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“Aún me cuestiono si es correcto sonreír”
Carolina, hija del fotógrafo Paúl Rivas, asesinado en la frontera norte por el Frente Óliver Sinisterra, cuenta el terrible dolor que vivió al mostrarle a su abuelita el vídeo de los secuestrados.

Carolina aún se cuestiona si es correcto ser feliz tras la muerte de su papito.
Soñaba con el día en que Paúl Rivas la entregara en el altar. “Como toda chica tenía esa ilusión... el vestido, el baile típico. Él siempre bromeaba y me decía: ¿y para qué te vas a casar?”, rememora Carolina, aún abrazada por ese cálido diálogo que mantenía con su papá.
Tiene la misma sonrisa del fotógrafo y una mirada chispeante, tan común en Caramelito, como lo conocían sus amigos. “Sí, sabía que sus compañeros le decían así”, confirma temblorosa, ante el recuerdo de la última vez que Paúl salió a trabajar.
El pasado domingo 25 de marzo, Rivas fue asignado para una cobertura en Mataje, Esmeraldas, junto a sus compañeros Javier Ortega y Efraín Segarra. Tres meses más tarde, el equipo periodístico regresó en un ataúd.
La confirmación del secuestro de los trabajadores de diario El Comercio, por parte de Walter Arízala, líder del grupo disidente de las FARC, Frente Óliver Sinisterra, se convirtió en una pesadilla para la muchacha de 21 años y su familia.
Más aún, cuando la mañana del 3 de abril recibió una llamada de Yadira Aguagallo, novia de Paúl, en la que le contaba que estaba circulando un vídeo de los plagiados. La noche anterior ella se había quedado en la casa de su abuelita.
En el audiovisual, de poco menos de minuto y medio, se mostraba a Paúl, Javier y Efraín retenidos en una estructura de madera, con cadenas alrededor de su cuello.
“Abuelita, le quiero mostrar algo, pero quiero que esté tranquila. Hay un vídeo de mi papi, no se vaya a asustar. Él se ve bien, le han dado ropa limpia, está rasurado, parece que la cadena no le está ajustando mucho... no tiene marcas ni moretones”, relataba la joven para la madre de Rivas, Lupita.
“Me mantuve fuerte, pero por dentro estaba destrozada. Mi papi siempre fue libre, siempre sonriente... Fue muy impactante, les tenían como animales”, añade con voz entrecortada.
Aquel ‘acto de amor’ que hizo la chica por su abuela tuvo un efecto inmediato. Minutos después, cuando el teléfono de la vivienda, ubicada en el sur de Quito, sonaba sin piedad para preguntarle a Lupita si había visto el vídeo, ella repetía las palabras de su nieta.
“Les decía: ‘sí vi el vídeo, pero parece que está bien, no tiene golpes, está afeitado’...”, relata Carolina, ahogada en la culpa de haber disfrazado esa verdad tan dolorosa.
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Aunque sus padres se separaron cuando ella tenía 8 años, Paúl siempre estuvo para su hija. En ocasiones la acolitaba para que asista a una fiesta, la llevaba a la universidad, iban al cine o viajaban juntos.
“Me decía que puedo salir, pero que siempre le avise dónde estoy, y en el cine él elegía las películas”, explica conmovida.
Cuando se enteró del secuestro del equipo periodístico pensó en retirarse de los estudios. “Se venían trámites y muchas cosas qué hacer... no me sentía preparada para llegar a clases y seguir con mi vida... Aún me cuestiono si es correcto sonreír”, precisa la joven, mientras pasea por el campus de una universidad del norte de Quito.
Sin embargo, la memoria de su padre la impulsa a continuar. Carolina está consciente del esfuerzo que hizo el fotógrafo para que ella cursara una carrera universitaria. “Desde que se enteró de mi existencia abrieron una cuenta para mis estudios... Aún hay un fondo, pero debo mantener mi beca para que me alcance”, concluye.