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Atrapados entre la guerra y el discrimen
La oleada de violencia en la frontera norte ha perjudicado a algunos desplazados norteños, quienes se quejan de ser culpados por el terror que ahora vive el país.

Solo en enero de este año, mil personas han sido desplazadas de Nariño y Antioquia, según la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR).
La sombra de la guerrilla persigue a Darío y parecer acorralarlo. Hace tres años dejó su vida en Tumaco, para florecer con su familia en Ecuador. Ahora sufre el dolor de la discriminación por venir de la tierra del tintico, de Valderrama, Bolillo Gómez y James, pero también de la muerte disfrazada de terrorismo. Simplemente por ser colombiano.
Cuando empezaron los ataques en la frontera entre Ecuador y Colombia, que por ahora han dejado siete muertos —tres trabajadores de diario El Comercio y cuatro militares—, decenas de heridos y dos secuestrados, la segregación social lo fue hiriendo de a poco. Su paz terminaba.
Este semana, un borracho se paró frente a su casa para gritar que los colombianos son “ladrones y guerrilleros”, también recriminaba que han sido acogidos por este país y que ellos pagaban mal. “Por culpa de esos bandidos que secuestraron a los periodistas y a la pareja ya hemos sentidos discriminación por parte de los ecuatorianos. Ahora no sé qué hacer, tengo miedo que peligre mi familia. Por uno pagamos todos”, lamenta Darío, quien tiene 42 años y que cuenta con visa de amparo.
Él integra la sobrecogedora cifra de 7,2 millones de colombianos desplazados por el conflicto armado en la historia, según el Observatorio de Desplazamiento Interno del Consejo Noruego para los Refugiados y del Observatorio de Desplazamiento Interno (IDMC), publicado el año pasado. Solo en el departamento de Nariño se contabilizaron 7.776 personas que abandonaron este territorio del suroeste y limítrofe con nuestro país, en 2017.
Los “bandidos” a los que se refiere Darío son los actuales disidentes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), pero que desde 2015 comenzaron a frecuentar su hogar y negocio, ubicado en el casco urbano de ‘la nueva capital de la coca’, como es conocida Tumaco, para exigirle dinero a través del impuesto revolucionario o vacuna extorsiva que consistía en 15 almuerzos —para alimentar a la tropa— hasta 2 millones de pesos (731 dólares aproximadamente).
Durante un año soportó las amenazas de los integrantes del Frente 29 y de la columna Daniel Aldana, que en ese entonces tenía como comandante Oliver Sinisterra, de donde sale el nombre del grupo armado que lidera Walter Arizala, alias Guacho, el enemigo número 1 del Gobierno ecuatoriano.
Un día llegaron al negocio que Darío tenía para decirle que necesitaban un aparato electrónico. Se lo llevaron, pero las extorsiones continuaban y como no tenía nada más qué entregarles, recibió la última amenaza: “me dieron ocho horas para salir de Tumaco”.
Ni los intentos por reclutar a su hijo de 17 años a las filas de las FARC, lo doblegaron tanto como la ‘expulsión’ de la ciudad a la que considera suya desde que llegó en 1992, pese a no haber nacido en ella.
Pero los días en Ecuador tampoco han sido de sosiego. Ante la falta de empleo su hijo se convirtió en vendedor informal en buses de transporte y como paga recibía frases discriminatorias. Aseguró que también el joven fue golpeado y torturado por algunos agentes.
“No es justo salir de su tierra y pasarla tan mal en otro país como la estamos pasando”, rezonga a través del teléfono. Y pese a que Tumaco se desangra, Darío ya siente el llamado de su pueblo. “Para el desplazado no hay tranquilidad, no vuelve a sentirse tranquilo. Lo mejor que puede haber para una persona es retornar a su tierra”. Su deseo de regresar va en serio.
Expulsada por el ELN
Juana también dejó su corazón en Tumaco. Ella, su esposo y tres hijos vivían cerca de la orilla del río Rosario, que desemboca en el Pacífico. La pesca era la fuente de economía de esta familia y lo poco que tenía se vio amenazado por la presencia de los rebeldes.
