Actualidad
El trabajo del vulcanizador, un oficio peligroso y “mal remunerado”
Prefieren llamarse “llanteros”, porque dicen que “parchallantas hay un montón”.

Muchas vulcanizadoras son también viviendas. Ese es el caso de este negocio que funciona en la ciudadela Bellavista.
El único mal recuerdo de Heriberto Rafael Valarezo Andino en esta profesión es que cuando quitaba el aro a una llanta de camión -para sacarle el tubo y parcharlo- el neumático explotó de frente y el rin metálico lo golpeó en la cara.
Según cuenta este hombre de cincuenta y ocho años de edad, los segundos en que esto pasó, le significaron un mes de descanso obligado en el trabajo, debido a lo grave de la lesión. Por si eso no fuera suficiente, producto de lo ocurrido, a Heriberto le reconstruyeron el lado izquierdo del rostro; ahí tiene una placa de metal incrustada desde hace casi 20 años.
El negocio de este profesional del “parche” está en Durán y la noche en que el equipo de EXTRA lo visitó, la luz de una brillante luna, alumbraba un rostro en el que aún se alcanzaban a ver las cicatrices que le ha dejado este oficio.
Y es que este hombre de cabello ensortijado y canoso, con mostacho gris y de piel canela, se dedica a una ocupación poco remunerada y además peligrosa, tal como él mismo la describe. Heriberto es ´Vulcanizador´; o ´llantero´ -como también lo llaman-. Lleva 30 años en esta labor artesanal y para el punto de vida en el que está, se considera sin dudarlo, todo un experto en la rama.
Así se ganan la vida
Eran las 00:00 de un martes con cielo estrellado y el conductor de un volquete, luego de perder pista, se estrelló contra una baranda lateral a la bajada del viaducto en la vía Durán-Yaguachi. Ese habría sido el primer dinero de la noche para él, sino fuera porque cuando solicitaron su auxilio, no tenía el repuesto indicado para hacer el cambio.
Por ese arreglo perdió 30 dólares; “a veces se gana y a veces no”, lamenta.
Su negocio se ubica sobre la avenida Nicolás Lapentti en el mencionado cantón ferroviario. Esta vía es paso obligado de trailers y todo tipo de vehículos pesados. La ventaja -dice- es que “por esos carros uno cobra más y por lo tanto el negocio es algo rentable”.
Por ser un negocio familiar, Valarezo comparte esta labor con sus hijos. Laboran en jornadas de veinticuatro horas corridas, en las que el turno de trabajo les representa como mínimo treinta y cinco dólares.
Cada uno saca su propio dinero pero, solo la mitad es para ellos porque el otro cincuenta por ciento queda para el taller, es decir gana, trabaje o no. Aquí a ninguno le importa no tener un sueldo fijo porque a la final toda la plata terminará por llegar a la misma casa.
A unos 25 km de ahí, entre la cooperativa Los últimos seremos los primeros y la ciudadela Las Tejas (en la urbe porteña), a un costado de la avenida 25 de Julio, Roque Lema García de cuarenta y cinco años, es otro ‘llantero’ de esos que ya quedan pocos.
Esa puntualización se debe a la habilidad de este hombre para sacar una llanta, arreglarla y volverla a poner, es asombrosa (lo hace en menos de quince minutos).
No tiene local propio pero tampoco alquila. Él paga 15 dólares de guardia por su sitio de trabajo, esto le resulta bueno porque no cancela empleados y toda la plata queda para su provecho.
Según sus cuentas, cada noche hace unos cuarenta y cinco dólares que, quitando el diario que le cobran, le quedan treinta (a veces menos, a veces más), que le sirven para mantener a cuatro personas (su mujer y sus tres hijos) con quienes vive al otro lado del puente de la Unidad Nacional, en Durán.
Mientras habla de todo esto, un amigo suyo llega en un taxi para que le repare una ´goma´ (como dicen en Venezuela a los neumáticos).
Mientras hace lo suyo, conversa, se ríe; aprovecha la visita para no sentirse solo como la mayoría de las noches.
Cuenta que hace esto desde hace 20 años y que él también se considera un profesional que, al igual que los demás, hace un trabajo que es “garantizado”.
Cuenta que no se mete con camiones viejos porque “es peligroso, le puede a uno explosionar una llanta de esos (sic)”, asegura.
Nunca le han robado porque “los pillos” no se meten con él. Relata que antes el sector era peligroso, al punto que una vez, mientras cambiaba una llanta, “vi como le sacaban la batería a un taxi”.
Afirma que su salud se ha visto afectada por estos años de sacar tuercas y remendar neumáticos. “Las articulaciones duelen”, lamenta.
De este grupo de profesionales, Billy Pazmiño es otro. Él tiene treinta y cinco años de llantero. Declara que no es un parchallantas “como muchos que hay por ahí”, su trabajo es de calidad y nunca nadie le ha ido a reclamar por un ´camello´ mal hecho.
Habla ‘sabroso’ y mueve en las manos un medidor de aire que usa para saber cuánta presión le ha dejado a cada rueda.
El conocimiento adquirido con el paso de los años le permite ser algo técnico a la hora de hablar. “Hay que saber cuánto aire se le pone a una llanta (...) mucho aire la revienta”, explica.
Billy, que vive también en el sur, pero en el sector de 7 Lagos, es un hombre que habla mucho, sobre todo de sus hijos. Cuenta con orgullo que “con este trabajito” los ha sacado adelante, que les ha dado estudios, casa y comida.
Expresa con cierta nostalgia que el quehacer que realiza no fue una opción, que debió aprender porque no tenía de otra y desde que eso pasó, son muchos años ya los que han transcurrido. “Tuve la oportunidad de estudiar pero no aproveché”, lamentó.
Con orgullo, cuenta que tiene dos vástagos que son profesionales, uno de ellos chef.
Lo que ganan en el oficio
En cuanto a lo que cobran, las tarifas dependen del tamaño del vehículo. Por una llanta de bus piden 10 dólares y por la de un taxi hasta tres; “no más de eso”, coinciden todos.
Aquí el tiempo es vital para lo que hacen, cada uno está de acuerdo en que entre menos se demoren en reparar un neumático, las posibilidades de recibir más trabajo, aumentan.
“Una noche turra es de unas quince latas y cundo está buena, me he hecho hasta cincuenta dólares”, añadió Billy. Es decir, si se trabaja de lunes a domingo, el saldo mensual deberían ser de unos 420 dólares.
Don Heriberto por su parte, dijo que cuando de cobrar se trata, hasta la gente que no tiene dinero paga -no solo le han cancelado en efectivo-.
Narra situaciones de personas que llegan sin un centavo para arreglar sus neumáticos y que, en más de una ocasión le han dejado como prenda teléfonos celulares o relojes.
“Algunos regresan a recoger sus teléfonos y otros no “, recuerda.