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“Me dijo que no me dejaría solo”
Desde el Centro de Rehabilitación de Cotopaxi, en Latacunga, el procesado relató lo que sucedió en Ibarra el día de la agresión a su pareja. Ella estaba embarazada de él.

Mauricio Castro, vocero de la familia, refiere que su sobrina era muy trabajadora.
“Papá, ayúdeme”, es la frase que, una y otra vez, ‘taladra’ la memoria de Hipólito Ramírez, sobre la fatídica noche en que su hija Diana fue asesinada en Ibarra.
Él estaba ahí –a escasos diez metros– justo detrás del cordón policial en las calles Luis Cabezas Borja y Pedro Moncayo, norte de la urbe. Vio como Yordi Lozada le encajó tres veces un puñal. “No le permitieron hacer nada y eso es lo que más le pesa... No actuaron ni dejaron actuar”, cuenta Mauricio Castro, tío político de la víctima y vocero de la familia.
En la versión tomada al procesado por el crimen señala que la pelea comenzó porque ella no quería ayudar con la preparación de un pedido de empanadas para el local que ambos atendían en una plaza de comidas. Los ánimos subieron y los clientes se quejaron. Cuando llegó el dueño del lugar, la pareja le ofreció una disculpa, pero no las aceptó.
Unos minutos después, la joven dialogaba con los encargados, mientras el venezolano, de 22 años, intentaba acercarse. “Mira yo a ti te puedo mandar preso”, le habría dicho uno de los jefes, por lo que él se alejó.
En la página cinco de las ocho que contienen el testimonio del implicado, al cual EXTRA tuvo acceso, rememora sus pasos por la parte trasera de aquel parque de comidas. Dice que estaba “enojado, tomé un cuchillo de un local, sin que nadie se diera cuenta, porque pensé que tendría problemas con los dueños del sitio y me lo coloqué en la cintura”.
Luego se acerca a un compatriota para pedirle un dinero que le debía. Esos 150 dólares iban a ser usados por el tipo para llegar a Perú y así evitar problemas con las autoridades por su condición de migrante. Sin embargo, su amigo le dice que al momento no los tiene y que regrese más tarde.
De allí, Lozada vuelve a la mesa en la que Diana hablaba con los encargados del lugar y llega la Policía. “Me pregunta de dónde soy (...) y me dice chuta te vas a podrir en prisión”, narró el extranjero.
Cuando el agente saca las esposas, Yordi toma a Diana como rehén y salen a la calle Bolívar en busca de un taxi. “Camino una cuadra y había policías por todos lados (...) Me dieron una distancia de cincuenta metros y yo la solté, le dije que se fuera. Ella se dio la vuelta, me abrazó y me dijo que no me dejaría solo”, recordó el aprehendido, a quien según su versión, incluso compañeros de otros locales –hasta el mismo encargado– le ofrecieron llevarlo a donde él les pidiera, si soltaba a la chica.
Yordi y Diana habían caminado pocas cuadras y ella pidió agua. Yordi lanzó una moneda de dólar a un muchacho de un restaurante y ambos bebieron de la botella. “Diana me pidió que guarde el cuchillo y yo lo hice”, dice el procesado.
El rumbo que tomó conducía “a la casa” en la que vivían. Con el escándalo, las personas salieron a sus balcones, desde donde le decían que, nuevamente, guardara el arma. “Yo les gritaba me están haciendo perder la paciencia, la amenacé por última vez y en el fondo escuchaba (a la gente decir) mátala, mátala”, refiere el hombre en el documento.
Lo que Lozada no entendió, según el tío de Diana, es que la gente no lo “estaba alentando”, lo que hacía era amenazarlo: “Mátala y vas a ver lo que te pasa”, acota.
Después le encajó el cuchillo y la soltó. La Policía lo detuvo y lo trasladó a una dependencia de la institución. 20 minutos más tarde un agente le confirmó el fallecimiento de Diana. “Maldito se acaba de morir tu mujer, eso es lo que querías”, le habría dicho.
96 minutos para la desgracia
Fueron 96 minutos los que tuvo la Policía para intervenir, resalta Marlon Jácome, abogado patrocinador de la familia Ramírez. La semana pasada viajó desde Quito para interponer una denuncia en contra de la institución por elusión de responsabilidades de los servidores de la Policía Nacional. “El deceso de Diana no puede terminar solo como femicidio. Al país se le debe una verdad: por qué la Policía no actuó”, detalla.
Una de las situaciones que le preocupa es que está por concluir la etapa de instrucción fiscal y no se acogió su pedido para la reconstrucción de los hechos. “Debió hacerse el sábado pasado (16 de febrero), en las mismas condiciones que sucedió el hecho”, agrega.
