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Angustiado por la sentencia, el hombre mira la foto de su nieto y lamenta lo sucedido.

Abuelo de Jair Farro: “No la mató”

El abuelo del guayaquileño Jair, Vicente Farro, cuenta que su nieto fue sentenciado a cadena perpetua en Argentina por la muerte de Romina Agüero. Él dice que es inocente, las investigaciones revelan lo contrario.

Cuando don Vicente Farro se enteró que su nieto había sido condenado a cadena perpetua en Pichanal, una ciudad de Argentina de 33.000 habitantes, desayunaba café con leche y una tostada junto a su esposa, Rosa Macay, en el comedor de su casa situada en Durán, Guayas.

En esa inmensa calma, un mensaje de voz de 5,57 minutos le anunciaba una sentencia que no habría querido escuchar nunca: Jair Farro, con apenas 24 años, había sido declarado culpable de la muerte de la joven argentina, Romina Agüero, su pareja.

Eran las 09:00 del lunes pasado. El jubilado, de 67 años, y su mujer sentían que ese dictamen carcomía su interior. “Se nos acabó la vida”, lamenta el hombre de cabello y bigote oscuros mientras, sentado en una silla acolchonada de este Diario, observa en la pantalla de su celular una fotografía de su nieto: “Se crió conmigo. Graduado en el colegio Domingo Comín con 10/10”. Intenta, de cualquier manera, desmentir lo que en Argentina creen de él: que es un asesino.

“No la mató”, dice contundente. Y cuenta que el 17 de diciembre del año pasado, en el barrio San Cayetano de Pichanal, Romina se daba una ducha en la casa de su nieto. A eso de las 10 de la mañana, Jair, sentado en una sala a tres metros del baño, escuchó un golpe.

La puerta estaba entreabierta. Cuando el muchacho ingresó, vio que ella, su mujer de 27 años, había caído al piso. Enseguida salió a la calle y pidió ayuda a los vecinos. Llegó una ambulancia y la Policía. A ella la llevaron al hospital, pero no resistió el golpe en la cabeza y falleció. A él, lo esposaron y encarcelaron.

Pero no fue precisamente con esta, la versión que sabe don Vicente, con la que el vocal de la Sala I del Tribunal de Juicio de Orán, Edgardo Laurenci, condenó a Jair a la prisión perpetua.

Las investigaciones revelaron, según un diario local de Argentina, que la hemorragia en el cerebro y los golpes en el cuerpo de la joven los había provocado el acusado, nacido en Guayaquil.

El delito: homicidio agravado por el vínculo y la convivencia en el contexto de violencia de género en perjuicio de Romina, señala el medio.

La audiencia de juicio empezó el 21 de noviembre de 2018. En esta, dice Vicente, se presentaron dos testigos en favor de su nieto: los dos que habían entrado al domicilio cuando Jair pidió auxilio en la calle.

Nada sirvió. Tampoco que Romina nunca haya denunciado maltrato. Aunque, según otro periódico local, la joven, madre de un hijo de ocho meses –y no de Farro–, había publicado en su red social estados acerca de la violencia de género.

Por ahora esperan el informe escrito del juez con los argumentos que motivaron la sentencia, que será presentado el 10 de este mes.

Un camino hacia las rejas

Comenzó en noviembre de 2016. En Guayaquil, Jair trabajaba en el Puerto Marítimo como técnico industrial en electricidad.

Vivía con su padre, Vicente Farro (nombre igual que el de su abuelo), con su madre y una hermanita menor, de 3 años, en la ciudadela Abel Gilbert en Durán. Un día tocó la puerta de su abuelo y le dijo: “Padre (como lo llamaba de cariño), me voy, cuídate”.

Había planificado ir a Argentina en busca –dice– de un nuevo rumbo. Y así lo hizo. Se embarcó en un bus y recorrió 4.093 kilómetros. 57 horas de viaje por carretera.

Allá lo esperaban unos amigos ecuatorianos. Y, siendo mecánico industrial, empezó a hacer muebles de madera para ganarse la vida. Fue entonces, en mayo de 2017, cuando conoció a Romina.

Se enamoraron, indica don Vicente, quien respalda su relato asegurando que siempre se mantenía en contacto con su nieto. Ocho meses después ocurrió la muerte. El jubilado llegaba del Mercado Caraguay comprando camarón y conchas cuando su hijo, Vicente, lo llamó para decirle que Jair, su nieto, había sido detenido.

Con los pocos ahorros que tenía ayudó a su hijo para que viajara, también en bus, a Pichanal y estuviera cerca del muchacho.

Esa Navidad fue oscura. No hubo fiesta. “Empezó el calvario”, asiente el adulto mayor y muestra los audios en su celular que recibía –de su hijo Vicente– acerca de la situación del acusado en ese país.

Está en un centro de rehabilitación, allí dentro se ha refugiado en la palabra de Dios y estudia la Biblia, enseña a dos reos a leer y escribir, lo han designado como el guía de su pabellón...

Y quizás lo siga haciendo durante toda su vida, porque así reza el Código Penal de Argentina: “Se impondrá reclusión perpetua o prisión perpetua al que matare: a su ascendiente, descendiente, cónyuge, excónyuge, o a la persona con quien mantiene o ha mantenido una relación de pareja, mediare o no convivencia”. Aunque aún existen dos alternativas: la apelación o la libertad condicional.

Don Vicente busca una solución. Ha tocado la puerta de amigos abogados, ha tocado la puerta del Consulado, ha tocado la puerta de este Diario... Y por ahora le queda solamente aguardar que un milagro le devuelva la libertad a su querido nieto. No se resigna.