta para mezclar cemento de la que no se separa hasta para leer la palabra de Dios.

Gilberto es naranjaleño, pero reside en Guayaquil desde los 7 años. Está dedicado a la construcción desde los 15. Siente como su familia a los jornaleros que como él, diariamente, esperan un mejor futuro.

Un carro se detiene y, en menos de tres segundos, está rodeado de trabajadores ocasionales que ofrecen sus servicios. Valenzuela solo mira. No puede correr. Pero si se trabaja bien, “a uno lo llaman”, dice con la calma y experiencia que ha ganado con el pasar de los años.

Un amigo lo escucha y toca su espalda. Desde la caída tiene ahí una bolita. El pana lo exalta. “Es un guerrero”, opina.

Aumentan las ‘chambas’

Víctor Villalba observa a Valenzuela, su amigo y compañero, caminar con la Biblia. Lo escucha atentamente aunque a veces se le pase uno que otro cliente.

“Siempre es bueno escuchar de Dios”, dice. Y es que, al parecer, eso le trae buena suerte, según Villalba.

Hay días en que los trabajos no llegan y se desespera. Pero escucha a Valenzuela y suele mejorar la cosa. Villalba lo atribuye a una generosidad del cielo.