Ahora que puso la querella espera que se dé paso a la investigación. El legista también señala que se ha pedido la documentación legal a las autoridades venezolanas para corroborar si Lozada tenía o no problemas con la justicia en su país.
Dentro del expediente consta un correo electrónico en el que se presume, aunque no es un tema oficial, que el imputado estaría relacionado con una agresión a servidores públicos y un proceso por violación.
Llevaban poco tiempo viviendo juntos en la Ciudad Blanca
Detrás del volante de un taxi, el hermano de Hipólito Ramírez, padre de la chica, oyó del incidente por la radio.
Un venezolano tenía por el cuello a una joven y amenazaba con un cuchillo a quien se acercara. “La descripción de la pareja coincidía. Estaba seguro de que era Diana, por eso llamó a su hermano”, refiere Mauricio Castro, vocero de la familia.
Junto a los barrotes metálicos de la plaza de comidas, en la calle Bolívar, él narra lo que sucedió el 19 de enero. Al fondo del lote, Diana y Yordi reñían.
A finales de octubre del año pasado, la pareja habría iniciado un noviazgo y, semanas más tarde, decidió vivir junta. Hace un tiempo, la mujer se había separado de su esposo, con quien procreó dos niños.
El entorno familiar
En la casa de los padres de Diana, de Lozada sabían muy poco. “Nunca lo presentó como pareja (...) La madre se sentía amedrentada por la violencia de él”, cuenta Castro, quien hace énfasis en los comportamientos agresivos que mostraría el sospechoso.
Fueron contados los días en los que Yordi compartió techo con la mujer y sus niños. En diciembre, ella entregó la tenencia de los menores de edad al padre, quien ahora está encargado de la crianza de las criaturas de 4 y 6 años.
Es asistente de cocina y vive en Pugacho, sur de la urbe. “Siempre estamos en contacto, somos una familia muy unida. Lo más triste de ver llegar a los niños a la casa de los abuelos es que ya no está su mamá”, describe Mauricio.
Él revela lo difícil que ha sido mantenerlos alejados de la situación que vivió su progenitora. “Ellos dicen que está en el cielo. No hemos permitido que vean los vídeos de las redes sociales, pero es difícil controlar los comentarios de sus compañeritos en la escuela”, añadió.
Los chiquillos son fruto de una relación que surgió en 2012. Diana conoció a su esposo en unas prácticas universitarias de Gastronomía. “Se casaron solo por el civil porque ella era Testigo de Jehová”, comenta su allegado.
Castro desconoce la causa de la ruptura entre ambos. Sin embargo, aclara que la boleta de auxilio que ella levantó en contra del progenitor de los chicos fue por un malentendido. “Cuando se separaron, ella no quiso dejarle ver a los pequeños y él se trepó por la pared, por eso Diana llamó a la Policía, pero no por maltrato”, cuenta.
Sin embargo, esto contradice la versión del procesado, quien en las más de cuatro horas de testimonio enfatiza las amenazas, golpes e insultos que supuestamente Diana recibía de su exconviviente.
“Me puse a buscar una película (en un disco duro), conseguí dos vídeos en los que él la estaba grabando sin ropa y le amarraba de las manos. En el otro le decía cosas feas...”, detalló Lozada en una sala del Centro de Rehabilitación Social de Latacunga, en Cotopaxi.
Convivencia con el extranjero
La habitación número cinco de un hostal frente a la terminal terrestre de Ibarra se convirtió en el hogar de Diana y Yordi. Por esa pieza la pareja pagaba 120 dólares, dato que consta en el relato del acusado, quien conoció a la víctima, de 25 años, en la plaza de comidas en la que ambos laboraban.
Él habría pedido a un amigo que le consiguiera el número telefónico de la muchacha y comenzaron a hablar. La noche en la que Ramírez fue asesinada en media calle tenía nueve semanas de gestación. El implicado era padre del bebé. Se enteró del embarazo el 31 de diciembre cuando le ofreció a su novia una copa de sangría. “Me dice: No puede tomar (...) hay algo dentro de mí que crece y que es de usted. Yo me emocioné”, narró Lozada.
Pese a la situación, los parientes de Diana estaban contentos con la noticia de otro niño. Tres días antes del crimen su madre se enteró del embarazo. “Hubiera sido el quinto bisnieto de mis suegros. Es una familia numerosa, son 16 nietos”, agregó el vocero.
Hoy, la muerte de Ramírez solo ha sembrado dolor en el corazón de Gladys Reyes, quien aún no ha decidido qué hacer con las pertenencias de su hija. Todas sus cosas siguen en la casa de la progenitora, situada en Natabuela, también en el sur de la ciudad.
“Pese a que nosotros hemos pedido un alto a la xenofobia, la rabia que siente mi cuñada hacia el individuo es muy grande”, concluye.