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¡La bebita universitaria!
De lunes a sábado, René y su esposa, Angie, acuden a clases con su única hija, que ya ha cumplido siete meses.

René (izda.) y Angie (dcha.) escuchan atentos a la profesora. La bebé también parece interesada en la lección...
Al sol guayaquileño le queda poco más de una hora antes de acostarse. Quizás por eso los porteños comiencen a replegarse por los cuatro costados de la ciudad, cada uno con sus propias urgencias.
Desde un rincón de Mapasingue Este, una de esas personas, René Espinoza, de 29 años, sigue el camino inverso al resto. No busca un sosiego reparador, sino que comienza su rutina obligatoria a bordo de una moto roja y acompañado de su esposa, Angie Ricaurte, de 25, y su hija Sandra, de apenas siete meses.
Angie acaba de llegar desde la Isla Trinitaria con la niña para encontrarse con él y mostrarle a la vida, una noche más, que ambos están listos para cualquier desafío que les presente.
Los esposos visten con jeans apretados. Él porta unas gafas protectoras; ella, un lazo celeste de mariposa que le aquieta el cabello cuando el viento arrecia. Y Sandra muestra una sonrisa de pocos dientes, pero de muchas ganas. Están listos para un viaje que no durará más de veinte minutos, a pesar de la pereza que exhiben los semáforos y el tráfico pesado de esas horas.
Aunque Angie es manabita y él riosense, se saben todos los vericuetos de la ciudad de memoria, ya que llegaron muy chicos al puerto. “Nos conocimos hace cinco años en la UTP de la Facso, la Unidad de Producción Tecnológica. Allí nos graduamos de locutores y ahora vamos por otro título, el de comunicadores sociales, en la misma universidad”, cuenta René a EXTRA una vez que se instalan en lo que ambos llaman su “minioficina”.
Su lugar de trabajo no es otra cosa que un banco de hierro pintado de blanco, al que las patas se le han ido y que reposa sobre una gran roca, muy cerca de la estrella bajo la que, según se dice, yacen los restos de Coquín Alvarado, impulsador de la facultad. Están flanqueados por una acacia y un mango que les prodiga sombra, aunque a esa hora el sol es apenas un lánguido fulgor sobre el suburbio oeste.
La tropa de compañeros más allegados se acerca rauda y comienzan los mimos para Sandra, cuya sonrisa permanece inalterable, como un regalo para todos. La cogen, la peinan, le dicen “chiquita”, la besan, se dan un paseo y, por un momento, padre y madre recuperan su soltería a manos de sus amigos.
Aprovechan el “receso paternal” para hablar de los deberes que deben presentar y de cómo ha sido esta vida ‘sui géneris’ con su hija en clases durante el séptimo semestre, escuchando disertaciones sobre pirámides invertidas y respuestas tabuladas, organizando exposiciones y trabajos en grupo, en vez de estar aprendiendo en casa sus primeras palabras, sus primeras travesuras.
“Todo esto fue planificado. Nosotros sabíamos a lo que nos ateníamos al tener a la niña, no es que ella viniera porque sí”, resalta Angie mientras su esposo la ratifica. “La niña no significa ningún obstáculo para nosotros.
Además, no la podemos dejar a cargo de mi mamá porque ella está delicada de salud y la criatura solo coge el seno. Ese es otro motivo para traerla”, apostilla él.
Solo el día del parto faltaron a una facultad que, de forma concomitante, los tiene como buenos estudiantes. “Bueno, hay mucho compañerismo, no solo en la parte educativa, sino también con la niña. Todos la cogen, se turnan, lo que nos da chance para hacer las cosas en la clase”, comenta René, quien afirma que su esposa es mejor alumna que él.
A CLASE
Son las seis de la tarde y hay que ir al aula, ubicada en el tercer piso del edificio principal. La pareja recoge un portabebé, un bolso con todos los bártulos maternales y una mochila con los implementos universitarios.
Arriba los espera un rincón del aula 206, en el que se ubican casi al final, de manera que Sandra se sienta cómoda y la bebé no perturbe a nadie. Tratan de hacerla sentir como en casa, en familia. Aunque en su promoción hay otras dos madres que llevan a sus hijas, Johanna Barrera y Génesis Barzola, estas no suelen hacerlo todos los días y las niñas, de más de tres años, ya caminan. Hoy, por ejemplo, ninguna de las pequeñas está presente.
