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¡Una fe a prueba de tragedias!
Francisco Gonzalo Campoverde lleva más de 30 años predicando en la plaza Grande de Quito. Pese a las muertes de su hijo y de su esposa, mantiene intacta la devoción.

Tras orar, el pastor inicia su sermón. La gente solo lo observa.
Se arrodilla al pie del monumento a la Independencia, extiende su mano derecha al cielo mientras la izquierda sostiene una Biblia y, tras una oración a Dios, continúa con su prédica en la popular plaza Grande del Centro Histórico de Quito.
Es martes. Los destellos del sol apenas calientan su delgada figura, vestida con un impecable traje verdoso. Francisco Gonzalo Campoverde ya se ha acostumbrado al frío, pues lleva evangelizando en ese lugar por más de tres décadas. Esta vez habla sobre el arca de Noé y la familia de este, quienes fueron elegidos para levantar una gran barca y sobrevivir al diluvio junto a animales –macho y hembra– de cada especie conocida.
La gente se acomoda en las heladas sillas metálicas que están en los alrededores de la plaza. Unos lo escuchan en silencio, algunos prefieren ignorarlo y otro, en cambio, le falta al respeto: “¡Oigan la palabra verdadera!”, se mofa un tipo que se cruza entre el predicador y los fieles. Francisco ni se inmuta. Está acostumbrado a esa clase de gestos.
Día a día
Vive en Chimbacalle, un tradicional barrio del centro-sur de la capital, y trabaja en el antiguo edificio de Radio Municipal. Allí maneja la agenda del secretario de Territorio, Hábitat y Vivienda, Jacobo Herdoíza. A las 08:00 empieza su jornada laboral, pero una hora antes acude a la plaza Grande para alimentar con la palabra a los seguidores de Dios.
Por eso antes de las 06:00, el pastor y máster en Teología se despide de la cama y, tan pronto hace una plegaria al Creador, se alista para salir de casa y correr hacia la plazoleta, flanqueada por el Palacio de Carondelet, la catedral metropolitana y el Municipio. Ha predicado en el mismo lugar desde que cumplió los 21 años.
Pero la vocación de Francisco se inició cuando tenía solo 8. Entonces se paraba enfrente de las cantinas de Huaquillas, en El Oro, y con la devoción que lo caracteriza relataba lo que había aprendido en las Sagradas Escrituras. De vez en cuando, hasta cruzaba la frontera entre Ecuador y Perú y llegaba al poblado de Aguas Verdes, donde también cumplía su misión.
Antes de responder a EXTRA qué le motiva tanto para predicar, hace una introspección. “En Mateo 28, versículo 18, Jesús dice: ‘Toda autoridad me has dado en el cielo y en la tierra. Por tanto, vayan y hagan discípulos en todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, Hijo y Espíritu Santo’”, sentencia.
Una vida de pruebas
Francisco nació en el seno de una familia campesina en Loja, en el cantón de Palta-Catacocha, hace 57 años. En 1977 llegó a Quito, donde se enroló en grupos folclóricos evangélicos, cuyos integrantes, luego de un “cierto tiempo”, se marcharon fuera del país.
Entonces, el pastor se unió a otros “hermanos”, con quienes aprendió a tocar la guitarra. “Hacíamos música cristiana, latinoamericana...”, evoca.
Más adelante, decidió salir a predicar al centro de la urbe acompañado de su esposa, Norma Concepción Nicolalde, con quien procreó dos varones gemelos. Ambos solían recorrer la plaza Grande, la plaza de San Francisco, la plaza de Santo Domingo... Cuando había antros en la 24 de Mayo, también se situaban en esa transitada avenida para divulgar el mensaje del Señor.
Pero dos desafortunados eventos marcaron su vida. En 2005, uno de sus hijos falleció luego de que le propinaran una golpiza por no dejarse robar.
Según Francisco, los delincuentes lo botaron a una quebrada creyendo que había muerto, pero cuando lo hallaron todavía respiraba. Cinco días después, y luego de una operación, murió un 27 de agosto debido a las graves lesiones sufridas en su cerebro.