“Un día llegaron donde mi suegra para quitarle las cosas, nos tiraron al suelo y nos decían que nos iban a matar, pero gracias a Dios pudimos salir corriendo”, rememora la mujer. Días después volvieron a casa. Su esposo conserva como amargo recuerdo una herida de bala en el abdomen.
Cuando los guerrilleros del Ejército de Liberación Nacional (ELN) regresaron en canoas, por segunda vez, hasta su sector para sembrar el terror, Juana gritó: “¡basta!” y emprendieron la travesía hacia nuestro país.
Un amigo les contó que cruzando la frontera encontrarían trabajo y paz. Juana y su familia llegaron hace seis años a un poblado apacible de la costa. Tienen estatus de refugiados y eso les ha dado tranquilidad.
Aunque asegura no haber sido discriminada por su nacionalidad, también le duele que el manto sangriento del terrorismo se haya extendido hacia Esmeraldas. Y ofrece lo poco que tiene por su supervivencia. “Aquí estamos nosotros para darles fuerzas a ustedes”
No quiere salir a la calle
Gloria vive los peores días en Ecuador. Desde hace cuatro años cuando dejó su residencia en el departamento de Nariño para instalarse con su pequeño hijo en este país, no había sentido las miradas de sus nuevos vecinos como dagas. “Me siento rechazada por ser colombiana”, dice atribulada.
Odia a la guerrilla y a los disidentes, lo lanza entre susurros porque teme ser escuchada. Evade detalles de su salida de Colombia, no quiere dejar una pista suelta. “Me quiero olvidar de esa vida”.
Aunque se ha sentido respaldada por las autoridades desde el día que piso suelo tricolor, no todos le sonríen cuando escuchan su dialecto. Y eso se ha acentuado en la últimas semanas tras los asesinatos del conductor, periodista y fotógrafo de diario El Comercio; la muerte de los cuatro militares y el secuestro de una pareja.
“A veces prefiero quedarme en el departamento para que no me diga cosas afuera”, indica apurada antes de terminar la conversación telefónica.
El Comité Permanente por la Defensa de los Derechos Humanos (CDH) de Guayaquil tiene constancias de algunas quejas de refugiados norteños en la ciudad que son víctimas de discrimen desde los ataques del Frente Oliver Sinisterra . El secretario permanente del comité, Billy Navarrete, habló al respecto con EXTRA.
¿Cómo afrontar la discriminación a los refugiados colombianos?
Esta convivencia con el conflicto armado está en nuestra cotidianidad. Desde hace mucho hemos sido cobijo de gente que huye de lo que ahora nosotros sentimos: el miedo. Una mala opción sería levantar muros culturales, a tal punto de hacer discrimen por el lugar de donde la otra persona nació. El ciudadano debe estar con serenidad, porque no es poca cosa lo que tenemos entre manos. Hay un suerte de certeza de que lo que estamos viviendo es irreversible y al menos en la frontera norte la militarización se va a mantener de manera prolongada. El peligro es que lo naturalicemos y se vuelva como Colombia.
¿Hay diferencias entre desplazados norteños y esmeraldeños?
Ninguna diferencia, la frontera de esa población y entre esas familias ha sido invisible hace muchos años, no ha existido, la gente ha ido y ha regresado, incluso en temporadas agudas de conflicto armado, sobre todo en el lado de Esmeraldas. Existen lazos, incluso en el corredor San Lorenzo-Esmeraldas-Guayaquil se ha mantenido desde siempre, ya que muchas familias que ahora están refugiadas en la Isla Trinitaria, que han huido de la guerrilla, han llegado hasta acá por esa relación afrodescendiente.
¿El desplazamiento de los esmeraldeños complicará ciudades?
Creo que hay un tema que falta de monitorear y comenzar a atender, porque quizá el Estado ecuatoriano esté preparado para el desplazamiento por motivos de desastres naturales, pero acá hay otro tipo de motivaciones y donde los albergues deben ser protegidos, porque son sitios muy vulnerables, esa población huye de la violencia, entonces hay una seguridad que hay que brindar.