La profesora de Proyectos para Empresas de Comunicación entra puntual y, para molestia momentánea de ellos, indica que la clase no se realizará allí, sino en el laboratorio 3. Toca recogerlo todo y bajar. Sandra, feliz. Se siente a gusto entre gente que ya conoce desde que nació.
En el laboratorio no hay muchos lujos. Pero cada alumno cuenta con una computadora. Y Sandra no está dispuesta a perderse la manipulación del ratón y del teclado. Por más que su mamá intenta entretenerla en su regazo, sus manos se esfuerzan por hacer suyos los artilugios de manera arbitraria. No queda otra que recurrir al seno izquierdo. Así que Angie se remanga la blusa para darle de lactar a grandes y melodiosos sorbos.
Cuando el seno no cumple la demanda de la criatura, entonces la pareja sale al pasillo y pasea unos segundos a la niña. Hasta los compañeros también abandonan el aula, cada uno a su debido tiempo y tras realizar sus ejercicios, para apoyarlos.
Dentro de nuevo, mientras madre e hija dan su propia clase de maternidad a hurtadillas, la maestra pide que se hagan tabulaciones de una encuesta que René y su esposa tardan en preparar a la perfección. Primero abren una hoja de excel en la pantalla. Y los colores de la torta estadística captan la atención de la bebé, que con la pancita ya llena opta por quedarse tranquila, como dando una tregua a su madre para que se ponga al día con la lección. Sandra aprovecha el paréntesis, no sin antes mirarla dulcemente y arroparla con un abrigo de color café. El aire acondicionado parece nuevo...
Así, con apasionados intervalos de íntima ternura, la estadía en el aula se prolonga hasta las diez de la noche, cuando padre, madre e hija, en cálida comunión, deben volver a la Isla Trinitaria en busca de la merienda, que ya ha sido preparada por Angie. Después, el merecido descanso...
“De aquí me voy de largo por la Perimetral, una sola. Me hago como 40 minutos”, precisa René con resignada complacencia. Sandra sigue sonriendo, sin el menor indicio de sueño en sus ojos de pechiche recién lavado. Al parecer, ha dormido la mitad del día...
Ingreso
Fiestas de cumpleaños por $ 120
Aunque la principal fuente de ingresos de la pareja es el empleo de René en la empresa Megaterra, él y su compañera también se dedican, desde hace cinco años, a la animación de eventos, especialmente de cumpleaños infantiles. “Lo hacemos los fines de semana. De lunes a viernes, Angie se encarga de los contratos y la promoción. Además, su padre, Jorge Ricaurte, nos ayuda con los contratos en Chone, de donde es Angie. Junio y julio prácticamente no paramos”, afirma René.
Su tarifa promedio es de 120 dólares por dos horas, que incluyen un paquete completo de actividades, con concursos y otras diversiones; y su objetivo, a medio plazo, comprarse un auto para viajar más cómodos con la bebé: “Ufff, en invierno ni se imagina las que pasamos. Nos forramos con fundas y encauchados con tal de que la niña no se moje”.
Los docentes
Tienen el apoyo incondicional de sus maestros
Para María del Carmen Aguilera, docente de Proyectos para Empresas de Comunicación, el caso de la pareja fue una sorpresa: “Nunca antes había visto algo así. Había tenido alumnos con hijos, pero más grandes. Ellos me explicaron su situación, que no podían dejar a la niña con nadie. Valoré sus ganas de superarse y acepté la presencia de la niña, que nunca molesta. Es más, hace años hubo un proyecto de tesis para crear una guardería universitaria, pero no se concretó por falta de recursos”.
Similar es el análisis de Guido Moreno Córdova, profesor de Psicología de la Comunicación. “Respeto mucho al estudiante nocturno. Y me parece discriminatorio que haya maestros que no permitan traer a los hijos. Este es un problema de orden social, que toda la universidad debería analizar”, resalta el docente, que defiende la creación de una guardería.
El 14 de agosto, EXTRA pidió una valoración al decano de la Facso, Kléber Loor. Por ahora, no ha recibido respuesta.