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Diario Extra Ecuador

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Hombre dice que su aliento huele a “pescado podrido”

Oriundo de Santa Elena, tiene 21 años y desde hace seis empezó a sentir el rechazo de la gente, que al tenerlo cerca se tapa la nariz porque no resiste su hedor. Cree que padece de trimetilaminuria.

El hombre, de 21 años, ha recibido rechazo por su aliento. Cree que padece trimetilaminuria, una condición también conocida como síndrome de olor a pescado podrido.

El hombre, de 21 años, ha recibido rechazo por su aliento. Cree que padece trimetilaminuria, una condición también conocida como síndrome de olor a pescado podrido.Freddy Rodríguez / EXTRA

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“Apestar me arruinó la vida”. Con esta frase, ‘José’ resume lo que sufre por cuenta de oler extremadamente mal. El hombre, oriundo de Santa Elena, cree que padece trimetilaminuria o síndrome de oler a pescado podrido.

El excesivo mal olor que expulsa por su boca, nariz y hasta por sus poros provoca que la gente lo rechace o se aleje de él porque no soporta el hedor. ‘José’, de 21 años, habría heredado de sus padres esta condición.

Su pesadilla, como la califica, empezó en el 2013. Un día estaba en su aula de clases cuando notó que sus compañeros se le apartaban. Lo saludaban, pero de lejos. De allí no pasaban.

“Nadie conversaba conmigo, hasta que un buen compañero me hizo saber que tenía mal aliento y me dijo que me tapara la boca al hablar. Cuando me di cuenta habían transcurrido dos años y era un joven tímido, apartado de todo el mundo y sin amigos”, recuerda.

Pese a ese problema se incorporó como bachiller y tenía la ilusión de convertirse en un especialista en Electrónica. Sin embargo, ingresar al preuniversitario, en el 2017, fue otro trauma.

“Inicié normalmente y a la primera semana mis compañeros empezaron a quejarse de que apestaba el curso. No sabían de dónde provenía el mal olor. Pero cuando comenzamos las tareas grupales se dieron cuenta de que era yo”, relata el joven, nativo de la comuna El Palmar, vía Santa Elena-Manglaralto.

Cuando llegaba al curso sus compañeros abrían las ventanas y murmuraban entre sí. Él hasta ese entonces no sabía qué era lo que afectaba su vida y su psiquis de forma catastrófica.

Se alejó de sus compañeros e hizo todo lo posible por no hablar. Pero cuando debía hacerlo trataba de no abrir mucho la boca. Por eso, hoy su voz se escucha tímida y con un timbre tan bajo que pareciera que está a punto de apagarse.

Cuando se reunía en grupo pedía a sus compañeros salir del aula para que, al aire libre, su mal olor fuera más llevadero. Pese a su sacrificio, al final, reprobó el curso.

Piensa que todo lo vivido lo influenció mucho para no concentrarse al 100 por ciento en sus estudios. Sin embargo, no se dio por vencido y por segunda vez se inscribió al preuniversitario.

La historia se repitió: ‘José’ experimentó rechazo y marginación por parte de los estudiantes. Hubo algunos compañeros que reconocieron que se apartaban de él porque cuando llegaba se concentraba en el aula un olor verdaderamente insoportable.

El jovencito trató de ‘explicar lo inexplicable’ de su vida para que no se taparan la nariz, no lo miraran mal o pensaran que era consecuencia de una mala higiene.

En los buses atravesaba situaciones similares. Recuerda que en una ocasión un pasajero, extrañado, le preguntó qué había comido porque apestaba feo o era por qué no se había bañado.

Otras personas optaban por taparse la nariz y hacer un mal gesto con su rostro. Esta ha sido y es su vida...

Cree que tiene trimetilaminuria

Desde los 15 años en que empezó a emanar ese desagradable olor, ‘José’ se volvió esclavo de su propio hogar. No sale de su casa porque afuera solo consigue que la gente lo mire mal y se tape la nariz.

Cansado de esto, una tarde se sentó frente a la computadora y escribió los síntomas que presentaba. Según su investigación, cree que sufre de trimetilaminuria. El primer caso del síndrome fue descrito en la revista científica The Lancet, en 1970.

Este padecimiento se caracteriza por el olor a pescado que desprende el afectado debido a la excesiva excreción de la trimetilamina en la orina, el sudor y el resto de las secreciones corporales.

Aunque no es tóxica, las consecuencias de esta afección son de naturaleza psicosocial, fruto del rechazo social que sufren las personas y la falta de explicación a sus síntomas.

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