Once años después, a su esposa le detectaron agua en el pulmón derecho. Tenía un voraz cáncer que acabó con su vida en dos meses. “Fue un vacío irreparable. No hay hambre, no hay frío, no hay calor, no hay sabor en la comida... Pero el Dios Soberano me ha sacado adelante”, detalla convencido.
De hecho, nunca renegó de su fe, más bien al contrario. Las tragedias fueron “como un realce”, ya que a partir de ese momento entendió la vida de Job (hombre bíblico), quien soportó dolorosas desdichas, pero finalmente obtuvo las victorias que anhelaba. “El sufrimiento es grande. El vacío es un monstruo que no perdona la soledad, pero ahí está el Padre para decirte no temas, yo te ayudo, en Isaías 41, 10”.
Llamado por Dios
Siente que el Todopoderoso cautivó su vida y que por eso fue llamado desde muy pequeño a predicar. “No fue como dicen vulgarmente ‘es que te lavaron el cerebro’. Y bueno, suponiendo que Cristo me hubiese lavado el cerebro, no me dejó cicatriz, porque él es el cirujano de cirujanos y, cuando hace una operación, la hace sin dejar cicatriz”, apostilla.
La primera vez que se paró en la plaza Grande para difundir el mensaje celestial no le resultó demasiado difícil, pues ya tenía experiencia desde muy joven. Sin embargo, en la época del gobierno de Abdalá Bucaram, la Policía Nacional lo molestaba. “Vino un coronel de apellido Carrillo y me dijo: ‘Predicador, aquí no puedes predicar’. Le respondí: ‘¡Escúcheme! Ya mismo termino’. Y fue tan hermoso que el Espíritu Santo los cautivó y terminaron aceptando”, sostiene.
“Como dijo Cristo, la palabra nunca regresará vacía, siempre tiene un propósito: buscar a los más perdidos. Mi amor por las almas, por los pecadores es tan grande...”, añade al instante.
Hoy, Francisco va allá donde la gente lo invita: a los pueblos, a los recintos... Incluso hace campañas de evangelización. El fruto, según él, lo obtiene cuando vuelve al tiempo. Porque aquellos que lo oyeron anteriormente, confiesan sus avances. “Predicador, yo era ladrón, delincuente, pero desde que acepté a Cristo, dejé esos malos hábitos...”, le suelen anunciar.
En la plaza Grande, quienes se sienten atraídos por un “desayuno espiritual” normalmente son aquellos que tienen problemas de drogas, alcohol, vandalismo... Por esa razón decidió predicar allí. Él se muestra confiado, está convencido de que no existen obstáculos imposibles de superar. Ni siquiera los idiomas le limitan, ya que habla inglés, latín e italiano. Cuando ve que un extranjero se acerca a él, puesto que la plaza es muy concurrida por turistas, le habla en su idioma natal.
En las mañanas, transmite el mensaje de Dios, trabaja ocho horas y luego continúa con las enseñanzas de las Sagradas Escrituras. No es una rutina, es una pasión que combina con el amor a su nieto y a su otro hijo, que labora como agente de Tránsito, cantante, predicador y, además, toca la guitarra. Por eso guarda las fotos de ambos, como si fueran un tesoro incalculable, en medio de la Biblia que usa cada amanecer.
Su fiel compañero
Lauro Caizapanta es coordinador del templo donde Francisco también predica. Lo conoce desde hace 25 años y lo define como un “gran pastor”, que ha sufrido varias agresiones en la plaza Grande. “Incluso le quisieron acuchillar hace unos cinco años”, atestigua. Sin embargo, hasta ahora los pillos no han podido con él porque “está protegido por Dios”.
Además, admira la potencia de voz que Francisco exhibe todas las mañanas al aire libre. A menudo casi tiene que gritar para que lo puedan escuchar: “33 años... Es la Gloria de Dios la que lo tiene así. Servirlo y dar a conocer su palabra no es religión, es una vocación”.