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La tucibi se vende en polvo o pastillas. Esta iba a comercializarse en Guayaquil.Cortesía e iStock

Tucibi, la droga aniñada

Diario Extra confirma la existencia de este narcótico de diseño en Guayaquil. Solo se vende en fiestas y ambientes elitistas.

La noche transcurría lánguida, como un rancio melodrama vespertino de domingo. ‘Felisa’ encadenaba bostezos desde hacía dos horas, pero uno de sus ‘panas’ decidió ‘sazonar’ aquella fiesta de cumpleaños, celebrada en 2016 en un distinguido local de Samborondón. Dos gramos, 110 dólares. “Esta nota es buena. Ya verás”, le incitó el muchacho.

‘Felisa’, que ya se había aventurado con la cocaína en un par de conciertos, no dudó. Humedeció su índice derecho con saliva, lo introdujo en la funda, como un chupete en un saco de Comesolito, e ingirió aquel polvo rosáceo sin preguntar qué diablos era.

Quince minutos después se zambulló en un angustioso mundo onírico, donde los contornos de los muebles y los focos parecían serpentear. “Tenía la sensación de encontrarme en otro planeta, en una especie de pesadilla. El corazón me latía a mil. Fue tan intenso que me invadió un pánico horrible. Mis amigos, en cambio, me dijeron que la habían pasado en grande, aunque no pudieron dormir”, relata a EXTRA.

La joven, de 21 años, fina silueta y maneras exquisitas, no quiso repetir aquella turbadora experiencia. Pero para varios de sus ‘panas’, educados en universidades porteñas y extranjeras de postín, esa droga se ha convertido en una habitual compañera de farras: “Algunas modelos están enganchadas”, apostilla.

Le llaman 2-CB o tucibi (por la fonética de sus siglas en inglés), venus, nexus, coca rosa... En Colombia es diez veces más cara que la cocaína común. Y en Ecuador triplica el precio de su competidora con creces.

Pero se trata de un estupefaciente psicodélico de diseño, perteneciente a la familia de las anfetaminas. Hoy su fórmula es un misterio, aunque inicialmente, cuando se sintetizó en la década de los 70, contenía un derivado de la mezcalina, una sustancia muy alucinógena extraída del peyote.

Solo se puede comprar en pequeñas dosis y círculos sociales muy elitistas, relacionados con las fiestas electrónicas y los ‘after’. En territorio ‘paisa’, por ejemplo, ha provocado guerras feroces entre las bandas que pugnan por controlar su monopolio y ha seducido a reinas, corredores de bolsa y artistas. “Dicen que aumenta el deseo sexual, pero a mí no me sucedió”, sentencia ‘Felisa’.

Venta discreta

El tráfico de esta sustancia está envuelto por un halo de secretismo en Ecuador. Parece invisible. Algunos como ‘Fernando’, que acaba de estrenar la mayoría de edad, la adquieren en la ‘deep’ internet (internet profunda), donde se pueden encontrar armas, material pornográfico infantil, toda clase de narcóticos, sicarios, ‘hackers’, testaferros, trileros de altos vuelos que lavan ‘bitcoins’ (la moneda virtual)... El plan de este chico, que despacha al equipo de EXTRA en un par de minutos, es ahorrar lo suficiente para marcharse a Montañita y continuar allí con su negocio clandestino.

‘Javier’, un treintañero huesudo de lengua prudente, la recibe desde Colombia. Pero elude ofrecer más datos sobre quienes se la proporcionan porque cualquier desatino pondría su vida en peligro. Así que no concreta si trabaja para la red de Alejandro Montoya Hincapié, considerado el ‘Pablo Escobar de las anfetaminas’, que sufrió un duro revés policial en junio del año pasado.

“Solo diré que no son los típicos microtraficantes de la calle, sino ‘manes’ importantes. El secreto es no mover grandes cantidades, no llamar la atención. Es para gente selecta. A mí me compran personas con mucha plata. Y eso ayuda a que la Policía Nacional no me descubra”, desliza sucinto.

Cada semana vende entre 50 y 100 gramos. Su margen de beneficio, tras pagar al proveedor, es del 30 %. De modo que a pesar de contar con una licenciatura, prefiere poner en riesgo su futuro y desafiar a la ley: “No quiero quebrarme camellando. Eso no es para mí”.

Peligro: la mezcla con inductores del sueño

El mes pasado, Julieta Sagnay, psiquiatra del Instituto de Neurociencias y directora de la Clínica de la Conducta, atendió a su primer paciente por tucibi. El chico, menor de edad, se encontraba muy trastornado.

Tras una madrugada de excesos había recurrido al mismo método que otros consumidores de drogas sintéticas para rebajar la ansiedad y descansar unas horas: tomar pastillas inductoras del sueño (zopiclona, zolpidem...).

Sin embargo, esta mezcla entraña graves riesgos para la salud del adicto, ya que a partir de ciertas dosis los somníferos pueden propiciar el efecto contrario.

“Cada vez son más frecuentes estas prácticas riesgosas, que causan brotes psicóticos y violentos. En los sectores humildes, la ‘H’ es la droga que más se distribuye y que está matando a más muchachos.

Pero en los estratos sociales altos, los estupefacientes de diseño son los que golpean de verdad. Su consumo está aumentando en gran medida, al mismo ritmo que el de los somníferos”, alerta preocupada.

Sin respuesta de las autoridades nacionales

EXTRA quiso contrastar la información recabada con las autoridades estatales.

El pasado día 12, este Diario solicitó una entrevista con algún responsable policial de Antinarcóticos. Lo hizo a través de un mail, que remitió al Departamento de Comunicación de la Policía Nacional en la zona 8, y una llamada telefónica.

Dos días más tarde volvió a cursar la petición, igualmente por correo electrónico. Y, como refuerzo, también empleó el WhatsApp.

Además, escribió al Departamento de Comunicación de la Secretaría Técnica de Drogas para contar con las valoraciones de un representante de dicha institución.

Pero al cierre de esta edición, ninguna de las dos entidades había respondido a EXTRA. De ahí que sus versiones no se hayan incluido.