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Diario Extra Ecuador

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El santuario de los perros perdidos

Un abogado manabita decidió dejar su oficio y construir un refugio, donde cuida ya a casi cien canes, uno de ellos rescatado tras el terremoto de 2016. Ahora trabaja para crear una fundación.

Estos animales se han convertido en su gran pasión, de ahí que quiera crear una fundación para contar con más apoyo.

Estos animales se han convertido en su gran pasión, de ahí que quiera crear una fundación para contar con más apoyo.Fotos: Juan Faustos / EXTRA

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Jorge Ampuero / Las Piñas (Manabí)

El 17 de abril de 2016, un día después de que la tierra se enojara con Manabí y Esmeraldas, Gustavo Rodríguez salió desesperado de casa, dispuesto a brindar su ayuda a quienes más ama: los perros. Deambuló entre ruinas desoladas durante horas, pero no pudo acceder a las áreas más afectadas, acordonadas por las autoridades para evitar riesgos y facilitar las tareas de los equipos de rescate. Tras varias jornadas de esfuerzos estériles, volvió a casa con las manos y el corazón vacíos.

“No pude hacer nada. Oír bajo los escombros el ladrido lastimero de un perro es algo que no se puede explicar, es como el llanto de un niño indefenso”, comenta Rodríguez a EXTRA. Hasta que una gringa le entregó a ‘Tiga’, una pitbull American Stanford que había sobrevivido al desastre y vagaba sola por las calles. Quizás por eso el animal sea tan pacífico y amigable...

Este abogado, de 53 años, renunció hace doce al mundo citadino y se refugió en medio de la naturaleza para formar una nueva familia que diera sentido a su vida. Con los humanos, asegura sin explayarse, había fracasado de manera estrepitosa.

Decidió instalarse en lo alto de una colina, desde donde se avista el mar como una sábana azul de blancos ribetes, en la comuna Las Piñas, a 80 kilómetros de Manta (Manabí).

La convivencia con los canes pasó por algunos altibajos. Pero él prefiere centrarse en las cosas positivas: “Comencé en 2005, con cinco perros míos y uno que rescaté moribundo en la vía de Manta después de que lo atropellaran. Luego, todo lo que me propuse, cayendo y levantando, riendo y llorando, fue tomando forma hasta llegar a ser lo que es”.

Hoy, “lo que es” abarca dos hectáreas de verdes montes, en cuyo centro ha levantado cuatro casas, incluida la suya y el hogar de sus fieles compañeros. En total, 98 canes, de aproximadamente veinte razas y distintas edades, han encontrado allí un santuario en el que llevan una vida en libertad, no una vida de perros precisamente. La cifra no deja de crecer con el paso de los años.

La comida

Vestido con su traje de campaña -camiseta ligera, bermudas y zapatos todoterreno-, Rodríguez inicia su rutina cada mañana a las 06:00, cuando les reparte el desayuno; a mediodía hace lo propio con el almuerzo; y a las 18:00, con la merienda. Tres comidas diarias, como toda persona pudiente. Pero entre paso y paso no deja de acariciarles la cabeza, de revisar si alguna garrapata se ha adherido a su piel...

Las pepas son el alimento principal de los animales, que devoran hasta dos quintales diarios. Aunque también les da vísceras, carne de vaca y hasta de burro cuando uno de estos équidos tiene la mala fortuna de morir arrollado en la carretera. Él mismo se encarga de prepararlas en unas orondas ollas, sobre una cocina de ladrillos que funciona con gas, mientras los canes hacen guardia permanente para clavarles el diente.

Siempre rodeado de los perros, que se muestran afables con los extraños y lamen los brazos de su ‘padre’ sin cesar, Rodríguez comenta que los fondos para mantenerlos provienen “de gente caritativa -extranjera-” que se ha unido a su causa este año. Antes, él luchaba solo.

Este manabita, oriundo del cantón El Carmen, gasta 100 dólares diarios en pepas. Asimismo, consume un tanque de gas en cada jornada. Pero no se queja, más bien sonríe pleno porque los animales han dado perfecto sentido a su aislamiento.

“Ha habido ocasiones en las que ya no tengo ni una pepa. Entonces agarro mi jeep -un Willy doble tracción, dotado con dos baterías- y salgo a recorrer la ciudad. La gente ya me conoce, sabe lo que hago y siempre me tiene comida para ellos. Todo está en pensar bien para que las cosas vayan bien, pensar en positivo”, enfatiza.

Aunque el baño marino suele tocar los sábados, este viernes decide zambullirse unos minutos con sus amigos. No todos lo siguen, ya que la presencia de muchos machos puede generar enfrentamientos sangrientos en los que no siempre tiene éxito su mediación. Pero los más fieles no dudan en situarse a su espalda, como las ratas de Hamelín.

Su lugar favorito es un estrecho brazo de mar que se cuela bajo un puente hasta sus dominios. Hoy, la playa, debido a la marea alta, está anegada. Pero no importa. Mientras lanza un madero hacia las olas, Rodríguez confirma de nuevo que no se equivocó al unir su vida a los perros. La comunión con ellos es evidente. A veces incluso termina sus frases con un enérgico “¡guau, guau!”. Es el líder de la jauría...

La fundación

Debido a que la manutención a menudo supera sus posibilidades materiales y físicas -alguno de los canes le ha atacado mientras realizaba el reparto-, se ha propuesto crear una fundación. Su objetivo es doble: obtener un respaldo a su labor y que esta adquiera una mayor proyección.

La personería jurídica y los estatutos legales de El Refugio Canino de Gustavo se encuentran ya en manos de la abogada Isabel Palma, una profesional de Manta y, además, amiga suya. Solo teme que sus detractores se dediquen a lanzar infamias contra él y lo acusen de querer lucrarse. Pero eso tampoco lo detiene.

En paralelo a la fundación, se ha propuesto construir diez cabañas en dos años para alojar a turistas que quieran disfrutar del mar y, al mismo tiempo, conocer su trabajo. Estos días, una máquina retroexcavadora ya está nivelando el terreno y las vías de acceso, aún húmedas y embarradas en pleno junio. “El invierno no solo es malo por el lodo, sino también porque con él llegan las enfermedades de los perros, sobre todo las garrapatas”, remata.

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