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Mariana ‘resucitó’ y volvió a casa después de 43 años
La familia Olives cumplió un sueño que creía imposible. La mujer se fue de su hogar sin despedirse o dar explicaciones y no supieron más de ella. Vivía en Venezuela y la noche del sábado llegó a Guayaquil.

Mariana abrazó a su mamá Ángela, quien la esperaba sentada en una de las salas de espera del aeropuerto.
Todos los temores que le hincaban en el pecho se diluyeron junto a las lágrimas que estallaron de sus ojos, tras cruzar la puerta de salida del aeropuerto José Joaquín de Olmedo, la noche del pasado sábado.
Lo primero que escuchó Mariana Olives, luego de estar 43 años alejada de su tierra natal, Guayaquil, y residir en Venezuela, fue el grito eufórico de Keira. “¡Ahí está! ¡Ella es mi abuelita!”.
Eran las 20:00 y sus brazos se perdieron entre la larga cabellera castaña de su nieta, que a pesar de que la veía por primera vez, abrazó y besó como si la conociera de toda la vida.
Mariana desapareció de su hogar en el sureste porteño sin explicación ni despedidas, una tarde de octubre de 1974, cuando tenía 25 años. Lo que más le aterraba, y lo cual muchas veces la frenó en su intento por volver, fue el rechazo de su familia y que la juzgaran por haber abandonado a sus dos hijos cuando apenas tenían 4 y 5 añitos.
Soltó a Keira y una avalancha de abrazos, besos, risas y sollozos cayó sobre la señora hasta que una miraba la eclipsó. Eran los ojos verdes y empapados de Patricia, a quien vio por última vez cuando tenía solo 5 años.
“¡Eres tú, mi niña!”, suspiró y estrechó a su hija, ahora convertida en una mujer que toda la vida creyó que su madre había muerto. “Regresé, mi niña, regresé y no me voy a volver a ir”, le repetía mientras sus manos le secaban las mejillas y recorrían su rostro como un ciego que quiere aprenderse cada facción de alguien que no conoce.
“Yo la vi y sabía que era ella. Ella me mandó fotos, es una muñequita, pero no la reconocí por eso, sino por un salto en el corazón”, sollozaba Mariana.
Cada abrazo de la decena de parientes que fueron a recibirla al aeropuerto le iba espantando más y más el pavor al rechazo y reemplazaba ese sentimiento por la felicidad más grande que ha experimentado en sus 68 años.
Pero le faltaba un beso y una bendición para que su dicha fuera completa, el de Ángela Olives, su mamá, a quien le escribió una carta días después de partir para pedirle que cuidara a sus hijos.
Las piernas de doña Angelita le impedían estar parada frente a la puerta de arribo de vuelos internacionales. A pesar de que en octubre del año pasado supo que su hija, a quien creía muerta, vivía en Venezuela, su rostro palideció en cuanto la vio caminar hacia ella, que la esperaba sentada en una de las bancas de la terminal aérea.
Ya no era la jovencita que se fue sin explicar nada, pero era su hija, con quien esperaba conversar luego de que la euforia de volverla a ver pase y le cuente qué pasó por su mente aquella tarde que se fue sin avisar.
Gracias a EXTRA
La primera bocanada de paz, en el camino de regreso al hogar, la sintió Mariana a través de las páginas de Diario EXTRA.
Una publicación del 23 de junio de 2016, que leyó a través de una computadora en la ciudad de Güiria, al norte de Venezuela, donde residió durante todos estos años, le reveló que su familia no estaba molesta por su decisión, que lo único que quería era saber qué fue de su destino, aunque muchos la daban por muerta.
Pero no estaba muerta, ni andaba de parranda, como ella mismo bromeó antes de saludar a su hermana Mercedes al llegar a la casa de su mamá, en sector de Fertisa, al sur de la ciudad.
Mientras su familia acá se taladraba la cabeza para buscar una explicación para su partida, Mariana jamás volvió a celebrar Navidades, Años Nuevos, Días de la Madre, y rezaba en silencio en los cumpleaños de sus hijos.
Los motivos de su éxodo se los guarda y los explicará cuando la calma reine en el hogar, que aquella noche era una olla en ebullición en la que hervían las lágrimas, la esperanza, la conciliación, la incredulidad y las interrogantes.
Lo único que está claro en el corazón de Mariana es que el amor por sus hijos, su mamá, su prima Apolonia, que fue la que nunca se rindió en su capricho por encontrarla, y demás familiares jamás la abandonaron. Otra certeza es que no volverá a irse sin decir adiós.
El ‘éxodo’ de Mariana
Mariana Olives tomó la decisión de dejar su casa cuando tenía 25 años, en 1974. Prefirió reservarse los motivos que la impulsaron a alejarse, pero asegura que jamás dejó de pensar un minuto en los suyos.
Contó que su primer destino fue Colombia, donde trabajó en un hotel y se quedó allí durante cuatro años.
Luego partió a Venezuela. Ahí se hizo amiga de Graeli Rodríguez y Luis Alfredo Guerra, quienes le tendieron la mano y fueron su familia durante todos estos años.
Fue Graeli quien vio inicialmente la publicación de EXTRA, en octubre del año pasado a través de internet y le comunicó que sus familiares la estaban buscando.
Ellos la ayudaron a poner en orden sus documentos, pues ahora tiene nacionalidad venezolana. Desde ese mes está intentando regresar al país, pero el proceso se dificultó, pues ella vive en una ciudad que está alejada de Caracas, donde tenía que tramitar sus papeles. Además, la falta de recursos la obligaron a vender sus pertenencias para pagar el pasaje aéreo.
La señora no se volvió a casar ni a tener hijos, pues los únicos vástagos que ha tenido son Patricia y Jorge, quien esa noche no pudo ira recibirla al aeropuerto, pues vive en Pedernales. Allá trabajaba en una librería.
Su comadre no se rindió
A pesar de que muchos daban por muerta a Mariana años después de que dejó el hogar, Apolonia Cevallos, su prima, no desistió hasta encontrarla.
Cuando habían pasado 42 años, la señora recordó que tuvo un sueño en el que su prima la llamaba y fue allí cuando decidió acudir a EXTRA para dar a conocer el drama que su familia había vivido durante cuatro décadas.
Apolonia recuerda que incluso, hace un año, contrató a un espiritista para que le dé información sobre su pariente, y este le dijo que ella habría muerto, pero en tierras lejanas.