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‘Encerrados’ para no dar ‘papaya’ al virus

Mientras a unos la pandemia parece ya no importarles, hay otros ciudadanos que aún se mantienen encerrados y se cuidan estrictamente

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Pedro Vorbek inició su etapa universitaria bajo la modalidad virtual. En su tiempo libre lee la biblia y cuida a sus abuelos.Cortesía

Hace más de un año, Kelly Calapucha Alvarado no ve a su familia. Ella está en Guayaquil, a 442,7 kilómetros de sus parientes, quienes viven en Tena, provincia de Napo. Por la pandemia de la COVID-19 no los ha visitado. Intenta distraerse de su frustración con su labor de trabajadora doméstica puertas adentro en una casa... y haciendo ejercicios.

Desde aquel 29 de febrero de 2020, cuando el Gobierno anunció el primer caso de coronavirus en el país, la muchacha, de 22 años, decidió confinarse en la vivienda donde trabaja. No solo lo hizo para no contagiarse de la enfermedad, sino en responsabilidad con una de las funciones de su empleo.

Cuido a un adulto mayor, de 92 años. Entonces, con todo lo que estaba pasando afuera no podía exponerme, ni tampoco a él, saliendo a la calle”, reflexiona la chica. A partir de ese momento no supo cómo era el ambiente fuera de la ciudadela privada donde ‘camella’.

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A Kelly le tocó la emergencia sanitaria laborando como trabajadora doméstica.Cortesía

Su encierro voluntario no fue difícil al inicio. Al menos no hasta el mes de agosto, cuando notó que la situación sanitaria ‘pintaba’ un poco mejor. En ese mes quería reencontrarse unos días con los suyos. Aunque se comunicaba con ellos por videollamadas le faltaba esa sensación de cercanía.

“Al principio el tiempo se me fue ‘volando’ porque trabajaba y aparte me ejercitaba. Pero luego también sentí la necesidad de saber qué estaba pasando fuera y cómo había cambiado la vida”, menciona, recordando aquellos días.

Recién salió de la urbanización en diciembre. Fue a ‘guapearse’ en un salón de belleza para la época navideña. También hizo compras. Esa experiencia resultó más inesperada de lo que pudo imaginar, casi como “salir a otro mundo”, confiesa.

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Kelly intenta sobrellevar su confinamiento voluntario practicando ejercicios.Cortesía

“Para mí fue como una pesadilla ver todo cambiado, ver a la gente con mascarillas me llamó la atención. Me ponía nerviosa porque las personas pasaban cerca y no se distanciaban. Era terrible ver cómo a nadie parecía importarle la pandemia”, expresa.

Sin embargo, a pesar de que en esa salida estuvo angustiada, reconoce que andar por el centro de la ciudad y ver a la gente caminando a su alrededor le devolvió un poco el entusiasmo que había perdido en la cuarentena.

En febrero de este 2021, Kelly nuevamente dejó a un lado su rutina. Fue a tomar un helado en el Día del Amor y la Amistad. Eso la liberó un poco del deseo de abrazar a sus seres queridos. Pero sigue decidida a no salir por amplios períodos de tiempo como hasta ahora, pues asegura que el virus aún hace ‘diabluras’ como para andar arriesgándose.

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CONSUELA A SUS 'ABUES'

Desde la detección del primer contagio del ‘bicho’ hasta noviembre de 2020, Pedro Francisco Vorbek Morales no salió de su casa, en las afueras del cantón Santo Domingo, en la provincia homónima.

El joven, de 20 años, dice que por las características del sector donde vive le fue un tanto fácil adaptarse a la situación, aunque con el tiempo le urgía cambiar de aires.

Habita en un área en donde, si bien hay casas a un distancia de no más de 10 metros, hay vegetación, plantaciones y sembríos. El contacto con la naturaleza le hacía pensar a Pedro que todo lo que veía en televisión era una fantasía de mal gusto.

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Pedro solo conoce virtualmente a sus compañeros de universidad.Cortesía

Antes se escuchaban muchos carros pasar porque esta es la vía hacia Quito. Ahora se oyen menos vehículos que antes”, conversa.

Él vive con sus abuelos maternos (ambos mayores de 86 años), su hermana y su madre. Ellas dos son quienes se han encargado de comprar víveres y demás productos de primera necesidad. Pedro, en cambio, se queda en casa a cuidar a sus abuelos.

Ellos empiezan a preguntar cómo está su otro hijo y siempre les hace falta verlos. Antes venían a visitarlos una o dos veces al mes”, refiere el joven. Por eso, él se ha esmerado por tratar de cambiarles el ánimo y de acompañarlos en esos momentos en los que les ‘pega’ la nostalgia.

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Al chico se le hizo extraño iniciar su carrera universitaria justo en plena emergencia sanitaria. Se prepara para ser docente, pero las clases para él empezaron de manera virtual, cambiando los planes que tenía para este primer año de estudios superiores.

“Quería conocer gente nueva, relacionarme con mis compañeros, ir a la universidad todos los días, hacer deberes en grupo y todo lo que suele ser habitual”, explica.

En vez de eso, él y sus amigos de curso se han tenido que conformar con verse en las clases por internet y comunicarse por chat. Nada de reuniones, fiestas o festejos de cumpleaños. “Hemos entablado una amistad, pero no es igual a como si fuera en persona”, señala.

"Ya estoy en el primer año de universidad, pero hacer ‘amigos’ así de manera virtual no es lo mismo, nunca será igual”Pedro Vorbek, estudiante

Además, le entristece no poder ir los sábados a la iglesia adventista a la que asistía. Incluso tiene hermanos en la fe de quienes no sabe nada hace meses, pues ellos no cuentan con aparatos tecnológicos para comunicarse. Por eso disipa esa nostalgia leyendo la Biblia.

Se podría decir que Pedro casi ha mantenido un estricto aislamiento, salvo por dos veces en que le tocó ir al instituto donde estudia en noviembre para hacer trámites.

No quería. Le dije a mi mamá que me compre un visor facial, aparte me puse doble mascarilla y me fui en taxi para evitar cruzarme con la gente. De todas maneras me topé con mucho desorden. Solía estar rodeado de árboles y de repente me vi entre tantos ciudadanos”, describió.

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Por eso, a pesar de que volvió a experimentar el salir de su vivienda como antes, actualmente prefiere seguir en sus cuatro paredes.